Las trabajadoras domésticas africanas en Líbano: atrapadas entre la crisis humanitaria y un sistema que las esclaviza
Organizaciones locales y activistas suman fuerzas para intentar que regresen a sus países de origen. Decenas han logrado escapar con lo puesto y se hacinan en albergues de acogida, a la espera de una oportunidad para regresar a casa
El conflicto en Líbano y la fragilidad reinante tras la instauración del precario alto el fuego entre Hezbolá e Israel ha dejado a muchas trabajadoras domésticas africanas en un limbo legal y en una situación de extrema pobreza y vulnerabilidad. Algunas han logrado marcharse a sus países de origen, gracias al apoyo de organizaciones humanitarias, pero otras siguen esperando, indocumentadas y hacinadas en precarios albergues.
Según los datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en el país había en octubre unas 170.000 empleadas domésticas, en su mayoría procedentes de Etiopía, Kenia, Sudán, Sri Lanka y Bangladés. Una palabra refleja su desgracia: kafala, un sistema de patrocinio usado por las empresas y particulares para hacer venir mano de obra barata a los países del Golfo y Oriente Próximo, principalmente en sectores como el doméstico o la construcción.
La kafala da a los trabajadores migrantes el derecho a permanecer en el país, pero les niega un visado de salida para marcharse sin el consentimiento de su empleador o de quienes pagaron por su patrocinio. Esto ha provocado que cientos de estas empleadas queden atrapadas en Líbano. Algunas no tienen un techo bajo el que cobijarse, después de que sus propios empleadores se vieran desplazados de sus casas por la violencia, tampoco han podido recuperar sus documentos de identidad y pertenencias personales —a menudo no poseen más ropa que la que llevan puesta—.
“Estaba aterrada después de oír las explosiones”, declaró a finales de octubre a este diario Patricia Antoun, una trabajadora doméstica de Sierra Leona de 27 años. A principios de ese mes, los bombardeos sacudieron la ciudad libanesa de Tiro, cerca de la casa donde trabajaba. Su empleador trató de tranquilizarla pero Antoun huyó. “Solo tenía la ropa que llevaba puesta y ninguna prueba de mi empleo”. Finalmente, llegó a Beirut, donde vivió en las calles de la capital libanesa durante una semana, antes de refugiarse en un albergue temporal. “Tengo una hija de nueve años a la que mantenía con mi trabajo. Ahora no tengo nada”, se lamentaba.
La economía libanesa, que llevaba años cayendo en picado y representaba una de las “peores crisis” financieras de este siglo, según el Banco Mundial, ha sufrido un terrible nuevo golpe con esta guerra. La situación económica, según denuncias de distintas organizaciones de derechos humanos, habría empujado a los empresarios a abandonar a sus trabajadoras, a dejarlas en la calle o en las puertas de las embajadas respectivas. Activistas locales y organizaciones sin ánimo de lucro, con la ayuda de donantes y en colaboración con las autoridades libanesas, han unido sus fuerzas para enviar de vuelta a casa a docenas de estas mujeres.
“Hemos conseguido un refugio temporal para trabajadoras sierraleonesas en una zona cercana a Beirut. La mayoría de ellas carecen de documentos de identidad”, explicaba a este diario Déa Hage-Chahine, integrante de la ONG Grassroots Lebanon (GLNPO), una de las entidades que ha coordinado el refugio y les ha proporcionado alimentos y productos de higiene. “Ayudamos a repatriar a las que quieren volver a casa, en cooperación con el Estado libanés, las organizaciones internacionales y las Naciones Unidas”, añade Hage-Chahine.
Khadija Kamala, de 30 años, escapó de su empleador después de que, según su testimonio, este intentase agredirla sexualmente, y buscó refugio en la ciudad de Baalbek, pero se vio obligada a huir de nuevo debido a los bombardeos. Tanto ella como Antoun se encontraban entre las 125 mujeres y cinco niños a los que activistas libaneses ofrecieron cobijo en este almacén abandonado y finalmente lograron volar de vuelta a casa el mes pasado, tras obtener una autorización.
