“Hola, ¿quiere confesarse?"
Miles de jóvenes toman las calles de la capital para asistir a la misa de apertura de la JMJ
Augustin Bondonneay cruza la calle mientras toca los timbales. Al ritmo de la percusión de este parisino de 28 años, un grupo de jóvenes baila y canta canciones religiosas. Augustin interrumpe la música. Un extraño quiere saber por qué ha venido a España. “Estoy aquí para descubrir el sentido de la vida”, asegura mientras mira a los lados. Sonríe. La estela de peregrinos que se dirige hacia la plaza Cibeles cada vez es más larga. Allí, en pocos minutos, empezará la misa de apertura de la Jornada Mundial de la Juventud, que terminará el domingo. Al fondo, junto al parque del Retiro, la policía corta el tráfico.
Demasiada gente. Demasiado calor. Imposible dar dos pasos seguidos. Augustin ríe. “¡Sígueme!”, ordena en inglés mientras regatea con cierta pericia a los visitantes que abarrotan la calle. El parisino no quiere perderse la ceremonia que oficiará Rouco Varela. “Lo mejor llegará en los próximos días. Podremos ver al Papa. Quiero al Papa. Yo siempre he sido católico. Y siento que cuanto más rezo, más profunda es mi fe”. Augustin desparece entre la masa. Muchos ondean banderas. Colombia, Italia, Argentina, Portugal, Japón... surcan el azul del cielo de Madrid. Uno viaja por el mundo con solo mirar hacia arriba.
Spencer Barcewicz, un chaval rubio de 15 años, camina con la bandera de Estados Unidos en una mano. “He venido a ver al Papa. Quiero a Benedicto XVI”, se presenta este joven que creció en Michigan. Su familia, de origen polaco, le educó en el catolicismo. Le gusta ir a la iglesia. Hasta medita dedicar su vida a la religión. Tal vez se haga sacerdote. “No estoy seguro porque también quiero tener familia”, dice casi justificándose.
Horas antes, centenares de peregrinos se habían reunido en el Retiro. El ambiente, con decenas de carpas, parecía más el de un festival de música. Varios conciertos. Incluso rock. Jóvenes durmiendo a la sombra. Guitarras y canciones en el césped. Colas en la “tienda oficial”. Y también mapas del recinto colgados en los postes para los que se perdían.
Uno descubría echando un vistazo a esos carteles que la explanada donde se habían instalado 200 confesionarios se llamaba “fiesta del perdón”. Allí el visitante era recibido con un saludo: “Hola, ¿quiere confesarse?". Se podía elegir: en español, inglés, italiano, portugués, polaco... Un perchero sujetaba las albas. Los curas sin acreditación, que los había, ofrecían el perdón divino en los bancos del parque, ya que la organización no les permitía hacerlo dentro del recinto habilitado. “Mañana me la darán”, contaba un sacerdote italiano, resignado, a la salida.
No muy lejos de allí, Simone, de 17 años, caminaba con su amigo Francesco. Dos adolescentes italianos con pinta de surferos. Zapatos anchos, pantalones caídos, pendientes... “Venimos a ver al Papa”, contaba Simone. El viaje desde Reggio Emilia, en el norte de Italia, les ha costado 400 euros, hospedaje incluido. “Es una ocasión para ver al Papa y divertirse”, explicaba Simone.
Daniel Jandura, un eslovaco de 23 años, buscaba un sitio donde sentarse. Por fin encontró una acera con espacio libre. Allí, mientras toma una fanta limón, descansa junto a su novia, Veronica. Han tardado dos días de autobús para llegar a España. “Me gusta lo que veo aquí: jóvenes de muchos países. Observo que no estamos solos”, dice Daniel. Su novia, una rubia de ojos azules, hace de traductor. La conversación se desarrolla en inglés. “Yo creo que si uno es católico, la relación entre novios es mucho más real”, sostiene el chaval. “Llevamos siete años juntos. Cuando acabemos los estudios, nos casaremos”.
El padre Francisco Sojos, cámara al cuello, buscaba también un sitio desde donde seguir la misa de apertura. Cada pocos metros, paraba su marcha y tomaba una fotografía. Las imágenes las enseñará cuando vuelva a Ecuador. “Mira las calles. Están limpias. Si juntas a estos jóvenes por cualquier motivo, ya tendrías todo asqueroso”. Feliz, no dejaba de mirar a los lados. “Jesús está en Madrid. Es cosa de verlo”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.