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Columna
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‘Tachia’

La actriz Conchita Quintana demuestra que las historias sentimentales pueden acabar bien

La dramaturga española Tachia Quintana en una fotografía de archivo.
La dramaturga española Tachia Quintana en una fotografía de archivo.Carlos Durán (EFE)

Aunque parezca mentira en los tiempos que corren, hay cosas que salen bien, historias que discurren con una naturalidad hermosa. La semana pasada, en la donación al Instituto Cervantes de la biblioteca que la familia del escritor Gabriel García Márquez conservaba en París, tuve la suerte de saludar a la actriz española Conchita Quintana. Se la conoce como Tachia, porque así la bautizó Blas de Otero. El poeta no sólo mantuvo con ella una relación amorosa a principios de los años 50, sino que creó un personaje poético con las sílabas finales de su nombre. Tachia nació de Conchita y de la poesía. “Tachia, los hombres sufren. No tenemos / ni un pedazo de paz con que aplacarles”, escribió Blas en uno de sus poemas de Ancia, mientras caminaba por Bilbao y París en busca de un verso que viviese en medio de la calle. Ser libre fue, entre otras cosas, mirar “a Tachia descaradamente”.

En París, a la salida de una lectura poética, Tachia conoció a un joven periodista llamado Gabriel. Mantuvieron en 1956 una intensa historia de amor que luchó contra las dificultades económicas y se abrió paso en la literatura y en la vida. Cuando se acabó la relación amorosa, no hubo gritos, sino despedidas y amistad. Casado Gabo con Mercedes Barcha, la familia heredó esa amistad y compartieron nuevos días en París. Gracias al entorno de Tachia y a la familia García Barcha, la biblioteca que tenía el novelista en su casa de París, con muchas traducciones de su obra y una colección de lecturas preferidas, ha llegado al Instituto Cervantes. Lo celebro en esta columna. Celebro haber conocido a Tachia a sus 95 años. Y celebro que las historias sentimentales puedan acabar bien, en amistad, pese a algunos secretos que nos han contado los biógrafos y los amigos de aquel tiempo. Los argumentos de la vida pueden suceder sin crispaciones ni odios. Mejor guardar los libros. No hay por qué tirarse los trastos a la cabeza.

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