Zainab es otra de las sierraleonesas que también consiguió volver a casa. La mujer explicaba en octubre que pasó días refugiándose en la playa, con las manos prácticamente vacías y sin acceso a internet, después de que el ejército isrealí bombardeara la casa de su empleador, en los alrededores de la ciudad libanesa de Sabra. El ataque provocó que la familia para la que trabajaba huyera y ella se quedó sin techo. Acabó durmiendo al aire libre una semana, hasta que oyó hablar del refugio de GLNPO.
Refugio temporal
Incluso después de que el alto el fuego mediado por Estados Unidos entrase en vigor el 27 de noviembre, las empleadas domésticas desamparadas han continuado buscando refugio en ese almacén. Allí, 80 mujeres y tres niños esperan actualmente su turno para abandonar la zona de guerra. En el suelo desnudo, cubierto con delgadas esterillas y mantas ligeras, sin sábanas, estas mujeres y sus hijos se las arreglan con las pocas pertenencias que lograron salvar o adquirir después de ser desplazadas. Decenas de mujeres preparan sus comidas en una cocina improvisada y humildemente equipada. Parte de la pocas prendas que conservan se reparten en tendederos y vuelven a usarse antes incluso de que se sequen bien.
Despojadas de sus documentos de identidad y pertenencias personales—a menudo no tienen más ropa que la llevan puesta—, el conflicto ha dejado a las trabajadoras domésticas migrantes en una situación de vulnerabilidad
Atrapadas en un ciclo de trabajo forzado
Organizaciones como Caritas Líbano también se han movilizado para ofrecer ayuda en estos casos, desde refugio y atención médica, hasta apoyo para el retorno voluntario y seguro a sus países de origen. “Inicialmente acogimos a 70 trabajadoras y a sus hijos, de los que solo han quedado 15, y el resto obtuvo la autorización de los papeles para volver, con la ayuda de sus embajadas, la seguridad del Estado y la OIM”, explica Hessen Sayah, responsable del Centro de Migrantes de Cáritas Líbano. Sayah añade que los centros de Cáritas recibían y ayudaban constantemente a los refugiados, y ahora acogen a 50 trabajadores, en su mayoría de Sri Lanka, Kenia y Etiopía.
La Asociación Internacional Amel ha transformado sus centros en refugios para estas trabajadoras, donde ofrecen programas de capacitación enfocados en salud, apoyo psicológico y asistencia legal. “Amel ha trabajado en campañas de defensa para abolir el sistema de patrocinio esclavista, además de asegurar su transporte de regreso a sus países después de completar su documentación legal”, afirma Lamia Ramadan, activista que apoya a comunidades marginadas, en una entrevista por teléfono.
Mohana Ishak es abogada y jefa de Asuntos Legales y Defensa en el Departamento contra la Trata de Personas de KAFA, organización que atiende a víctimas de tráfico y prostitución. Ella culpa al sistema de patrocinio del Líbano de las difíciles circunstancias que enfrentan las trabajadoras domésticas. “Este sistema es similar a la esclavitud moderna”, argumenta, ya que estas trabajadoras a menudo carecen de derechos y protecciones básicas. Muchas entran a Líbano bajo falsas promesas, solo para encontrarse atrapadas en un ciclo de trabajo forzado”, explica Ishak, lo que complica sus esfuerzos por regresar a sus países.
KAFA ha podido proporcionar servicios médicos, sociales y psicológicos, así como programas de rehabilitación para trabajadoras domésticas que han sido víctimas de violencia y explotación. Pero, a pesar de estos esfuerzos colectivos, las necesidades de las trabajadoras desplazadas superan los recursos disponibles. “Describimos a estas trabajadoras como migrantes en crisis dentro de una crisis”, sentencia Sayah, de Cáritas.
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