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Primavera azul Génova

Militantes y simpatizantes del PP celebraron ante la sede del partido la victoria con gritos de “Zapatero dimisión”. “Rubalcaba, el chollo se te acaba” y “Sí, sí, sí, el cambio ya está aquí”

Luz Sánchez-Mellado
Rajoy y otros dirigentes del PP saludan a sus seguidores desde la sede de su partido en Madrid.
Rajoy y otros dirigentes del PP saludan a sus seguidores desde la sede de su partido en Madrid.EUROPA PRESS

Llegó solo, ufano, más chulo que un ocho. Con la mirada alta, sin titubear, como quien tiene una misión que cumplir. Un tipo corriente: un cincuentón flaco y con bigote. Portaba una bandera roja y amarilla con sus buenos nueve cuadrados pendientes de un mástil de otros dos o tres de punta a punta. Estampados a tamaño natural, un Don Quijote y un Sancho y un castillo con tres torres. Una interpretación libre de la enseña de Castilla-La Mancha. Avanzó entre el gentío, se detuvo frente a la sede del PP y plantó su estandarte en el asfalto como quien pone una pica en Flandes. Eran las nueve de la noche, y faltaba mucho para que fuera oficial, pero la seguridad en la victoria de ese espontáneo manchego simbolizó anoche el vuelco electoral que fueron a celebrar miles de simpatizantes del Partido Popular a la calle Génova de Madrid. Fue la única nota épica de una noche lúdica. De fiesta mayor. Jóvenes y mayores se hartaron de bailar y chillar como solo se baila y se chilla cuando se festeja algo grande. Empezaron eufóricos y acabaron afónicos.  “Zapatero dimisión”. “Rubalcaba, el chollo se te acaba” y “Sí, sí, sí, el cambio ya está aquí” fueron los gritos de guerra política. El Fiesta, de Raffaella Carrá, el de la juerga general que convirtió la calle en una verbena de primavera dominada por el nuevo color de moda en comunidades y ayuntamientos: el azul PP.

Desde arriba, el pavimento parecía una playa agitada por olas azules. Un azul no tan chillón como el azul eléctrico. Ni tan cursi como el azul celeste. Digamos que entre medias de ambos. Centrado, como les gusta decir en sus carteles. Las banderas PP ganaron por goleada a las enseñas de España, que también las había, pero muchísimas menos. No se trata de calibrar el patriotismo de los presentes. La razón era mucho más prosáica. Mientras las azules, en PVC, las regalaban a espuertas en la sede del partido, las rojigualdas, en tela impermeable y con su mástil dorado y todo, las vendía un señor a tres euros. Así no hay color. Ni siquiera en pleno “territorio nacional”, como se encargaban de repetir algunos chicos cuando veían el medio de comunicación impreso en la acreditación de algunos periodistas. “En algo tenéis que trabajar”, disculpaban por su parte a los incautos los mayores, tras torcer conmiserativamente el gesto.

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Más allá de eso, nadie se metió  con nadie. Estaban que se salían, eso sí, y además nadie les llevaba la contraria. El ambiente empezó tibio. A las diez de la noche los asistentes todavía eran unos pocos cientos, casi tantos como los periodistas, a los que hacían declaraciones exclusivas encantados de “presenciar una noche histórica”. Pero lo que realmente calentó el ambiente fue la aparición en el balcón de Génova del animador del evento. Un espídico DJ más pepero que Rajoy tocado con un gorro negro y cuernos de Shrek, que se hizo con el mando al ritmo del vigoroso Valió la pena, de Marc Anthony. A partir de ahí, el público se vino arriba. Las primeras en arrancarse a mover las caderas fueron las señoras de cierta edad, como en cualquier fiesta que se precie. Había de todo. Damas de mechas perfectas y traje chaqueta pastel, y amas de casa con pantalones cómodos y deportivas de batalla para no castigarse los juanetes con tanto trote. Bolsos de legítimas primeras marcas y otros de mercadillo. Pero daba igual. Unas y otras, cada una en su estilo, parecían salidas de un grupo de Facebook: “Señoras que quedan para pasear y celebrar la victoria electoral del PP” y no tenían reparo en reconocerlo. Muchas acababan de zamparse unas tortitas con nata en la cercana cafetería Mallorca, y aprovechaban de paso para bajar calorías moviendo el esqueleto.

Seguidores populares celebran en Madrid los resultados de su partido.
Seguidores populares celebran en Madrid los resultados de su partido.Emilio Naranjo (EFE)

Los jóvenes, más tímidos al principio, llegaron más tarde. Mucha barba recortada –ellos-, mucha melena planchada –ellas- y mucho flequillo al bies en plan unisex. Con 25 grados en plena noche, las cervezas –aunque fuera pagando- tuvieron más  éxito que los churros con chocolate a los que convidaba el partido. Con semejante calor, tanto cuerpo desmadrado alrededor y la música a todo trapo, se le iban los pies hasta el más remiso, palabra.

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Fue la muchachada la que tomó  la iniciativa con las consignas. El DJ lo mismo anunciaba a bombo y platillo mayorías absolutas urbi et orbe –de Santorcaz a Sevilla, de Madrid a Parla-, recibidas por la multitud con unos aullidos propios de final de campeonato de fútbol, que ponía orden en el caos de eslóganes del gallinero. “Za-pa-te-ro-di-mi-sión, silabeaba. Y la calle le seguía como un solo hombre. O mujer, porque ellas eran las que dominaban el auditorio. O eran más, o estaban más sueltas. Eran ellas las que más botaban cuando arreciaba el reglamentario “bote, bote, bote, socialista el que no bote”. Y las que más gritaron “presidenta, presidenta”, cuando Esperanza Aguirre presumió de resultados en la pantalla gigante instalada en plena calle. Aguirre, y no Rajoy, fue después la que más aplausos se llevó cuando la plana mayor del PP salió a lucirse al balcón. El DJ ya se había ido, pero muchos pensaron que el Valió la pena del principio hubiera sido un buen fin de fiesta.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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