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¿Me quedo o me voy? Los dilemas de la reconstrucción de la ocho veces destruida Antioquía

La reconstrucción avanza con lentitud en la ciudad milenaria, que descansa sobre una falla, y que fue derruida por un devastador terremoto el año pasado. Un cuarto de sus habitantes se han ido

Ceremonia en honor a miembros de la comunidad cristiana ortodoxa fallecidos en Antioquía en el terremoto de febrero de 2023
Ceremonia en honor a miembros de la comunidad cristiana ortodoxa fallecidos en Antioquía en el terremoto de febrero de 2023 en la iglesia de Macunzus de Alejandreta el pasado 28 de eneroAndrés Mourenza
Andrés Mourenza

“Ven, ven, ¿quieres ver un resto arqueológico?”, pregunta con aire misterioso un vecino en el devastado centro de Antioquía. Tras cruzar un solar cubierto de cascotes, el hombre señala un lugar protegido por cintas: en el hueco dejado por uno de los edificios derruidos, unos desgastados escalones de mármol llevan a un arco de piedra semienterrado. Más allá, en la parcela vecina, asoma lo que bien podría ser una antigua bóveda. Es como si el terremoto del año pasado hubiera dejado al descubierto las entrañas de la milenaria ciudad.

“Los terremotos han destruido Antioquía siete veces. Esta es la octava”, afirma, utilizando una frase que repiten muchos de los habitantes que se han quedado en ella tras la devastación causada por el seísmo. Una frase para darse algo de esperanza ante los lentos avances en la reconstrucción. La cuestión es si, como en las anteriores ocasiones, será capaz de resurgir de sus cenizas la ciudad fundada por uno de los comandantes de Alejandro Magno, Seleuco I Nicátor; aquella donde ―según la Biblia― “por primera vez llamaron cristianos a los discípulos” de Jesús y donde predicaron San Pedro y San Pablo; la que fue tercera mayor población del Imperio romano y sede de uno de los reinos Cruzados; la que enfrentó a Francia, Turquía y Siria en la Sociedad de Naciones y fue capital de la efímera República de Hatay (los fans de Indiana Jones la reconocerán).

Los dos terremotos de magnitud 7,5 y 7,8 que sacudieron el sur de Turquía y el norte de Siria el 6 de febrero de 2023, más otro de 6,4 dos semanas después, destruyeron o convirtieron en inhabitables unas 250.000 viviendas en la provincia de Hatay. “Mucho de los que tienen dinero se han ido, a otras provincias o al extranjero”, explica el presidente del Colegio provincial de Ingeniería Civil, Inal Büyükasik. Los resultados del censo de finales del año pasado indican que el municipio de Antioquía ha perdido casi 100.000 de sus 400.000 habitantes.

Una de las mezquitas de Antioquía en ruinas un año después del terremoto que sacudió el sur de Turquía y el norte de Siria
Una de las mezquitas de Antioquía en ruinas un año después del terremoto que sacudió el sur de Turquía y el norte de SiriaAndrés Mourenza

Hatay es conocida como una de las provincias más cosmopolitas de Turquía: turcos, árabes, kurdos y armenios; musulmanes suníes y alauíes, cristianos de variadas iglesias y judíos. De esta riqueza cultural, de su exquisita oferta gastronómica, de su ambiente liberal y tolerante, Antioquía había hecho un imán para el turismo local y extranjero. “Esto antes estaba a rebosar de gente, ahora no hay nada. Ha pasado un año y seguimos como si el terremoto hubiera sido ayer. Ni en diez años nos recuperaremos”, se queja Nihat, que vive sobre unos colchones en la trastienda de su modesto restaurante de kebab. El edificio se mantiene en pie, con algunos pisos ligeramente dañados por el edificio vecino, que cayó sobre él. En frente, se despliegan varios solares llenos de cascotes y ruinas. Cuesta reconocer en ellos el bullicioso centro de Antioquía, con sus bares y cafeterías, sus edificios históricos, sus templos.

Todo ese rico pasado corre el riesgo de desaparecer. De la cercana iglesia protestante solo quedan los escalones de entrada; de la ortodoxa apenas unos muros y el campanario tumbado sobre los escombros. La mezquita del santo Habib el Carpintero ―un mártir cristiano venerado por los musulmanes― con su minarete del siglo XIII, también está en ruinas. La comunidad hebrea ya estaba en vías de extinción y el terremoto, en el que falleció la última pareja que quedaba, Saul y Fortüne Cenudi, y que destruyó la sinagoga “ha puesto fin a 2.500 años de presencia judía” en esa tierra, lamenta la Comunidad Judía de Turquía. Del millar de cristianos que habitaban en Antioquía antes del seísmo, solamente quedan 20; el resto se ha ido a otras localidades de la provincia de Hatay o a las grandes ciudades de Turquía.

