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Columna
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La IA distorsiona la economía estadounidense

De momento la Inteligencia Artifical está sirviendo para que un puñado de empresas y Estados especulen con sus economías nacionales

Marta Peirano

Increíblemente creativo el acuerdo de OpenAI con AMD. El segundo fabricante de GPUs para la IA después de NVIDIA se compromete a venderle seis gigavatios de chips y OpenAI se compromete a pagarlos, por una cifra secreta que puede rondar los 100.000 millones de dólares. Ahora bien, OpenAI no tiene ese dinero. Para resolver ese problema, han hecho un ejercicio de economía circular.

A cambio de comprar los chips, el acuerdo garantiza a OpenAI la opción de adquirir hasta 160 millones de acciones ordinarias; un 10% de AMD a un precio simbólico de 0,01 dólares por acción. Y atención al gambito: tiene permiso para vender estas acciones cuando el proyecto dispare su valor, y embolsarse la diferencia para comprar los chips. Es decir, el acuerdo depende de unos chips de AMD que todavía no existen, y que podrán ser pagados con un valor que sus acciones todavía no tienen, pero que en potencia tendrán basado en la capacidad de ambas empresas para manipular el mercado bursátil a su favor.

El acuerdo se anunció la semana pasada. Las acciones subieron entre un 30% y un 43%. Cien mil millones de dólares. Voilá. Presuntamente, OpenAI no accede a las primeras acciones hasta que AMD haga la primera entrega, un giga de chips en la segunda mitad de 2026. Pero el gambito parece ganador. Si todo sale bien y entrega los seis gigas acordados, la carga energética del planeta aumentará el equivalente a un Londres y una Ciudad de México juntas, bajo una administración que ha bloqueado los proyectos de energía solar y eólica en tierras públicas, ha eliminado subsidios para las privadas y ha prometido cuadruplicar la producción nacional de energía nuclear en los próximos 25 años, además de considerar los combustibles fósiles la fuente de energía prioritaria para su administración.

Por otra parte, AMD diseña pero no fabrica sus propios chips. Depende de TSMC (la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company) para fabricar sus chips gráficos y de computación. Si mañana China invade Taiwan y secuestra sus fábricas, no podrá cumplir el contrato. Y OpenAI no termina de conseguir la superinteligencia que lleva dos años prometiendo, o un modelo de negocio capaz de hacerla sostenible. Todas estas promesas podrían perderse como lágrimas en la lluvia ácida del planeta roto que queda al final de esta operación.

Un economista de Harvard llamado Jason Furman dice que las inversiones en IA representan casi el 92% del crecimiento del PIB de Estados Unidos en la primera mitad de 2025. “Sin centros de datos, el crecimiento es del 0.1%”. El Banco de Inglaterra dice que el valor del mercado de la IA es cada vez más irracional. Un valor basado en la palabra de siete empresas que siguen tratando de convencer a los inversores de que van a reemplazar a los trabajadores, mientras que el 95% de las empresas que han experimentado con sus productos dicen que todo ha salido mal.

No sabemos si la IA es la nueva electricidad. De momento está sirviendo para que un puñado de empresas y Estados especulen con sus economías nacionales y jueguen una guerra de expansión territorial sin precedentes. Al avance de los datacenters, tres acuerdos recientes a punta de pistola: la explotación de minerales críticos y tierras raras en Ucrania; el nuevo gran centro de datos de OpenAI en Argentina; el asedio a Venezuela, llena de metales y minerales necesarios para la cadena de suministro global.

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Sobre la firma

Marta Peirano
Escritora e investigadora especializada en tecnología y poder. Es analista de EL PAÍS y RNE. Sus libros más recientes son 'El enemigo conoce el sistema. Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención' y 'Contra el futuro. Resistencia ciudadana frente al feudalismo climático'.
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