¿Hacer llorar a una estudiante es feminista?
Ojalá la hija de Jacobo Bergareche, humillada en una conferencia feminista, siga hablando con valentía e independencia frente a la intolerancia de los tolerantes
Pepa tiene 19 años, estudia Psicología y es hija del escritor Jacobo Bergareche. A ella no la conozco y con él apenas he hablado un par de veces, pero el miércoles pasado leí en El Mundo una tribuna llamada Humillando en nombre del feminismo y sentí rabia. En ella, el autor de Las despedidas contaba una experiencia que padre e hija vivieron en Avilés. Hasta allí viajaron por cortesía de los Ministerios de Educación e Igualdad, que organizaban unas jornadas a las que los invitaron a hablar juntos.
Como ella estudia una carrera donde los hombres escasean y él está harto de impartir talleres literarios en los que solo hay mujeres, su conversación tuvo como punto de partida la escasa presencia masculina en algunos sectores. Cuando el padre le preguntó a la hija que por qué las mujeres estaban sobrerrepresentadas en carreras como Psicología, Medicina, Trabajo social o Educación infantil, ella respondió que podría ser que, de manera ancestral, las mujeres tuviéramos una inclinación hacia los roles de cuidado. Cuál fue la sorpresa de ambos cuando una voz entre el público vociferó en respuesta “nos están asesinando”. Si no tienen el cerebro carcomido, este grito se les hará extraño; ¿quién echaría mano de algo tan grave como la violencia machista así como así? La reacción desmedida se explica porque, para parte del feminismo, asociar de algún modo los roles de género femeninos con una base biológica es un anatema, una agresión. Por eso voceaba aquella individua, que por lo visto tiene un cargo público y además era la siguiente ponente del encuentro.
La cosa no quedó ahí: en otro momento, Bergareche le preguntó a su hija que por qué pensaba que, como apunta el CIS, en su generación hay amplios sectores críticos con el feminismo. Y a Pepa no se le ocurrió otra cosa más que decir que quizá, en los últimos años, el feminismo había perdido su foco —la lucha por la igualdad de la mujer— y se había enredado en otro tipo de debates como el de definir masculinidades alternativas y deseables o decir a hombres y mujeres cómo deberíamos ser. Así que la individua volvió a la carga: “levantémonos y vayámonos todos, así terminan antes”, gritó. También les dijeron que se fueran, que ese foro no era para ellos. En el turno de preguntas, un señor arrancó con un “no quiero hacer mansplaining, pero” y, como era previsible, hizo mansplaining. Como guinda del pastel, la presentadora del sarao, que no reaccionó más que con silencio a los gritos del público, le preguntó a Pepa su edad y, al saber que tenía 19 años, le vino a decir que claro, como era una cría, aún no entendía algunas cosas.
Entre la señora vociferante, el aliado que le explica a una mujer lo que son las mujeres y la presentadora que igual no entiende mucho pero que no interviene (no vaya a ser), la escena parece un sketch de José Mota. Pero no lo fue: cuenta su padre que, después de aquello, Pepa lloró. Quizá lo más cauto sería aconsejarle que a la próxima diga lo que hay que decir, que de ello depende que la inviten a más charlas del Ministerio, que no la voceen y que no sean paternalistas con ella. De ello depende que no la acusen de ser una pobre desinformada o de estar alienada por pensar distinto. Pero ojalá haya aprendido justo lo contrario: a hablar siempre con esa temeraria valentía y esa inocencia de sus 19 años. Independientemente de donde esté. Y a pesar de que lo que reciba después sea la intolerancia de los tolerantes. O, como decía el maestro, el fascismo de los antifascistas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.