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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sheinbaum y el ejemplo contra el acoso

La contundente reacción de la presidenta de México contra su agresor muestra el camino para acabar con la normalización del machismo

El País

El reciente episodio de acoso sufrido por la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum en plena calle ha revelado, con crudeza, una realidad que trasciende la anécdota. El incidente puso de manifiesto la persistente vulnerabilidad de las mujeres en los espacios públicos. Que una jefa de Estado, la primera en la historia de México, se vea expuesta a una agresión de ese tipo es un hecho de evidente gravedad institucional, pero también una expresión de una violencia social que no distingue jerarquías.

La respuesta de Sheinbaum fue inmediata: una denuncia penal y la presentación de un plan integral contra el abuso sexual. El proyecto busca unificar la tipificación del delito en todo el país, acelerar la atención a las víctimas, incluir agravantes y garantizar la reparación del daño. Se trata de una reacción con una lectura doble: reafirma la necesidad de fortalecer los mecanismos de protección institucional y, al mismo tiempo, asumir que la violencia machista es una cuestión de Estado. No basta con reaccionar ante la agresión a una figura pública; es necesario traducir esa indignación en políticas para toda la población.

Todo el episodio ha puesto en evidencia una carencia fundamental: la falta de educación y conciencia entre los hombres sobre el acoso. La mayoría de las reacciones masculinas en redes sociales ante lo ocurrido con la presidenta, minimizando la agresión, calificándola de exageración o de asunto menor, revelan hasta qué punto persiste una cultura de negación que protege al agresor y perpetúa la violencia. Esa minimización es el primer eslabón de una cadena que permite que los abusos escalen. En México, donde las mujeres viven con la constante necesidad de diseñar estrategias para protegerse, los hombres rara vez son llamados a reflexionar. La educación de género sigue dirigida a las víctimas, no a los potenciales agresores. El Estado debe actuar con firmeza, pero su intervención será limitada si no existe una transformación cultural que involucre a todos los sectores, de arriba abajo.

El caso tiene una resonancia universal. La violencia y el acoso contra las mujeres atraviesan fronteras y contextos, y su persistencia interpela a todas las sociedades. En México, con cifras de feminicidios alarmantes, el episodio cobra un valor simbólico adicional: recuerda que la inseguridad y la desigualdad no son abstracciones, sino realidades que afectan incluso a quien ocupa el cargo más alto del país. La escena evidencia que el poder político no neutraliza los mecanismos de dominación cultural.

El desafío para el Gobierno mexicano será convertir esta coyuntura en un punto de inflexión para aspirar a una transformación estructural. Desmontar un sistema patriarcal tan arraigado exige más que leyes y protocolos. La denuncia pública de Sheinbaum da ejemplo para que más hombres reconozcan qué es una agresión y más mujeres ejerzan su derecho a defenderse.

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