Una película como ejercicio de nostalgia, amor por las letras y denuncia política
El escritor annobonés Juan Tomás Ávila Laurel y el realizador catalán Marc Serena pasean el documental ‘El escritor de un país sin librerías’ por filmotecas y cinefórum para denunciar la situación de Guinea Ecuatorial
Una veintena de personas se acerca a la Filmoteca Canaria en Las Palmas de Gran Canaria cuando empieza a oscurecerse el cielo. Es un martes de julio, y en el escenario del Teatro Guiniguada, el escritor guineano Juan Tomás Ávila Laurel (Annobón, 1966) se enfrenta al público casi en la intimidad. Le escoltan el periodista Antonio Bordón, el realizador Marc Serena y la escritora Elsa López. Serena es autor de un documental sobre las tchindas, transexuales caboverdianas, que también se proyectó en la Filmoteca Canaria hace apenas unas semanas. Además, firma un libro sobre la homosexualidad en el continente africano, titulado ¡Esto no es africano!.
Elsa López ejerce de editora, escritora y mil cosas más. Vive en La Palma, pero nació en Guinea Ecuatorial, de donde se marchó por llevar mal las cosas del colonialismo, cuando tenía apenas 16 años. Juan Tomás Ávila Laurel, nuestro protagonista, es uno de los autores más prolíficos de Guinea Ecuatorial, traducido a varias lenguas, y un activista convencido. Red Burdel es el último título de la lista de textos que él firma y que incluye novelas y ensayos sobre múltiples temas, desde la situación de su país hasta una distopía futurista, Panga Rilene. Entre esos títulos destaca Arde el monte la noche, que fue elegido por el Financial Times como uno de los libros a no perderse allá por 2014.
Ávila Laurel nació en una isla que se divide entre el dorado de la arena y el verde de la selva, engarzada en el Océano Atlántico y parte de una exprovincia española llamada Guinea Ecuatorial. Se formó como enfermero antes de llegar a las letras y trabajar en el Centro Cultural Español de Malabo. Abandonó su país a consecuencia de una huelga de hambre en 2011 y hoy se exilia en Cataluña, donde sigue escribiendo y paseando por institutos y encuentros de escritores. En ellos se codea con autores como Najat El Hachmi o Donato Ndongo, habla en su lengua y quienes le presentan explican que sus últimas obras se imprimen directamente en inglés y se traducen a otras lenguas, transitando sin pena ni gloria el mercado español.
Sonríe poco y lo observa todo, es de verbo directo y cree en el compromiso del intelectual para cambiar la realidad a mejor. Por eso se prestó a protagonizar un documental, que lo llevó de vuelta a Malabo en mayo de 2018 y que toca múltiples palos, desde lo que pasa por las mentes de los creadores guineanos al papel de la iglesia católica en la cotidianeidad del país o la situación política actual. De fondo, suenan las voces de Concha Buika o Negro Bey. El título, El escritor de un país sin librerías (que tuvo siete candidaturas en los Goya 2020), resulta poético y doloroso a un tiempo.
El documental arranca con su partida de nacimiento en latín, su infancia sin fotos y pizarras de escuela donde repetir palabras sin sentido para un niño annobonés: amapola, jaula, indio, burro, dado, jaula. Utiliza su lengua para explicar cómo recibían azotes y les encerraban en clase a la hora del almuerzo si tenían la ocurrencia de comunicarse en su lengua en el colegio y rememora con nostalgia las pelotas de hojas de malanga y las zambullidas en el mar al terminar las clases. La nostalgia se lee en cada movimiento del autor en España, mientras compra en el mercado, da una conferencia, señala su país en un mapa escolar. De espaldas a ese doble tropicalizado que tenemos a la orilla del Ecuador, los alumnos de bachillerato españoles no comprenden cómo se les pudo pasar un país africano, aunque pequeño y recóndito, de su mapa de la hispanidad que pone el acento sobre Latinoamérica y silencia su africanismo.
De regreso a su país, Serena lo retrata junto a su familia. En el centro de la imagen se sitúa la abuela, risueña, y el protagonista explica que sus parientes no le leen, que el vértice de la vida familiar es esa anciana. Las imágenes se suceden con carteles que despiertan ecos en sus lectores españoles: Monserratina, churrería, Estrella Dam. Se disputa un partido del Mundial que enfrenta a España y Portugal y los espectadores, en una terraza en la calle, claman sus “arriba España” enfervorecidos.
Trifonia Melibea Obono insiste, en una pequeña tertulia que los une, en que la gente quiere leer en Guinea y explica cómo recorre las calles, cargada con libros para vender, su número de teléfono garrapateado como extra, antes de afirmar que el activismo es la antesala de la cárcel en Guinea. A su lado, el dramaturgo y escritor Recaredo Silebo Boturu, confundador de la compañía teatral Bocamandja, lanza que hay que aprovechar la presencia de Juan Tomás en el país para pasearlo por las universidades, para que sea referente.
El rapero Negro Bey se persona en la tertulia y le cuestiona su decisión de abandonar la huelga de hambre y abandonar Guinea. En el Instituto Francés, una representación de Bocamandja acaba en una discusión que amaga con volverse amarga y se disuelve entre cervezas en una terraza. La celebración del cumpleaños de Teodoro Obiang, presidente del país, se eterniza en la televisión y el Instagram de su hijo Teodorín se plaga de excentricidades. Negro Bey rapea en la calle su Carta al presidente hasta que le interrumpe un viandante, increpándole las traiciones. Juan Tomás apaga la radio, harto del cumpleaños presidencial. Compra pescado. Va a buscar agua. Glosa los apagones. Regresa a Cataluña.
Cuenta que quiso enviar una postal desde el país y una conocida de Correos le contó que ponen los sellos, pero jamás envían las cartas. De camino al aeropuerto, las autopistas se desperezan, elegantes, hacia los rascacielos. Vacías.
El momento del debate se llenó de nostalgia, amor a la literatura y denuncia, de recuerdos de la conexión entre España y Guinea Ecuatorial y de rebeliones. El documental pretende continuar su periplo por festivales, filmotecas y encuentros de diversa índole, apoyado en la complicidad entre su protagonista y su autor y desde una indignación calma. Ambos señalan que el desconocimiento español de su pasado, la ignorancia del vínculo lingüístico e histórico que le une con Guinea, es una constante en cada pase del documental. La política guineana es, también, un enigma entre la mayor parte de los españoles, a pesar de la presencia continua de guineanos y de sus hijos y nietos entre nuestras fronteras. Tenaz, inasequible al desaliento, Juan Tomás Ávila Laurel proyecta más textos, más conferencias, más actos en los que tender puentes y borrar silencios, armado con el propósito de que nos importe Guinea.
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