Somos emigrantes viajados
España es un país eminentemente de inmigración, pero perderá 500.000 habitantes en una década
España fue un país de emigrantes, aquellas maletas atadas, las estaciones de tren, los problemas con el idioma, esas comidas tan extrañas, el frío alemán, las Navidades entre lágrimas y coplas. Pero así, como las coplas de ida y vuelta, la situación cambió y durante los últimos 20 años las estadísticas oficiales no han dejado de contar el flujo de inmigrantes que atravesaban las fronteras españolas, casi tan abundante como el de Estados Unidos. Ahora, de nuevo, el saldo migratorio es otra vez negativo, salen más que entran. El 90% de las más de 580.000 personas que este año dejan España son extranjeros, crisis mediante. El resto, españoles. Pero ya no son solo emigrantes tal y como se conocieron, sino trabajadores que prueban suerte en un mundo globalizado. Jóvenes que buscan unos miles de kilómetros más allá un alquiler más barato, un sueldo mejor o, sencillamente, un cambio de vida aunque cobren menos que en España. Una generación viajada y con los idiomas en regla rastrea nuevas oportunidades en un espacio que les es propio: Europa, por supuesto, o el mundo entero.
“El mercado de trabajo ya no es nacional, más dramático sería que estos jóvenes no se fueran. Y no son muchos los que se van, porque en España la familia todavía funciona, presta el apoyo que proporciona el Estado en Suecia, por ejemplo”, dice el demógrafo del CSIC Julio Pérez.
Hace tres años, Juan Gamboa se dijo ‘ahora o nunca’ y se fue a Alemania. Es técnico de sonido y en Madrid trabajaba en Warner Music, tenía un buen sueldo, una vida que rodaba, pero no había cumplido su sueño. El camino para hacerlo le llevaba a Berlín. “Me dedico a la música electrónica y el meollo de eso está allí. Mi novia también vino. La vida es una experiencia, estar siempre en el mismo sitio es complicado, salir enriquece. No tengo prisa por volver. Mi próximo destino puede que no sea España”, dice. Está aprendiendo alemán, pero ¿sabe inglés? “Por supuesto, no me hubiera atrevido si no hubiera sido así”. Su sueldo ahora no es muy alto, y lo completa dando clases de música, “pero los alquileres son baratos”. Paga 500 euros por 70 metros cuadrados. “El dinero no es mi prioridad”. En Alemania, con ese “idioma endemoniado” que va aprendiendo poco a poco, ¿ha hecho amigos?: “Sí, hombre, sí, yo soy un tipo afable y muy simpático”, se ríe al teléfono.
“No se van muchos jóvenes porque la familia funciona”, dice un experto
¿Es Juan un emigrante? Quizá solo en el diccionario. Cuando se tratan estos fenómenos suele hablarse de inmigrantes económicos para diferenciar al que llega a buscar un futuro que no le ofrece su país del que explora otras posibilidades, como Juan. Emigrantes fueron, en Ecuador, Lucía Camacho y su marido, que llegaron a España hace unos 10 años para convertirse al otro lado del océano en inmigrantes económicos. En España nacieron sus dos hijos. Ella trabajó como limpiadora en el Congreso de los Diputados y él de camarero en varios establecimientos. Hace un año decidieron volver a Ecuador. “Aquí la vida es diferente”. Lucía busca las palabras para expresar el mismo sentimiento de tantos españoles cuando regresaron desde países mucho más avanzados en aquellas épocas. “Quizá falta un poco de civilización”, se ríe.
“La vida es una experiencia. Salir enriquece”, afirma Juan Gamboa, instalado en Berlín
Ella ahora no trabaja y el marido se ha colocado en una empresa de colchones. “Mis hijos quieren volver a España y mi marido también, pero las cosas no sé si estarán ahora más complicadas allí”. Se volvieron a Ecuador cuando aún tenían trabajo en España. Ambos. “Nos han tratado muy bien allá”. Pero allá, como acá, la familia tira de los lazos y Lucía echaba en falta a los suyos.
Tanto su marido como sus dos hijos tienen nacionalidad española. “Claro, es que muchos de los que están saliendo se confunden con españoles, pero es porque hay muchos naturalizados”, dice el catedrático de Sociología de la Universidad Complutense Joaquín Arango. “Pero España sigue siendo un país de inmigración, por favor, si tenemos seis millones. Tanto en tiempos de prosperidad como de crisis hay quienes entran y quienes salen”, afirma.
