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Columna
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Europa y el momento Demóstenes

¿Se equivoca Borrell con la vehemencia de su narrativa? Yo diría que no, al menos si pensamos que la fuerza de Europa está en contar las verdades del barquero

Máriam 28 enero
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

La mirada universalista, la que trata de ponernos en el lugar del otro al mismo tiempo que somos capaces de pensar por nosotros mismos, es seguramente el mayor legado que Europa ha regalado al mundo. Lo pienso al salir del cine después de ver La zona de interés, de Jonathan Glazer, una película que habla precisamente de los costes de perder de vista esa perspectiva, de lo que dejamos atrás al sustituirla por un modo de mirar el mundo que anula el rechazo crítico a la barbarie porque nos acostumbramos a ella. Para bien o para mal, las próximas elecciones europeas (del 6 al 9 de junio próximo) van también de defender nuestro universalismo. La UE tiene enemigos, internos y externos, demasiado interesados en que fracase la idea de Europa como encarnación de unos valores que sólo tienen sentido si se predican para la humanidad entera. La defensa de nuestro modo de vida, que tanto mencionan algunos, pasa por no perder jamás de vista cómo vive el de al lado, el que tenemos al otro lado de ese muro de cemento que hemos levantado. Se llama imaginación empática.

Nos lo recuerdan películas como la de Glazer, pero también los vibrantes discursos que estos días pronuncia Josep Borrell sobre la Guerra en Oriente Próximo. Para mucha gente, estos discursos empiezan a ser bastante molestos y se les nota. La propia diplomacia israelí ha respondido con desdén que no lo considerará un interlocutor válido porque sus palabras han ido demasiado lejos, al llegar incluso a acusar a Israel de haber financiado a Hamás. Pero, ¿se equivoca el Alto Representante con la vehemencia de su narrativa? Yo diría que no, al menos si pensamos que la fuerza de sus palabras, y la de Europa misma, está en contar las verdades del barquero e intentar ser consecuentes con ello, algo que en su figura no es simplemente ocasional o pasajero: Borrell ya lo hizo con el independentismo, y también tras la invasión de Rusia a Ucrania. Tal vez por eso el Alto Representante evocaba hace poco el contexto de una Europa cercada entre dos guerras hablando del “momento Demóstenes”, una referencia a la decisiva actuación del orador y estadista ateniense que movilizó a sus conciudadanos con sus palabras para defender la democracia frente a la pulsión imperialista de los macedonios.

Lo interesante de esa metáfora es la evocación de la palabra como instrumento para confrontar la realidad, y hacerlo además desde la fuerza ideal de lo que pensamos que debería ser el mundo. “Hamás es ante todo una idea”, dijo Borrell, y las ideas nefandas solo pueden combatirse con otras que “den esperanza y confianza en un futuro donde la paz sea posible”. Encontrar esa narrativa es un acto político esencial y la mejor reivindicación posible de la idea misma de Europa: la que proviene de nuestra herencia ilustrada. Porque la brecha entre el mundo que habitamos y el que tenemos la responsabilidad de construir sí se sostiene sobre una obligación moral: la de tener esperanza. Al final, Europa es eso, somos eso, porque sin una idea de progreso, de que el mundo puede ser mejor para todos, no tiene sentido luchar por nada.

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