Ifrah Ahmed y las etapas de una vida mutilada: “Tuve el peor corte. Me cortaron todo”
La travesía de la refugiada somalí, desde la huida de su país hasta convertirse en una de las activistas más influyentes de Europa contra la ablación, se narra en la película ‘Una chica de Mogadiscio’. Hoy, Día Internacional contra la Mutilación Genital Femenina, cuenta que quiere “ser la voz y no la víctima”
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Una caótica geometría de tiendas de campaña de colores, quizá un campo de refugiados. Las niñas juegan y ríen a cámara lenta, mientras una anciana desliza algo de dinero en la mano de un hombre que ha llegado en coche y se dirige a una tienda. Cambio de escena; nos encontramos en las calles deshechas de una ciudad aterradora. La guerra retumba a través de los escombros humeantes y una niña con velo corre buscando algo. Cuando llega a una casa destripada y polvorienta, llamando a un padre que no está, aparecen hombres armados. La miran fijamente con ojos feroces, la rodean. La violan, brutalmente. La encontramos de nuevo en su campo de refugiados, entre los brazos de su abuela, mientras el hombre de la primera escena se afana con aguja e hilo entre sus piernas.
Así empieza, con la crónica terriblemente descarnada de una doble infibulación —un tipo de mutilación genital—, la película A Girl from Mogadishu (Una chica de Mogadiscio) de la directora irlandesa Mary McGuckian, que ha querido contar en forma de ficción una historia que, sin embargo, es real de principio a fin: la vida de Ifrah Ahmed, una refugiada somalí en Dublín, ayer fugitiva aterrorizada y analfabeta y hoy una de las activistas más influyentes de Europa contra la mutilación genital femenina. Un relato que hoy, en el Día Internacional de Tolerancia Cero para la Mutilación Genital Femenina, impacta con más fuerza.
Ahmed nos habla por teléfono desde su casa en Irlanda, con el llanto de la pequeña Sarah, su primera hija, nacida hace poco menos de un año, como música de fondo. “Fue el momento más feliz de mi vida”, bromea ella, que tiene “31 o 32 años”. No lo sabe exactamente. “En Somalia es difícil registrar los nacimientos”. El contacto de su pequeña esboza el último fotograma de la revancha de Ahmed contra el destino, que comenzó en 2006, en cuanto logró dejar Somalia en llamas para llegar a Europa.
Durante ese viaje clandestino, primero en una camioneta hasta Addis Abeba y luego en avión acompañada por un traficante, Ifrah estaba convencida de que se dirigía a Estados Unidos a ver a una tía. En cambio, se encontró en zapatillas y cubierta solo por su velo en Dublín, frente a un centro para solicitantes de asilo. En sus días de absoluta desorientación, no podía imaginar que poco tiempo después organizaría manifestaciones por los derechos de las mujeres, ganándose la admiración del entonces ministro de Exteriores Joe Costello y de su esposa Emer, que sería elegida luego para el Parlamento Europeo, y empujaría al Estado irlandés a dar un paso más allá: una ley, aprobada en 2012, castiga a quienes practican la escisión con una pena de prisión de hasta 14 años y una multa de 10.000 euros.
Se encontró en el sillón de un ginecólogo que la observaba consternado, preguntándole cómo se había hecho semejante herida en los genitales. “En ese instante”, dice Ahmed, “me di cuenta de que el corte de nuestra tradición ahora es inaceptable.Ifrah Ahmed, refugiada somalí y activista
“Yo fui el rostro de la campaña que llevó a la ley presionando al Gobierno irlandés”, recuerda ahora Ifrah, “La ley es un paso fundamental, porque se condena incluso a quienes llevan a sus hijas fuera de Irlanda, a sus países de origen, para realizarles el corte. Ahora nadie tiene excusa”.
Para Ifrah Ahmed, el impulso, el deseo ardiente de “ser la voz y no la víctima”, como le gusta repetir, surgió poco después de llegar a Irlanda. Para tramitar la solicitud de asilo, tuvo que someterse a un reconocimiento médico. Se encontró en el sillón de un ginecólogo que la observaba consternado, preguntándole cómo se había hecho semejante herida en los genitales y demostrando que desconocía totalmente el tema. “En ese instante”, dice Ahmed, “me di cuenta de que el corte de nuestra tradición ahora es inaceptable. Amo mi cultura, mi comida, mi ropa. Me gusta todo de mi Somalia, pero quiero ver el fin de los abusos contra las mujeres, como la violencia sexual, la mutilación genital, los matrimonios forzados. Son violaciones de los derechos humanos y estoy convencida de que toda niña tiene derecho a elegir por sí misma lo que afecta a su vida”.
