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Vox se inflige un severo daño a sí mismo

El fin de la asociación entre Vox y el PP no será total si los gobiernos autonómicos que compartían no revierten las leyes aprobadas en el último año y medio

El líder de Vox, Santiago Abascal, comparece este jueves en la sede del partido en Madrid.
El líder de Vox, Santiago Abascal, comparece este jueves en la sede del partido en Madrid.
Xavier Vidal-Folch

Vox se inflige un severo daño a sí mismo: pierde presencia pública y plataformas de poder. Claro que su frivolidad no merece ningún funeral. Retirándose de los cinco Gobiernos autonómicos, en los que emponzoñaba como muleta del Partido Popular, beneficia a todos.

Así, contribuye a desintoxicar el ambiente que había enrarecido. Dificulta nuevas medidas ultras que perjudiquen a la población afectada (inmigrantes, minorías de género…). Lava el prestigio dañado de la democracia española. E incluso puede favorecer a la derecha convencional y a su líder, Alberto Núñez Feijóo, recentrándolo. Y perjudicando de paso a la polizona de la motosierra que le desafía todos los días.

Puede, sí, pero no está descontado. Pues la ruptura no ha sido decretada por los populares. No es un corte limpio. Como lo indica el hecho de que hasta el último minuto ambas derechas se exhibieron siamesas destruyendo en Valencia la Ley de la Memoria Democrática de 2017 y sustituyéndola por un engendro normativo neofranquista.

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Además, no se puede borrar de un plumazo el escoramiento extremista del PP, y de sus cinco líderes territoriales durante un largo y penoso año. Pero si tal olvido fuese posible, quedaría aún lo esencial que le falta a Feijóo para beneficiarse del divorcio: revertir todas y cada una de las leyes y medidas prácticas adoptadas durante este tiempo contra la memoria democrática, contra la defensa de las mujeres, contra la censura cultural y contra el pluralismo lingüístico obligado por la Constitución.

Queda por explorar hasta el último detalle las verdaderas razones últimas —digamos estratégicas— que han impedido a ambos recomponer sus lazos.

Porque al fin y al cabo, el motivo del estrepitoso rompimiento aparente es frágil. Y aún peor, miserable. La oposición radical de Vox a aceptar que se redistribuyan por toda España niños inmigrantes llegados a Canarias, que tiene saturados los dispositivos de acogida, frente al intento de pactar un compromiso desleído por parte del PP. Justo cuando el mundo del fútbol está regalando una lección mayúscula sobre los efectos positivos para los europeos de la integración social, la convivencia de minorías y la pluriculturalidad. Kylian Mbappé y Lamine Yamal son sus emocionantes caras visibles.

Vox sigue emperrado en tratar a los negros procedentes de África como esclavos tan indeseables como para enviar cañoneras de la Armada contra sus cayucos, esa hombría. Y el PP acepta solo un reparto “voluntario”, entre autonomías, justo lo que ya ha fracasado. Es por eso que el reciente pacto migratorio de la UE obliga a la colaboración solidaria en la gestión migratoria incluso con los Gobiernos más golfos. ¿No vale eso para las autonomías? Alguien tendrá que explicar además cómo 347 niños africanos serían un problema para un país que ha digerido ejemplarmente la llegada de 62.000 jóvenes ucranios. Esa asimetría revela un racismo repugnante.

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