El rinoceronte embiste a la pulga
Fabra pierde una demanda al honor contra una periodista de EL PAÍS
¡Qué poco sentido del humor tienen los poderosos cuando les tocan la bolsa, les recuerdan los principios éticos o simplemente se informa sobre ellos!
Siempre reaccionan por la tremenda, con amenazas e incluso con querellas o demandas al honor, pidiendo cuantiosas indemnizaciones, como si el honor se vendiera al peso.
Se trata de gente con la potencia y el poderío equivalente al rinoceronte en el reino animal, como Carlos Fabra, expresidente de la Diputación de Castellón, o Rita Barberá, alcaldesa de Valencia, o tantos otros. Gente con la piel gruesa para sus actividades, pero a la vez tan fina que les produce sarpullido y les molestan, como picotazos de pulgas, las noticias que informadores valientes, como María Fabra, publican sobre ellos.
Hace poco más de una semana un juez de Valencia archivó una querella por injurias que la alcaldesa había presentado contra EL PAÍS, por haber reproducido una conversación en la que uno de los implicados de la red Gürtel, Álvaro Pérez, El Bigotes, afirmaba que estaba comprando un bolso de Louis Vuitton para Barberá y recordaba a su interlocutor, su subordinado Cándido Ortiz, contable en Orange Market —una de las empresas de la trama corrupta—, que ya le había hecho regalos similares en tres ocasiones anteriores.
Ahora, otro juez de Castellón ha desestimado la demanda interpuesta por Carlos Fabra por las informaciones publicadas sobre su desmesurado incremento patrimonial y el proceso abierto contra él en un juzgado de Nules por delitos fiscales y tráfico de influencias. El expresidente de la Diputación de Castellón reclamaba a la periodista de EL PAÍS 180.000 euros.
Durante cinco años, se quejaba el preboste, María Fabra había “perseguido y denostado su dignidad con graves descalificaciones delictivas aprovechando el sumario que se sigue contra él”.
Así, entre otras afirmaciones, el periódico publicó en 2007: “El líder del PP en Castellón, imputado por delito fiscal, cuadruplica su patrimonio en cinco años”, o también: “Fabra debía a los bancos más de 900.000 euros, cuando sus rendimientos de trabajo se limitaban a poco más de 88.000 euros”.
En otros artículos se informó de que Fabra gastó en 2004 el doble en pagar créditos de lo que ingresó, o de que, según la documentación procedente de Loterías y Apuestas del Estado, obtuvo entre septiembre y noviembre de ese año dos premios que alcanzaron 16.261 euros.
Los narcotraficantes suelen comprar billetes de lotería premiados por un precio notablemente superior al importe del premio con el fin de blanquear los fondos o explicar ante el fisco el origen de su dinero negro, aunque en este caso quizá solo sea una cuestión de suerte.
También se informó de que “durante 1999, Carlos Fabra ingresó en 94 cuentas bancarias 600.000 euros cuya procedencia no pudo justificar”. Desconozco cuántas cuentas maneja usted, querido lector, pero 94 parecen un buen puñado.
Otras informaciones recogieron que el jefe de la Diputación de Castellón se había subido el sueldo un 10%, que el PP valenciano hacía senadora a una de sus hijas y, por fin, que Fabra amenazaba a la prensa por informar sobre él, mientras los periodistas valencianos trasladaban esas amenazas a la Federación de Asociaciones de la Prensa.
La periodista, defendida por el letrado Javier Moreno Núñez, aseguró que todo lo que había publicado era verdad, y el juez le ha dado la razón.
El magistrado Víctor Calatayud analiza detalladamente en su sentencia todas las informaciones publicadas por EL PAÍS, certifica su veracidad y puntualiza que María Fabra cumplió con la diligencia profesional exigida de comprobación de los datos. Recuerda que la libertad de información debe prevalecer, sobre todo teniendo en cuenta que el político disfrutaba de un cargo público, y que nada de lo publicado es injurioso, insultante o desproporcionado. Además, distingue entre derecho al honor y derecho a la intimidad y asegura que ninguno de los dos ha sido vulnerado en este caso. Por todo ello ha condenado a Carlos Fabra a pagar las costas del proceso.
Ya ven, a veces el escozor de los poderosos por el sarpullido —las señales que dejan las picaduras de las pulgas— es de tal calibre que como rinocerontes tratan de embestir contra estos insectos y se desmochan el cuerno, mientras las pulgas, en su fragilidad, siguen saltando y picando.
Que así sea.
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