Ifrah también se dio cuenta de que había que instruir a los médicos y a los trabajadores sociales sobre la mutilación genital, para acoger mejor a las mujeres refugiadas. Y empezó a hablar de la infibulación con otras somalíes, que siempre han considerado tabú este tema. “Mi abuela”, les decía, “me hablaba de los tres dolores femeninos: la circuncisión, la noche de bodas, el primer hijo”. Después de aprender inglés, estudiando desesperadamente día y noche, consiguió contar su historia personal a asistentes sociales y a una delegación política: cómo la abuela organizó la ceremonia del corte, cómo llegó el tío médico para mutilarlas a ella, a su hermana y a seis primas. Antes de que llegara su turno, Ifrah oía los gritos en la cabaña, pero no podía escapar. La abuela mantenía quietas a las niñas mientras el tío “operaba”, echando agua hirviendo sobre la cuchilla para desinfectarla después de cada corte. Después, Ifrah permaneció con las piernas atadas durante 40 días, tumbada de lado para soportar el dolor. “Tuve el peor corte, me cortaron todo”. Una de las niñas tendidas junto a ella gritaba sin cesar, presa de una infección. Cuando calló, las demás se dieron cuenta de que estaba muerta.
Una de las niñas tendidas junto a ella gritaba sin cesar, presa de una infección. Cuando calló, las demás se dieron cuenta de que estaba muertaIfrah Ahmed, refugiada somalí y activista
Todos estos recuerdos construyeron una nueva Ahmed, luchadora y decidida a proteger a las niñas del horror de la mutilación genital porque, como ella sostiene, “la mejor manera de arreglar el pasado es centrarse en el futuro”. En 2010 fundó la asociación United Youth of Ireland (Juventud Unida de Irlanda) para brindar apoyo a jóvenes migrantes y refugiados, incluso para la puesta en marcha de actividades económicas. También en 2010 nació la Fundación Ifrah, centrada en la lucha contra la ablación.
Una superviviente en el Parlamento
Llevó su doloroso testimonio ante el Parlamento Europeo y Naciones Unidas, participó en campañas de concienciación de la Agencia de la ONU para los Refugiados y, finalmente, cuando obtuvo la ciudadanía irlandesa en 2013, pudo regresar a su Somalia. “Quería emprender también en mi país de origen un camino por los derechos de las mujeres, pero ante todo quería volver a ver a mi abuela, la mujer más importante de mi vida, modelo de fuerza e integridad y, al mismo tiempo, la responsable de que sufriera la infibulación. Quería preguntarle por qué, entender y hacer que entendiera. La encontré hostil: algunos sitios web somalíes habían compartido un artículo del Irish Times sobre mí, y estaba enfadada porque había hablado mal de una de nuestras tradiciones. Pero después me abrazó y me explicó con cariño que es una de nuestras tradiciones, algo normal en la vida de una mujer; que, si en la noche de bodas el marido ve que la novia no está infibulada, cava un agujero fuera de la casa que equivale al repudio. Mi abuela murió en 2015 y para mí supuso un gran dolor: me habría gustado volver a hablar con ella, comprender más profundamente, convencerla de lo importante que es para las niñas estar seguras, protegidas y tener derecho a tomar libremente sus propias decisiones. Exactamente lo que quiero para mi pequeña Sarah“.
En Mogadiscio, Ifrah Ahmed se convirtió en asesora del Gobierno para cuestiones de género y de derechos humanos, y solicitó al presidente somalí una ley contra la infibulación, que ha superado el millón de firmas. La ley aún no existe, “pero no me detendré hasta que se apruebe”, asegura, mientras trabaja en Somalia con su fundación, con programas de sensibilización en las comunidades. “Llevará tiempo”, admite, “es difícil cambiar una mentalidad tan arraigada, pero al final lo conseguiremos”.
Una de las frases más bonitas de A Girl from Mogadishu es la que se dicen Ahmed y su amiga Amala: “Al final todo saldrá bien, y si no sale bien, significa que todavía no es el final”. La película narra con todo detalle este camino, tan accidentado como lleno de esperanza y tenacidad. La directora Mary McGuckian e Ifrah Ahmed se conocieron por casualidad en el Festival de Cine de Cannes, donde la joven somalí participaba en un evento benéfico de la ONU. La historia de Ifrah conquistó a McGuckian. “Me dijo: ‘Ifrah, no te prometo que pueda hacer una película sobre ti, pero lo intentaré’”, recuerda la joven, “y comprendí que pondría en ello auténtica pasión, porque quería concienciar sobre el tema”.
