El glamour de humillar a un nuevo rico
Tiene gracia. La moda es la única institución europea que aún tiene capacidad de imponer respeto a los estadounidenses


Jeff Bezos camina de la mano de la mujer para la que compró Venecia hace solo unos meses. Esta vez la pareja atraviesa la arena de los jardines de las Tullerías parisinas. El magnate neomexicano va vestido de arriba a abajo con lana de camello. Es la primera vez que el gran señor del lujo europeo le manda una invitación con su nombre escrito con pluma. Bajo un abrigo gris que le da aspecto de villano de Dick Tracy asoman unos abdominales gigantes, tanto que parecen postizos. Su esposa, también con pecho abundante bajo su chaqueta, lucha con los bajos de su falda lápiz para seguirle el ritmo a su hombre, quien no se apiada ni baja el ritmo, y va tirando de ella de una manera tan brusca que no cuesta imaginárselo con garrote en la mano en lugar de pelucazo en la muñeca. Lo de la mona vestida de seda cobra más sentido que nunca, porque todo esto ocurre a las puertas de un desfile de moda. A las puertas de otro está Meghan Markle, la influencer y foodie californiana, hija de una instructora de yoga y de un iluminador de televisión. Creció en un barrio más bien normal llamado Windsor Hills y se acabó casando con un Windsor que la convirtió en duquesa por unos meses y en mamá de pelirrojos para el resto de su vida. Es la primera vez que una gran casa de costura parisina le invita a formar parte de la primera fila, ese lugar donde se exponen los rostros de un santoral profano y efímero. Sigue siendo buena actriz. Su pose soberbia delata miedo y orgullo, su mirada altiva se podría confundir con la de las mil yardas: ser la heredera simbólica de Wallis Simpson produce estrés postraumático. Ambos —Markle y Bezos— parecen pulpos en un garaje: en París nada garantiza la pertenencia a una clase social incluso aunque el nivel de ingresos sea suficiente. Tiene gracia (y es triste) que de la moda sea la última institución europea que aún tiene capacidad de humillar a los nuevos ricos norteamericanos. Y a la vez, como diría Donald Trump: “Sad”.
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