Las relaciones entre la Unión Europea y América Latina: un debate por la integración regional
El análisis en torno a la renovación de la relación birregional debe colocar sobre la mesa el desarrollo sostenible de todos los aliados, sin dejar de lado las inversiones y desarrollo económico
En 2004, las jefas y jefes de Estado y de Gobierno de América Latina y el Caribe y de la Unión Europea emitían una declaración conjunta que comenzaba por la descripción de “un espacio eurolatinoamericano de valores compartidos”. La declaración de Guadalajara ponía la cohesión social en el centro de las relaciones birregionales, como condición previa para la paz y la estabilidad y como garantía para la democracia.
Creyendo firmemente en la importancia del acervo común de las dos regiones más cercanas del mundo —en todas las dimensiones, salvo la geográfica— sorprende que, con la ansiada cumbre entre la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC) y la Unión Europea (UE) a la vuelta de la esquina (prevista durante la presidencia española del Consejo de la Unión Europea en 2023), el comunicado de la tercera reunión de cancilleres CELAC-UE del 27 de octubre destacase las inversiones y las relaciones comerciales, antes de abordar los valores compartidos.
Aunque inversión y valores/políticas son perfectamente compatibles, el orden de los factores, en este caso, puede ser determinante. La flamante estrategia europea “Global Gateway” ambiciona una mayor relevancia geopolítica de la UE, pero parece poner el foco en la competencia con China, Rusia y otros actores, en lugar de construir en positivo, empezando por los principios que nos unen.
La fuerza de nuestros modelos democráticos reside en la cohesión social y territorial y en la proyección de nuestra capacidad normativa en alianzas internacionales horizontales
Es loable que pretendamos movilizar todos los recursos para el desarrollo y estructurar las acciones del sector privado tras la era del salvaje oeste del fin de la historia, pero prioricemos los escasos recursos públicos disponibles en nuestras relaciones con América Latina y el Caribe.
La fuerza de nuestros modelos democráticos reside en la cohesión social y territorial y en la proyección de nuestra capacidad normativa en alianzas internacionales horizontales, acompañando procesos de reforma y respondiendo conjuntamente a retos compartidos en el marco de agendas multilaterales.
En el texto de la declaración conjunta, los países de América Latina y el Caribe suscriben el orden del comunicado, pero —puestos a elegir, a la vista del limitado espacio de financiación con el que cuentan los instrumentos de cooperación— probablemente, preferirían priorizar el apoyo al intercambio de experiencias; y el acompañamiento de reformas de políticas públicas para la cohesión social antes que el uso de estos fondos para la competencia geopolítica de la Unión. Nadie cuestiona esto para las relaciones entre personas, con instrumentos como Erasmus+, pero la tentación es grande cuando debemos elegir entre el brillo de las pepitas de oro de las inversiones frente al gris tejido de relaciones institucionales que necesita ser alimentado en momentos de cuestionamiento del multilateralismo y de erosión de los valores democráticos.
En el Tratado de la Unión, la cohesión económica, social y territorial aparece como fin de nuestro proceso de integración, inmediatamente después de la definición de los valores. Es más, el Tratado sitúa también la cohesión social como parte íntegra de los valores a promover en el resto del mundo. Estas dimensiones internas y externas de la integración social han sido reiteradas por los jefes de Estado y de Gobierno recientemente como respuesta a la pandemia en la declaración de Oporto del Consejo Europeo de mayo de 2021.
La tentación es grande cuando debemos elegir entre el brillo de las pepitas de oro de las inversiones frente al gris tejido de relaciones institucionales
Es indudable su acervo en el “espacio eurolatinoamericano”, pero parece que las nuevas estrategias nos hacen mirar de reojo al competidor, antes que fijarnos en lo que nos une con nuestros aliados. Para hacer realidad una cumbre, preguntémonos si vamos por buen camino cuando en una declaración conjunta no aparecen ni la cohesión social ni la integración regional como objetivo común.
Es el momento de invertir en el poder de las democracias con el núcleo de nuestros socios afines, decía Ursula von der Leyen en su discurso sobre el estado de la Unión de 2022. Fin de la cita. Hagámoslo.
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