Feijóo y la estrategia ‘silbato para perros’
El líder del PP busca conectar con la pulsión antisistema de la ultraderecha con mensajes en clave de crispación, sin mancharse el traje en público, para resistir cuatro años en la oposición
Alberto Núñez Feijóo no da una desde que aterrizó en Madrid. Pareció que sería laureado como nuevo presidente del Gobierno, y fracasó. La derecha creyó que Pedro Sánchez no alcanzaría un acuerdo para seguir en La Moncloa, y erró. El Partido Popular lo viene fiando todo a las manifestaciones en las calles para mantener vivo el malestar por la ley de amnistía y desgastar al PSOE. Pero cuatro años de oposición se hacen demasiado largos para mantener el tono de tanta actividad. Por eso, Feijóo ha desarrollado la técnica silbato para perros para prolongar esa tensión.
No es casual que el líder del PP quisiera reunirse con Sánchez en el Congreso. Qué mejor forma de rebajar el perfil del presidente del Gobierno, sin llegar a llamarle “presidente ilegítimo” como hace Vox, que no visitarlo en su sede oficial. No es la primera vez que ocurre algo parecido. El Partido Popular también arrastró los pies para condenar los altercados a las puertas de la sede del PSOE en Ferraz, escenario por donde habían pasado varios líderes de Vox como Santiago Abascal o Javier Ortega Smith. El objetivo es el mismo: el PP busca conectar con esa pulsión antisistema de la ultraderecha, mantener una toma a tierra con la crispación o la deslegitimación institucional, sin mancharse el traje en público, manteniendo las apariencias frente al ciudadano medio.
Feijóo aplica la técnica del silbato para perros (dog-whistle politics, en inglés) que consiste en emitir un mensaje que solo es capaz de descifrar cierta audiencia, en este caso la de Vox, para no generar rechazo en el resto de sus electores más moderados. El líder del PP se ha fijado como objetivo atraer al votante de Abascal en esta legislatura. En Génova 13 se dieron cuenta en la misma noche electoral de que la ultraderecha se ha vuelto un problema para llegar a La Moncloa. Les permitió alcanzar el poder en varias comunidades, sí, pero aún moviliza en Cataluña y Euskadi, quita a los populares la ventaja electoral de presentarse solos a las elecciones, e impide a Feijóo contar con socios como el PNV para ser presidente. Por eso, varios altavoces de la derecha llevan tiempo intentando liquidar a Vox, y se ha hecho notar la pérdida de su apoyo a ese partido.
En consecuencia, parece una coartada eso de que el PP, atravesado ya por la pulsión antisistema, quiera tender la mano ahora al PSOE para la renovación del Consejo General del Poder Judicial. La derecha tiene un relato bien engrasado desde hace tiempo sobre que ellos son el “baluarte para defender el CGPJ” ante la tentación del Gobierno de “asaltar también” esta institución. Sánchez les ha puesto fácil la excusa con nombramientos como el del presidente de la agencia Efe, o el de la exfiscal general del Estado. Pero los mantras eran previos: una parte del PP, y la totalidad de Vox, vienen deslegitimando desde hace tiempo al Tribunal Constitucional, que deberá controlar la legalidad de la ley de amnistía. Parece que si Feijóo se ha abierto a negociar la renovación del CGPJ, que puede caer en saco roto, es solo para mantener su perfil de hombre de Estado ante el votante de centro.
Feijóo tenía que elegir si quería ser aquel líder moderado de Galicia, o dejarse llevar por los climas de la derecha de Madrid. Lo primero parecería más propio de él: hacerle guiños al PNV, hablar con nostalgia del Pacto del Majestic con CiU —como se pudo leer entre líneas en su investidura fallida—. No hay más que ver la campaña de su sucesor en Galicia, Alfonso Rueda, hablando en gallego, algo que desentona mucho con una parte de ese PP actual que increpa a Borja Sémper por hablar unas palabras en euskera en el Congreso.
Feijóo ha elegido el perfil duro por necesidad. El mismo 24 de julio, al día siguiente de las elecciones, algunas voces pedían que fuera Isabel Díaz Ayuso quien asumiera el trono de Génova 13 para echar a Sánchez alguna vez. La derecha se ha convertido en una máquina de triturar liderazgos, uno tras otro, con tal de intentar sacar al PSOE del poder. Y Feijóo, que dejó su comunidad por lanzarse al proyecto estatal, se ha echado a vivir en brazos del aznarismo-ayusismo, que le pone el cartel de las manifestaciones. Hasta la fecha, parece haber firmado la paz con él.
Muchos se preguntan si el gallego será capaz de aguantar el tiempo que haga falta para llegar al poder, incluso si no son cuatro años. Sus altavoces dicen que sí, pero sus mismas encuestas también fallaron al afirmar que PP sumaría con Vox tras el 23-J. Erraron también los pronósticos de que la agitación en Ferraz impediría un acuerdo de Sánchez con el independentismo. Aunque quizás quien no ha oído el silbato para perros sea el propio PP: antes de Feijóo, líderes como Pablo Casado, Albert Rivera o Santiago Abascal tan solo fueron un fusible instrumental. El objetivo es llegar al poder, y la derecha destronará a quien no pueda garantizárselo, y aupará ya solo a quien lo pueda lograr.
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