“España es un país de inmigración", dice el catedrático Arango
Pero ahora toca salir, y las previsiones del Instituto Nacional de Estadística (INE) indican que se perderá población, hasta medio millón de personas en una década, porque los saldos migratorios seguirán siendo negativos. “La culpa la tiene la crisis y la pelea deber ser la del empleo, porque, además, las tasas de fecundidad también tienen que ver con el empleo”, dice Francisco Javier García Centeno, miembro de la secretaría de Economía de IU. “Hay que destinar fondos para crear empleo, la pequeña y mediana empresa necesita inversión pública. Nadie puede extrañarse de que la gente salga a buscar trabajo fuera, desde que España, con el reparto de Maastricht, quedó relegada al sector servicios, sol y turismo. El tejido industrial se ha ido desmantelando”, asegura. Opina que revertir esta situación es complicado y cree que las medidas políticas deben favorecer a las familias: “Si hay escasez de ayudas económicas y recortes en educación, en sanidad, plantearse tener hijos es más inseguro”, dice.
Efectivamente, la natalidad seguirá a la baja. En España la independencia del hogar familiar materno se deja para muy tarde y la edad media para tener el primer hijo, 29,6 años en 2009, no baja.
Con estos mimbres, la población, efectivamente, no parece que vaya a crecer por ninguna vía. Sin embargo, no todos los demógrafos ven gravedad al asunto, hoy por hoy. “Que salgan los inmigrantes puede ser un drama si se trata de pueblos pequeños. Eso sí es mala noticia, porque acarrea un fuerte envejecimiento de la población, pero a gran escala la cosa cambia. Lo que ocurre ahora no es llamativo. La natalidad es lo importante, y estos ciclos vitales no van a experimentar grandes cambios. España tiene recursos y nivel de desarrollo para que no se retroceda en estos aspectos”, confía Julio Pérez, del CSIC.
“No extraña que la gente vaya fuera a buscar trabajo”, afirman en IU
Tampoco es alarmista el sociólogo Joaquín Arango: “Saldos migratorios negativos también han tenido Holanda y Alemania y no por eso decimos que hayan dejado de ser países de inmigración”.
Pero la salida de españoles, por pocos que sean, sí es inquietante para algunos, porque entienden que los jóvenes no se están yendo por gusto, ni por aventuras vitales. “Es verdad que hay redes establecidas por las que los jóvenes ya saben moverse, que han hecho Erasmus fuera, que tienen amigos, que no hay miedo a salir al extranjero, pero mi impresión es que no es una emigración por de gusto y creo que hay una motivación de regreso”, opina el profesor de Sociología de la Universidad de Alicante Antonio Alaminos.
También es cierto. Cuando los españoles en Alemania se concentraron bajo la llamada del Movimiento 15-M, Juan Gamboa fue a dar una vuelta por allí: “Me sorprendió una pancarta en la que decían ‘Queremos un país al que volver”, recuerda.
“Creo que hay una motivación de regreso”, afirma el sociólogo Alaminos
Los políticos -el PP no respondió a la petición de este periódico para que diera su opinión- son conscientes de ello. “Es cierto que en algunos ámbitos, como el científico, a veces es difícil encontrar un puesto en España para que vuelvan, por eso, en nuestro programa electoral hacemos hincapié en que hay que abrir procesos de captación de cerebros, opciones para que los investigadores puedan volver”, dice el socialista Pedro Sánchez. Por lo demás, cree que la salida de muchos jóvenes “es hasta positiva”. “Ellos están integrados plenamente en la economía europea, trabajan en empresas que, algunas de ellas, son multinacionales, y muchas veces, salir fuera es una forma de promocionar en sus empleos”. Sobre la caída de población que esto genera, Sánchez cree que hay medidas correctoras que también pueden aplicarse para favorecer la natalidad: “Llevamos en el programa electoral la promoción de políticas de igualdad, de conciliación; la extensión de la educación infantil y la racionalización de los horarios laborales, entre otras”, afirma.
Menos alarmante le parece la salida de los jóvenes: “Los universitarios están acostumbrados a viajar, ya no hay la dificultad con el idioma de antaño, yo mismo pasé un tiempo fuera al terminar los estudios. Además, las empresas están globalizadas y los trabajadores van de un lado a otro”, dice Pedro Sánchez, miembro del comité electoral del PSOE.
