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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vergüenza racista en el fútbol

Las autoridades deportivas deben sancionar con contundencia a los clubes que no pongan coto a los insultos a los jugadores

Racismo LaLiga
Los jugadores del Real Madrid y del Rayo Vallecano sostienen la pancarta contra el racismo en el fútbol durante la jornada 36 de LaLiga Santander.JAVIER GANDUL
El País

Tres actos racistas durante el pasado fin de semana han vuelto a poner sobre la mesa el grave problema del racismo en los estadios españoles de fútbol. A pesar de la legislación vigente —la Ley 19/2007 contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte—, la situación sigue repitiéndose con escandalosa frecuencia sin que, más allá de los comunicados de condena de los clubes propietarios de los campos y de las declaraciones de solidaridad con de los agredidos, se produzca una mejora tangible en la situación.

El sábado, en el estadio Coliseum de Getafe, el futbolista argentino del Sevilla Marcos Acuña fue insultado desde la grada con gritos de “Acuña, mono” y “Acuña, vienes del mono”. En el mismo encuentro, el entrenador sevillista, el madrileño Quique Sánchez Flores, escuchó desde el banquillo cómo se le gritaba “gitano”. En el minuto 69 el árbitro activó el protocolo contra el racismo, detuvo el partido y ordenó que se recordara por megafonía la ilegalidad de dichos insultos. El juego se reanudó minutos más tarde. El mismo día, en el campo Las Llanas de Sestao, el senegalés Cheikh Sarr, portero del Rayo Majadahonda, se enzarzó con los aficionados situados tras su portería, que le estaban gritando “puto mono” y “puto negro de mierda”. El árbitro expulsó al portero, porque es lo que determina el reglamento, pero los compañeros de equipo de Sarr abandonaron el terreno de juego y el encuentro quedó suspendido.

No valen ya los habituales argumentos de que se trata de comportamientos minoritarios y episodios puntuales. Lo sucedido en Getafe y Sestao son los dos últimos casos conocidos de una larga serie de incidentes similares. Los ejemplos son interminables y se producen desde hace años. Hace ya casi dos décadas, el camerunés Samuel Eto’o, del FC Barcelona, enfiló el camino a los vestuarios en pleno partido con el Zaragoza harto de los insultos racistas que recibía, aunque finalmente siguió jugando. Un año después, en el Santiago Bernabéu, el brasileño Marcelo, del Real Madrid, tuvo que escuchar cómo aficionados del Atlético le gritaban a su hijo pequeño, que lo acompañaba, “Marcelo es un mono” y “Esperamos que tu padre muera”. En los últimos tiempos, Vinicius, delantero brasileño del Real Madrid, es el objetivo habitual de calificativos racistas dentro y fuera de muchos estadios españoles.

El marco legal contra el racismo en los estadios ya existe, pero a la vista está que no es suficiente. Es fundamental que los clubes asuman la responsabilidad de lo que ocurre en sus instalaciones y prevengan este tipo de delitos. De hecho, con lamentables excepciones, ya lo han conseguido en otros dos aspectos relacionados con la violencia en la grada: el lanzamiento de objetos y la presencia de grupos ultras violentos.

Sobre lo primero, y ante la dureza de las sanciones administrativas, tomaron las medidas necesarias para evitar el lanzamiento de almohadillas y botellas. En cuanto a lo segundo, mucho más difícil, FC Barcelona y Real Madrid dieron ejemplo al desactivar a sus dos poderosísimos grupos radicales: Boixos Nois y Ultras Sur. Dados esos precedentes, parece razonable plantear que el endurecimiento de las sanciones a los equipos en cuyos estadios se produzcan actos racistas es el medio más eficaz para acabar con esta lacra, intolerable en una democracia europea y en el ámbito de un deporte de tanta proyección social.

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