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Tribuna
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Vencedores y vencidos

Con el fin de ETA vencen el Estado de derecho, la democracia, el nacionalismo democrático y las víctimas

Antonio Elorza

Cada una de las treguas de ETA ha tenido como consecuencia la sensación de que la pesadilla del terrorismo tocaba a su fin. Con mayor razón ahora que resulta evidente su estado de debilidad, y que por añadidura no es menos claro que el protagonismo en la izquierda abertzale es ejercido por su rama política. Tal escenario no es irrelevante, e invita a reflexionar sobre las políticas que puedan impulsar la autodisolución de la banda. Aun cuando la derrota hasta ahora visible de ETA se haya debido exclusivamente al rigor de la acción policial española, y a la colaboración con Francia, cabe admitir que determinados movimientos —como el acercamiento de los presos apuntado por el lehendakari, Patxi López—, resultarán beneficiosos en el caso de que se compruebe el distanciamiento del terror de los encarcelados etarras. También puede ser útil que las instancias judiciales de obediencia estatal actúen para evitar en lo posible el caos registrado en meses pasados en cuanto a ilegalizaciones, legalizaciones y condenas. Conviene tener en cuenta la aparente paradoja de que si bien la sociedad vasca es ya abiertamente contraria a “la violencia”, contempla en sentido contrario las concesiones al círculo de los terroristas como una contribución a la deseada “paz”. En consecuencia, la sensación de inseguridad y los comportamientos de apariencia contradictoria solamente pueden favorecer un ambiente de confusión en cuyo seno muchos vascos vean en la izquierda abertzale la víctima de un Estado que en palabras de la misma desea obstaculizar esa “paz”. Con las consecuencias políticas ya comprobadas el 22-M.

Tampoco parece razonable llevar demasiado lejos el optimismo, sobre la base de que el fin de ETA es ya algo “irreversible”. Una cosa es el protagonismo de Batasuna/izquierda abertzale, reforzado por la sensación de impotencia del aparato armado, y otra que después del éxito de la máscara Bildu, la banda tenga hoy demasiadas razones para acordar su autodisolución. Más bien a corto plazo no tiene ninguna. Como hizo notar Florencio Domínguez, la eliminación de Ekin no fue más que enterrar a un muerto. Con la impagable colaboración de Brian Currin y su grupo, ETA está en condiciones de sostener por un tiempo la propaganda de que desea negociar el fin, pero que el Gobierno español se opone. Y no puede hacer otra cosa porque la negociación resultante de la mediación “internacional” sería necesariamente una negociación política, con las ventajas para los presos como simple prólogo.

Al sobrevivir hibernada, ETA está en condiciones de reaparecer cuando lo estime oportuno, cualesquiera que sean sus recursos, para incidir sobre el proceso político que, tanto para ella como para los hoy miembros de Amaiur, tiene por metas sucesivas la autodeterminación y la independencia. La insistencia complementaria en la amnistía total, legalmente imposible en las actuales circunstancias, o en la unión con Navarra, nos prueba que seguimos encerrados en un escenario más cercano a las “alternativas democráticas” precedentes de ETA que a la búsqueda de reformas efectivas.

Hay que aplicar el refrán de que no es bueno vender la piel del oso antes de cobrarlo. De otro modo entraremos de lleno en una puja de concesiones por la paz, y que en lugar de empujar a ETA a la autodisolución, la recompensa por las buenas intenciones mostradas superficialmente. Volvemos a la equidistancia de hace 10 años. Un fiscal en Euskadi apunta a las concesiones sobre presos que habría que hacer; regresa a la vida política desde la Fundación Sabino Arana el obispo Uriarte para amonestar a los jueces en busca de una adecuación a la circunstancia actual, aun cuando considere inviable la amnistía, y si mi lectura no falla, el propio lehendakari habla de atención a todas las víctimas de todo terrorismo, lo cual es justo, pero lo es menos no singularizar a ETA por encima de cualquier otro responsable del terror.

En palabras de Uriarte, no debe haber “vencedores ni vencidos”, lo cual es tanto un despropósito como un cable de salvación lanzado a ETA. Con el fin de ETA, quienes vencen son el Estado de derecho, la democracia en Euskadi, el propio nacionalismo democrático, y a su lado las víctimas. ¿Por qué evitar que los terroristas aparezcan como vencidos? Pero sobre todo importa comprobar que existe un arrepentimiento real por haber escogido el camino de la deshumanización y de la muerte. Algo que apenas comienza a despuntar en el colectivo etarra. Y que no es solo cuestión individual, sino que concierne a la mentalidad totalitaria impuesta por ETA sobre la sociedad vasca.

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