Matanza al servicio de Netanyahu
El primer ministro israelí demuestra que no quiere la paz cuando viola la tregua y provoca cientos de muertos civiles de madrugada en Gaza


El brutal bombardeo israelí en la madrugada de ayer sobre la franja de Gaza, que ha causado más de 400 muertos y alrededor de 600 heridos, demuestra que ninguna regla ni acuerdo al que se llegue con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, es fiable y afianza la sospecha de que el líder ultraderechista israelí utiliza esta desigual guerra, en la que la población civil palestina es la gran víctima, como una estrategia política para afianzarse en el poder.
Con decenas de ataques aéreos simultáneos e intensos bombardeos de artillería desde diferentes puntos del castigado territorio palestino, Netanyahu ha hecho saltar por los aires el alto el fuego alcanzado con la milicia islamista de Hamás hace casi dos meses. Se trataba de la puesta en marcha de un laborioso plan de paz destinado a poner fin a la ofensiva militar ordenada por Netanyahu en octubre de 2023, que ha arrasado materialmente el territorio palestino, horrorizado al mundo, y hasta el momento del alto el fuego se había saldado con más de 60.000 muertos, 110.000 heridos, casi 15.000 desaparecidos, y un millón y medio de refugiados palestinos. Casi todos ellos civiles.
Netanyahu ha actuado con completa unilateralidad y con una intensidad letal contra la población civil pocas veces vista durante más de un año de conflicto. Lo ha hecho además atacando zonas que previamente habían sido declaradas como “seguras” por el mismo ejército israelí y adonde durante los meses anteriores se había animado a instalarse a centenares de miles de refugiados que habían perdido sus casas a causa de los bombardeos israelíes.
El primer ministro israelí ha usado detalles del alto el fuego para justificar lo injustificable. Las impresentables puestas en escena de Hamás durante las liberaciones de rehenes no pueden ser consideradas como un motivo válido para hundir un proceso de paz que ha costado meses alcanzar y ha contado con la intervención activa de varios países. Netanyahu asegura además que Hamás ha rechazado todas las ofertas realizadas en las negociaciones indirectas que tiene con Israel. No es esa la información que llega desde los mediadores en El Cairo.
La ruptura del alto el fuego vuelve a poner en marcha el escandaloso contador de víctimas inocentes palestinas y aumenta aún más el sufrimiento de los familiares de los 59 rehenes israelíes que, vivos o muertos, quedan por entregar. De poco ayuda EE UU. En otra demostración de incongruencia, la Casa Blanca —que fue consultada antes del ataque— pide “contención” a Netanyahu, pero a la vez vuelve a amenazar con “desatar el infierno” contra quienes “aterroricen” a Israel. El primer ministro israelí ha dado ya sobradas muestras de no necesitar mensajes tan explícitos para considerarlos un cheque en blanco. Y Washington tiene cada vez menos credibilidad cuando el presidente promueve la idea demencial de construir un resort turístico en Gaza, lo que requiere una limpieza étnica previa.
En clave interna, la matanza en Gaza coincide convenientemente con el escándalo político sobre tres asesores de Netanyahu que están siendo investigados por recibir dinero desde Qatar, aliado de Hamás. El caso ha quedado opacado por la violencia. Los hechos fueron descubiertos por el Shin Bet, la seguridad interior, cuyo jefe ha sido despedido fulminantemente por Netanyahu, quien quiere impedir por todos los medios que se le relacione con el fracaso de seguridad nacional que supuso el atentado del 7 de octubre. Netanyahu, acosado por la justicia y por la ultraderecha religiosa, ha fiado su supervivencia política a la guerra permanente, con el coste humano que sea necesario.
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