La salida de jóvenes puede ser positiva, según el socialista Pedro Sánchez
El caso de Nerea Feliz puede dar ese perfil. Ella ha estado en varios países haciendo cosas variadas. Su última escapada, después de dejar el estudio de arquitectura en el que trabajaba en Madrid, ha sido Buffalo, en el Estado de Nueva York. “Me fui de España hace algo más de un año. Tenía trabajo y no estaba mal pagado, pero quería dar clases en la universidad y en España no podía, lo conseguí en Buffalo y me fui”, explica por teléfono desde allí. Por ahora no tiene pensado volver, y además, no sabe qué se encontraría en España en estos momentos. “Estoy contenta aquí. El alquiler es asequible, pero olvídate de hacer dieta mediterránea barata”. ¿Volvería a España si pudiera dar clases en la universidad? “Mi decisión no fue solo por trabajo, me apetecía cambiar, como me apetecería quizá dar clases en España, por qué no”.
Entre los jóvenes que marchan hay cierto desencanto con el mundo occidental, abrumador, estresante... Algunos prefieren cobrar un poco menos y cambiar de vida, a la vez que se sumergen en nuevas culturas. “El materialismo, la falta de valores empuja a algunos a conocer otras formas de vida. Lo mismo se van al desierto o buscan cambiar la televisión por una lumbre en el hogar”, explica el sociólogo de la Universidad de Salamanca Fernando Gil. “En algunas de estas salidas hay un componente de aventura, un factor de ruptura. A veces se da el salto a otro país, o a otro continente porque así el cambio parece aún más fuerte. Pero dentro de España hay quienes dejan algunos trabajos y se van a una isla, Lanzarote, por ejemplo, a cambiar de vida”, añade.
Quizá muchos jóvenes salen a buscarse la vida, pero hay otros que lo que quieren es, sencillamente, cambiarla.
La revolución silenciosa
El título hace referencia —entre otros cambios— al fenómeno del envejecimiento de la población por cuanto casi sin darnos cuenta la población mundial y especialmente la de los países más industrializados ha pasado de ser eminentemente joven a ser cada vez más vieja. El envejecimiento poblacional es resultado del cambio de los tres factores demográficos: la tasa de natalidad, la de mortalidad y el saldo migratorio. Por primera vez desde el pasado siglo, y paulatinamente, las tasas de mortalidad son muy bajas sobre todo en ciertos países como los europeos, lo que hace que la esperanza de vida aumente. Pero, al mismo tiempo, las tasas de natalidad son muy bajas, y la conjunción de ambos factores es lo que conduce al envejecimiento poblacional.
Este hecho es un logro de la humanidad, porque se vive más y también en mejores condiciones de salud y de vida en general para la mayoría en nuestras sociedades. También tiene diversas consecuencias que constituyen los nuevos desafíos que se presentan a las sociedades contemporáneas. Los cambios en las tasas de natalidad y mortalidad han influido en las familias, que han modificado su tamaño, estructura y relaciones. Han aumentado el conocimiento, la convivencia y la solidaridad entre las generaciones, pero también se han acumulado los problemas del cuidado de los más ancianos entre pocos miembros jóvenes.
Se teme por el sistema de pensiones ante la falta prevista de suficientes miembros jóvenes activos que coticen para sostener a los pensionistas, que es la debilidad de nuestros sistemas, basados en el reparto. Y se observan contradicciones. Al tiempo que se prolonga la edad de jubilación y tras décadas de jubilaciones anticipadas masivas, se siguen produciendo salidas del mercado laboral de personas aún jóvenes. Por otro lado, los trabajadores mayores que pierden su empleo tienen dificultades para encontrar otro. Asimismo, se teme por la sostenibilidad de los sistemas de salud y de servicios sociales. Dado que el envejecimiento de la población es —según Naciones Unidas— irreversible y global, surge la necesidad de hacer frente al reto de sostener sociedades jubiladas, de reflexionar sobre métodos eficientes de redistribución, de potenciar los sistemas de capitalización individuales, de financiar con impuestos las pensiones no contributivas, entre otras medidas. Pero, sobre todo, urge activar la economía, mantener tasas de empleo altas para todas las edades, y buscando el bienestar de todas las personas, gestionar rigurosamente los problemas, nuevos, que surgen en las sociedades contemporáneas.
María Teresa Bazo es catedrática de Sociología
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