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tribuna
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Josu Ternera, la cancelación, la censura y la contratación

Deberíamos reclamar que en el ámbito creativo haya siempre espacios de libertad que no nos limiten ni Estados censores, ni poderes empresariales, ni hordas de ciudadanos que no toleran la pluralidad

El periodista Jordi Évole (derecha) posa junto al director y guionista, Márius Sánchez, durante la presentación del documental 'No me llame Ternera', el 23 de septiembre en el 71 Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Juan Herrero
El periodista Jordi Évole (derecha) posa junto al director y guionista, Márius Sánchez, durante la presentación del documental 'No me llame Ternera', el 23 de septiembre en el 71 Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Juan HerreroJuan Herrero (EFE)
Carmen Domingo

Hace tiempo que le doy vueltas al uso —erróneo— con el que se están utilizando una serie de términos que parecen lo mismo, pero no lo son: censura, cultura de la cancelación y libertad de contratación.

Y este batiburrillo semántico ha venido generado porque todo ha acabado siendo ”cancelación”. Se cancela a Agatha Christie porque titula una novela Diez negritos y suena racista; a Mark Twain porque utiliza la palabra “negro” en sus novelas; a Nabokov porque Lolita podría parecer una apología de la pederastia; a Roal Dahl porque en sus novelas utiliza palabras que pueden ofender, a Dostoievski porque es ruso…

Bueno, en realidad, en muchos de esos ejemplos casi tendríamos que hablar de “se intenta cancelar”, porque, aunque a veces se logra, otras acaba imperando el sentido común y se evita la cancelación. La cuestión es que en ocasiones ni siquiera es cancelación, sino que se trata de censura y otras simplemente libertad de contratación, lo que tiene matices y no son nimios.

Sin ir más lejos, hace unos días leí que la película Barbie ha logrado llegar a las salas de cine en Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. Me sorprendió el comentario. ¿Acaso no se estrenan todas las películas, especialmente las más taquilleras, en la mayoría de países? Pues parece que no, y seguí leyendo hasta enterarme de que al mismo tiempo la habían “cancelado”, entre otros, en Líbano y Kuwait. Obviamente, no han cancelado nada. Cancelar es un conjunto de acciones ejercidas por parte de un colectivo sobre personas u organizaciones que opinan distinto e instan, mediante el descrédito, a que les hagan boicot, desde el público a los contratadores, tratando, incluso, de “matarlos” públicamente. A priori la cancelación no se ejerce desde el Estado ni de las empresas, sino que la llevan a cabo un grupo de personas, principalmente a través de redes sociales. Es evidente que poco o nada tiene que ver la cancelación con lo que ha pasado en esos países donde han censurado, o sea prohibido, el estreno por orden del Estado.

En la misma línea, un par de días antes, me enteré de que el director del museo de cultura pop de Seattle (MoPOP), a propósito de la Exposición que tenían sobre Harry Potter, anunciaba que toda referencia a la escritora de la saga sería eliminada. ¿Cómo? ¿Censuraban a la autora de los personajes sobre los que ellos mismos habían realizado una exposición? Dejando de lado la estupidez que supone, en este caso era más acertado decir “cancelaban” porque obedece a una campaña que se inició hace unos años cuando J. K. Rowling afirmó —y mantiene, como es lógico— que “el sexo biológico es real”. Se creó entonces una campaña de los transactivistas intentando que no se vendieran sus libros, que se quemaran los que estaban en bibliotecas y que a ella se la “matara” públicamente. Ni que decir tiene que cuando tienes una de las fortunas mayores del Reino Unido poco importa la cancelación.

Censura es lo que hacía el franquismo, cuando prohibía editar algunas obras de Lorca o cortaban los besos sensuales en las películas. Sin embargo, no incluir esos libros o esas películas en la biblioteca de un ayuntamiento o no contratar esas obras de teatro en un municipio, es una estupidez, pero no es censura. Y llego así al último de los términos: libertad de contratación, que no necesita mucha explicación. Basta con que nos situemos en el sistema neoliberal en que vivimos, o sea quien paga manda; o el empresario (en la faceta neoliberal privada), o el Estado (en su faceta estatal) y deciden aquellos espectáculos por los que apostar. O sea, cambia un gobierno, cambian las programaciones; compro un teatro, programo aquello que me gusta…

Por concretar. Cancelación sería una campaña de la ultraderecha para que las editoriales no publiquen, se retire de bibliotecas y la gente no compre libros de Lorca; censura sería que el Estado prohibiese su publicación y ordenase el secuestro de los libros y libertad de contratación sería que una Administración o institución decidiese no comprar los libros o no representar su obra.

Establecidas diferencias y matices, lo que deberíamos reclamar —me atrevería casi a decir exigir— es que en el ámbito creativo haya siempre espacios de libertad que no nos limiten ni Estados censores, ni poderes empresariales, ni hordas de ciudadanos hiperventilados que no toleran la pluralidad.

Por eso me preocupa que haya personas —políticos, filósofos como Fernando Savater o escritores como Félix de Azúa, Fernando Aramburu o Andrés Trapiello— que hayan defendido que no se viera No me llame Ternera, del periodista Jordi Évole, al que fuera jefe de ETA José Antonio Urrutikoetxea en el Festival de San Sebastián. Ya lo dijo Chomsky: “Si no creemos en la libertad de expresión de quienes detestamos, no creemos en ella”. No quiero que nadie promueva la cancelación, ni que el Estado censure, ni que la política de contratación de un festival impida que yo la vea.

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