Le decimos a nuestros jóvenes que no se vayan, que esta ciudad es una herencia dejada por sus antepasados, pero aquí no queda nada y no tienen oportunidades
Trifon Yumurta, párroco

“Le decimos a nuestros jóvenes que no se vayan, que esta ciudad es una herencia dejada por sus antepasados, pero aquí no queda nada y no tienen oportunidades, así que me temo que seamos la última generación de cristianos”, opina el párroco Trifon Yumurta. “Es una situación muy dura para todos, nuestros hermanos alauíes y suníes, nuestros hermanos judíos y armenios, todos los que compartíamos el mismo aire. Ahora la comunidad cristiana se ha dispersado”, lamenta el padre Dimitri Dogum. Él mismo oficia en la vecina Alejandreta, porque su iglesia de Antioquía ya no existe, y no sabe si podrá reconstruirla (el montante ofrecido por el Ministerio de Cultura únicamente cubre la mitad de lo necesario para restaurar el templo), pero tiene esperanza: “La comunidad regresará a Antioquía, aunque nos lleve tres, cinco años. Jesús nos ayudará”.

El emplazamiento de la ciudad, desde luego, no es el más idóneo: sobre la falla de Anatolia Oriental y en los terrenos de aluvión del Orontes, río que ha cambiado el curso varias veces a causa de los temblores de tierra. Esto ha devastado la ciudad en varias ocasiones, por ejemplo, durante el terremoto del año 115, que sepultó al emperador Trajano bajo los escombros -aunque salió ileso-, o en el siglo VI, cuando varios seísmos de magnitud 7 o superior mataron a cientos de miles de personas. O los del siglo XII. O el de 1872. Lo cual hace preguntarse si es razonable seguir viviendo en ese lugar. “La ingeniería permite construir en cualquier sitio, bajo el mar o en Marte, así que se puede hacer, basta que tengamos buenos datos”, afirma Büyükasik: “El problema es que hasta ahora se nos pedía construir teniendo en cuenta terremotos de fuerza 7, y los que tuvimos fueron mucho mayores [la escala de magnitud es logarítmica, por lo que cada décima significa que un terremoto es varias veces mayor]”.

La iglesia ortodoxa de San Pedro y San Pablo de Antioquía en ruinas un año después del terremoto que sacudió el sur de Turquía y el norte de Siria
La iglesia ortodoxa de San Pedro y San Pablo de Antioquía en ruinas un año después del terremoto que sacudió el sur de Turquía y el norte de SiriaAndrés Mourenza

El presidente del colegio de ingenieros opina que debería aprovecharse la destrucción para diseñar la ciudad de nuevo, de forma más segura, garantizando buenos servicios públicos y respetando su esencia. Pero los planes de reconstrucción, de momento, no son transparentes, y el Gobierno de Turquía ―que ha expropiado temporalmente buena parte del centro― no los ha compartido ni con el gobierno municipal, en manos de un partido de signo contrario, ni con las organizaciones sociales. En el aniversario del terremoto, el presidente turco, el islamista Recep Tayyip Erdogan, advirtió de que si las autoridades locales no se alinean con el Gobierno central “nada llegará a la ciudad”. Lo que el jefe de la oposición, el centroizquierdista Özgür Özel, denunció como “un chantaje” para que los antioquenos voten por el partido de Erdogan en las elecciones municipales del día 31.

Misel Uyar no puede evitar ponerse a llorar mientras pasea por el centro de Antioquía. “No solamente se han destruido los edificios, también los recuerdos de la gente, la memoria. Y lo que más me entristece es ver que no se hace nada por ayudar, que no se arregla nada”. Muchos temen que la “nueva Antioquía” no respete la esencia del lugar, su multiculturalidad, que la ciudad sea asimilada por la ideología islamo-nacionalista dominante. Por eso, este joven maestro y otros compañeros de la iniciativa Nehna (nosotros, en árabe) han creado un “mapa de la memoria” donde, además de señalar los antiguos monumentos de Antioquía, los usuarios pueden publicar fotografías de sus momentos más preciados.

No solamente se han destruido los edificios, también los recuerdos de la gente, la memoria. Y lo que más me entristece es ver que no se hace nada por ayudar, que no se arregla nada
Misel Uyar, maestro

Cae la noche de un sábado y comienzan las pruebas de sonido en Rosinante, bar nombrado en honor a la montura de Don Quijote y situado en una de las tradicionales casas de piedra del centro de Antioquía. Su dueño, Dogus Genç, lo inauguró unos meses antes del fatídico 6 de febrero de 2023, tiempo suficiente para que se convirtiese en uno de los locales de referencia de la noche antioquena. Recientemente, ha sido reabierto, tras meses de esfuerzo personal de Genç y sus amigos por reconstruir el edificio exactamente tal y como era, con cada piedra, cada cartel, cada mesa, exactamente en su lugar anterior. Incluso algunas botellas de vino que sobrevivieron intactas al seísmo. “El terremoto ha destruido nuestra ciudad, y eso ha hecho que la gente empiece a olvidar cómo era. Al cruzar la puerta de Rosinante, en cambio, entra a un lugar que es exactamente igual que antes, y empieza a recuperar sus recuerdos de la ciudad. Y eso ofrece esperanza”.

Hay algo sisífeo en esta voluntad por reconstruir la ciudad de quienes quedaron en Antioquía. En esta voluntad de cargar la piedra montaña arriba sabiendo que los hados la arrojarán de nuevo al vacío, en 20, 100, 500 años. Que habrá nuevos terremotos que quizás destruyan todo lo que con tanto esfuerzo construyeron. “Sí, hay gente que se ha ido, pero muchos se han quedado. Gente que podría tener vidas más fáciles en otra parte. Eso refleja la originalidad de Antioquía, su sentimiento de comunidad”, sostiene Genç.

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