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Boko Haram: las heridas que no se ven

Sanar a las víctimas del grupo terrorista yihadista en el extremo norte de Camerún no es fácil. Un programa busca romper los silencios que provoca el miedo

Un vecino de Machichia (Camerún) observa las casas del pueblo desde la lejanía.
Un vecino de Machichia (Camerún) observa las casas del pueblo desde la lejanía. Xavi González Rodrigo

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Cuando regresó a su casa, tras haberse refugiado con su familia en las montañas cercanas, Mgalai encontró la mitad de su aldea quemada. Los asaltantes también se habían llevado todo el ganado y las cosechas almacenadas en los graneros. En sus muchos años de vida dice no haber visto nada igual. Su hogar se salvó de la quema y ahora acoge a otras familias que tuvieron peor suerte. Todos comparten lo poco que tienen para comer, pero el alimento no es suficiente y han tenido que reducir las raciones. Dice que ninguna autoridad se ha acercado hasta ellos para ver qué ha sucedido u ofrecer algún tipo de ayuda. El único auxilio recibido les ha llegado de la ONG española Zerca y Lejos que les ha donado, entre otras cosas, alimentos y productos de primera necesidad.

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Mgalai aparenta más de sesenta años. Viste todo de blanco con una kufiyya (pañuelo tradicional de Oriente Medio) alrededor del cuello. Es un anciano respetado que ostenta el grado más alto dentro de la religión tradicional del pueblo hide, uno de los grupos étnicos que habitan en los montes Mandara, en el extremo norte de Camerún, en la frontera con Nigeria.

“No entiendo cómo gente que no conocemos, a la que nunca hemos hecho nada malo, a la que no le hemos robado sus mujeres, a la que no le hemos matado sus hijos, ni robado su ganado, actúa así”. No puede continuar su discurso porque se emociona y se le entrecorta la voz. Cuando se repone, añade: “Que te quemen la casa y te roben tus medios de subsistencia es terrible, pero son aún peores las heridas que nos quedan y que no se ven. Toda la vida viviremos con el miedo de que algo así se vuelva a producir, seguiremos llorando a los que asesinaron. Hay muchas heridas que no se ven y que no son fáciles de curar”.

No entiendo cómo gente que no conocemos, a la que nunca hemos hecho nada malo, a la que no le hemos robado sus mujeres, a la que no le hemos matado sus hijos, ni robado su ganado, actúa así

Las palabras de Mgalai son compartidas por todos los presentes. Ellos también se emocionan. Sucede el 16 de enero de 2021 durante la jornada de lanzamiento del Programa de Paz y Reconciliación, en la localidad de Tourou, en el corazón de los montes Mandara. Una iniciativa de Zerca y Lejos, con apoyo financiero de Manos Unidas, que pretende dar apoyo y ofrecer oportunidades a las víctimas del conflicto.

Los montes Mandara, en la región del extremo norte de Camerún, han protegido durante siglos a los habitantes de sus pueblos de la islamización forzada, de los cazadores de esclavos y de la colonización. En las alturas de Tourou, en la frontera con Nigeria, hides, mafas, fulbés, gossis y vengos conviven y comparten la escasez de recursos. El paisaje está cortado en terrazas que trepan las colinas y sortean grandes moles de granito dispersas por todo el territorio. En ellas se cultiva principalmente mijo y judías. Vacas, cabras y ovejas, guiadas por niños en busca de agua y pastos, contemplan la postal. Todo rezuma paz. Pero esta es solo un espejismo; la verdadera realidad, como las heridas a las que se refería el anciano hide, no se ve. Desde 2014, esa aparente armonía se ha visto rota por la llegada del grupo terrorista Boko Haram. Después de varias batallas con el ejército camerunés, los yihadistas se asientan en las colinas, justo al otro lado de la línea imaginaria que divide Camerún de Nigeria y desde allí lanzan sus ataques sobre los indefensos pueblos.

FOTOGALERÍA | LOS QUE SOBREVIVEN A BOKO HARAM. A Belfet Keleved, los terroristas le quemaron su casa y sus campos. Ahora vive desplazado en Ndrok junto a sus dos mujeres y sus hijos.
FOTOGALERÍA | LOS QUE SOBREVIVEN A BOKO HARAM. A Belfet Keleved, los terroristas le quemaron su casa y sus campos. Ahora vive desplazado en Ndrok junto a sus dos mujeres y sus hijos. Chema Caballero

“Anoche mismo, los terroristas atacaron Gossi, y hubo un muerto. El comité de vigilancia avisó al Ejército de su llegada, pero los soldados no salieron de su base, ¿qué podemos hacer ante tanta indefensión? ¿A quién podemos acudir para denunciar esta situación si parece que todo el mundo se ha olvidado de nosotros?”, pregunta Rfirka Zouriya Gambo mientras amamanta a su bebé de pocos meses. Ella es una de las ocho dinamizadoras del programa (cuatro mujeres y cuatro hombres) que junto a los animadores (dos mujeres y un hombre) y tres coordinadores, han recibido su primera formación en materias como paz y conflicto, reconciliación, derechos humanos e investigación de sus violaciones y trabajo con víctimas.

