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Putin, a dos bolas de partido

Todo se juega en las elecciones de este domingo en Francia y en las del próximo 5 de noviembre en Estados Unidos

El presidente ruso, Vladímir Putin (derecha), saluda al primer ministro húngaro, Viktor Orbán, este viernes en el Kremlin.
El presidente ruso, Vladímir Putin (derecha), saluda al primer ministro húngaro, Viktor Orbán, este viernes en el Kremlin.Valeriy Sharifulin (AP)
Lluís Bassets

La primera se juega este domingo en Francia. Si Vladímir Putin la gana, el 5 de noviembre tendrá el punto definitivo al alcance de la mano en Estados Unidos. Con Emmanuel Macron neutralizado y Donald Trump en la Casa Blanca, el Kremlin se anotará entonces el punto, el set y el partido.

Las conversaciones de paz en Ucrania que patrocina Viktor Orbán serán la certificación del final de la guerra. El primer ministro húngaro ha inaugurado el semestre de la presidencia europea de su país con una gira por Kiev y Moscú en funciones de “mediador honesto” entre Zelenski y Putin. Como si nada diferenciara al jefe de Estado de un país invadido y a un emperador invasor, sometido a sanciones por la Unión Europea y perseguido como criminal de guerra por el Tribunal Penal Internacional.

A ambos les ha pedido un alto el fuego sobre la línea actual del frente, que es como pedir la congelación del conflicto y la victoria efectiva de Putin. La negociación solo puede versar en tal caso sobre la consolidación de las conquistas rusas y como máximo la retención por Ucrania de la parte de las provincias de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón todavía en sus manos, aunque formalmente anexionadas enteras por la Federación Rusa. Ahí podría estar el margen de negociación para el Kremlin.

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Bajo la mirada complaciente de Trump, Orbán trabaja para Putin y para sí mismo. Con una idea de Europa que gusta tanto al ruso como al americano y una decidida vocación de liderazgo de las extremas derechas europeas. Reforzadas en los gobiernos y en el Parlamento Europeo, gracias a las elecciones de este año, han contado con el auxilio de las interferencias del Kremlin en las campañas. Difícil encontrar un parlamento que no tenga diputados de disciplina putinista, incluso en Westminster, donde por primera vez se sentará Nigel Farage, el promotor del Brexit que siempre comprendió muy bien los motivos de Putin.

En la paz que Orbán promueve hay una idea de Europa compartida por el putinismo. Robert Fico, su colega eslovaco, hubiera querido acompañarle en su viaje a Moscú, pero está todavía recuperándose del atentado sufrido en mayo. De Bruselas, en cambio, solo ha recibido las necesarias y contundentes desautorizaciones, tanto de la UE como de la OTAN: solo se representa a sí mismo.

Este partido de tenis geopolítico tuvo un primer set fulgurante, en el que Putin cayó sin anotarse un punto, habiendo intentado obtenerlos todos de saque. En el segundo, más equilibrado, se prolongó en una inacabable y sangrienta igualada. El tercero, cuando se huele el desempate, todo se juega en dos bolas, en París y Washington. El punto de ventaja para el Kremlin lo darán este domingo las urnas si Macron queda paralizado por un gobierno afín a Putin o una Asamblea Nacional ingobernable. Y el de la victoria, el 5 de noviembre, si Trump llega de nuevo a la presidencia. Será también la victoria de Orbán y de su negra y perturbadora idea de Europa.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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