Fue la primera vez que Ifrah Ahmed contó su historia por completo, frente a una cámara. En una habitación de hotel de Dublín, frente al director y dos cámaras, durante dos días completos. “Lloré al revivirlo todo, sintiendo emociones fuertes, entre el dolor y la felicidad”, confiesa Ahmed. Los cámaras también lloraban. Y Mary McGuckian, al escucharla, tuvo la certeza de que “el carácter de Ifrah es extraordinario”, declara. “Es una persona increíblemente carismática y atractiva, que cuenta una historia de resiliencia aportando un rayo de luz”.
La película, que se puede ver en Internet (de momento solo en inglés), en los cines virtuales que aparecen en el sitio web de A Girl from Mogadishu, es una coproducción irlandesa y belga y ya ha ganado varios premios, incluido, en 2020, el de “Cine por la paz y los derechos de la mujer” del Festival de Cine de Berlín. Ifrah es interpretada por la actriz californiana Aja Naomi King, conocida por su papel en la serie de Netflix Cómo defender a un asesino y por su interpretación en la película El nacimiento de una nación, de Nate Parker. Otro rostro familiar es el del actor nacido en Somalia, Barkhad Abdi, que en la película de 2013 Captain Phillips, protagonizada por Tom Hanks, era el pirata somalí Abduwali Muse. En A Girl from Mogadishu es el traficante que lleva a Ifrah a Dublín y que luego la persigue por la calle amenazándola con estas palabras: “Las buenas chicas no hablan mucho. Las buenas chicas respetan la familia, la religión y la tradición”.
Los somalíes de la diáspora todavía la amenazan, “por eso mi familia de Somalia no conoce mi activismo contra la mutilación genital”, revela. “Solo saben que trabajo por los derechos humanos y que apoyo a los refugiados: tengo que proteger a mi padre y a mis familiares que se quedaron en Somalia, no quiero que se conviertan en un blanco. En cuanto a mí, las acusaciones ya no me afectan; a estas alturas conozco bien mis derechos y no permito que nadie me acose”.
Niñas en riesgo en Irlanda
Hace exactamente un año, Irlanda registró su primera condena por el delito de mutilación genital femenina contra una pareja de origen africano, declarada culpable de haber practicado la escisión a su hija, que aún no había cumplido los dos años. La sentencia fue de cinco años y medio de prisión para el marido y cuatro años y nueve meses para la mujer. Un informe de Eige, el Instituto Europeo para la Igualdad de Género, informa de que en Irlanda residen casi 15.000 niñas, menores de 18 años, de países con esta tradición, de las cuales entre el 1% y el 11% corre el peligro de sufrirla. Según la Oficina Central de Estadísticas del Gobierno de Dublín, 5.790 mujeres residentes en Irlanda ya la han sufrido y más de 1.600 niñas están en situación de gran riesgo. “Las instituciones nacionales y europeas deberían trabajar más cerca de las comunidades de inmigrantes”, dice Ifrah Ahmed, “No quiero oír a los africanos inventar excusas como ‘No hablo el idioma, no lo entiendo, esta es mi cultura...’. Deben asimilar que existe una normativa contra la escisión, pero, decididamente, es necesario involucrarlos más para que se conciencien”.
Según la Oficina Central de Estadísticas del Gobierno de Dublín, 5.790 mujeres residentes en Irlanda han sufrido esta lesión y más de 1.600 niñas están en situación de gran riesgo
Sin embargo, desde el comienzo de la pandemia de covid-19, la gran preocupación de Ifrah es otra: no poder ir a Somalia a trabajar sobre el terreno. “Sigo los proyectos de la fundación por WhatsApp y Zoom, estoy conectada cada minuto, pero no es lo mismo”, se lamenta. “Debido a los confinamientos impuestos por la pandemia, en África se ha incrementado la mutilación genital femenina y también en Somalia, donde les recuerdo que el 98% de las mujeres la ha sufrido. Falta apoyo humanitario y, especialmente en los campamentos de refugiados, se practica mucho y muchas niñas mueren debido a las hemorragias. El cierre de las escuelas, que son lugares seguros para ellas, ha tenido un gran impacto, y ahora mismo en Somalia hay una gran necesidad de apoyo humanitario”. Palabras que también pronunció Ifrah en el Parlamento Europeo en diciembre pasado: “Hemos comenzado un viaje para hacer que las cosas sean diferentes, por estas chicas. No quiero que la covid nos detenga”.
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