Junto a su compañero de equipo, Housa Yakoubou, Gambo recorrerá Gossi, su aldea, para explicar el programa a sus vecinos e identificar a las víctimas de la violencia terrorista. Los dos, al igual que el resto de dinamizadores, cuentan con el apoyo del lawan (jefe tradicional de una aldea) que también participan en las sesiones de formación del equipo. De esta forma, servirán de enlace con los animadores que visitarán las comunidades para entrevistar a las distintas familias e individuos con el objeto de trazar un mapa preciso de la situación de vulnerabilidad de las personas que habitan cada una de los pueblos seleccionados durante la primera fase del proyecto.

Todo ello ayudará a conocer a fondo la situación que se vive en la zona y destapar esas heridas ocultas que no se ven a simple vista. Luego, con la ayuda de los coordinadores, un abogado, un comunicador y una psicóloga, se diseñarán estrategias concretas de trabajo con las víctimas para buscar justicia, denunciar las situaciones de abusos de derechos humanos y crímenes contra la humanidad a la que se enfrentan y encontrar fórmulas que puedan ayudarlas a superar su dolor. Esta tarea será la más complicada y los caminos a seguir tienen que ser diseñados entre todos los miembros de la comunidad, son ellos los que mejor conocen qué herramientas les ayudarán a salir de su situación.

“No es fácil denunciar la situación de abandono y desprotección en la que se encuentran los habitantes de Tourou en un país como Camerún donde cualquier palabra que pueda ser sospechosa de contener una crítica al Gobierno o a las instituciones puede acarrear graves consecuencias”, comenta el abogado del proyecto. Tanto él como el responsable de comunicación buscan fórmulas para poder contarlo sin poner en riesgo la vida o agravar el sufrimiento de las personas que son víctimas directas de la violencia de Boko Haram en Turou.

La labor se presenta difícil, sobre todo ante la aparente desidia del Ejército camerunés, incluidas las Brigadas de Intervención Rápida (BIR), un cuerpo de élite también desplegado en la zona. De hecho, muchos aldeanos acusan a las fuerzas de seguridad de complicidad con los terroristas. Todas las esperanzas de esas mujeres y hombres están depositadas en los avisos que los comités de vigilancia voluntarios que patrullan los límites de sus comunidades dan cuando detectan movimientos de los terroristas, lo que permite a los vecinos abandonar sus casas y refugiarse en los montes antes de que los yihadistas entren es sus pueblos.

Emmanuel Viziga, es el coordinador de los comités de vigilancia de Tourou. Recorre el territorio en su moto animando a los 265 hombres que vigilan las fronteras de sus aldeas, armados con arcos, flechas y machetes, en busca de cualquier movimiento extraño. “Cuando los terroristas llegan se llevan cultivos, vacas y ovejas, queman casas, violan y matan. También secuestran a campesinos a los que hacen cultivar sus tierras o a niños para utilizarlos como soldados”, explica Viziga.

Son pocas las personas que se atreven a expresar en público sus intuiciones o hablar del sufrimiento que cargan en sus corazones

Cuando los terroristas son detectados, los vigilantes avisan con sus silbatos para que los ciudadanos busquen refugio. También alertan a los militares destacados en la zona, pero estos pocas veces abandonan sus bases, se queja Viziga. “Numerosas veces les hemos dicho que se preparaba un ataque, les hemos indicado la ruta por donde iban a entrar, y ellos ni se han movido. Es posible que Boko Haram les pague para que no intervengan”.

Son pocas las personas que se atreven a expresar en público sus intuiciones, o hablar del sufrimiento que cargan en sus corazones. El miedo y las sospechas de que el Gobierno pueda tener espías infiltrados para reportar cualquier crítica, generan silencio. Las víctimas no se atreven a hablar de su dolor, de los muertos enterrados, de la preocupación por los desaparecidos, de las pérdidas económicas. Siguen sus vidas con apariencia de normalidad, intentando reprimir todo su sufrimiento y enterrando sus heridas en lo más profundo de ellas mismas.

Para paliar esta situación, el programa de Paz y Reconciliación diseñado por Zerca y Lejos, que lleva desde 2008 trabajando en la zona, con financiación de Manos Unidas, quiere empoderar a esas personas y dotarlas de las herramientas necesarias para que puedan hacer oír su voz y sanar.

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