La figura desdibujada del candidato Feijóo
El líder del PP tenía que mostrar en campaña que cuenta con un proyecto propio pero ni ha sabido hacerlo, ni se sabe qué pretende y las señales que ha dado son contradictorias
En Cómo mueren las democracias, los académicos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt hablaban del filibusterismo como una de las herramientas perversas de las que se sirven algunos políticos para salirse con la suya. Esto de saltarse las normas no escritas —y también las escritas, si hiciera falta— para evitar de manera indefinida que progresen las iniciativas de sus adversarios. Pasar de las indicaciones del reglamento, hacer pequeñas trampas, poner zancadillas. Lo habitual es que la mayor parte de los ciudadanos ni siquiera se enteren de estas marrullerías, pero van erosionando las reglas de juego y, sin estas, la democracia se deteriora, cruje, pierde su razón de ser. De este filibusterismo se ha servido el Partido Popular durante los últimos cinco años para evitar que las Cámaras renovaran el Consejo General del Poder Judicial. Cuando Alberto Núñez Feijóo se convirtió en el nuevo líder de la formación conservadora, procuró resolver esta anomalía y las cosas parecía que salían adelante hasta que alguien tuvo que toserle desde algún lugar y se echó para atrás. Ahora que los sondeos dicen que podría sumar para llegar a La Moncloa conviene recordarlo. No es que se saltara unos simples usos políticos no escritos para torpedear a sus rivales políticos, es que decidió seguir desobedeciendo la Constitución.
No le pasará factura porque las formalidades de la democracia, por lo que se ha visto en otras elecciones, no le importan mucho al votante. Feijóo explicó su repentina transformación en un filibustero más con el argumento de que no podía cumplir su obligación porque el Gobierno había puesto en marcha unas reformas que no le gustaban. Esto en cualquier lugar podría considerarse chantaje (si no frenas tus iniciativas, yo no cumplo mis obligaciones), y apunta a otra de las cuestiones que, según Levitsky y Ziblatt, contribuyen al debilitamiento de la democracia: la negación de la legitimidad de los adversarios. Si los otros no hacen lo que el PP considera correcto para España, no sirve, y les da igual que aquellas reformas contaran con apoyos suficientes para salir adelante. La democracia solo les vale cuando gobiernan ellos.
Esta idea de que Feijóo y los suyos son los únicos capaces de salvar España de una inminente catástrofe ha sido otro runrún que los populares han procurado introducir en la conversación pública. El propósito declarado con vistas al futuro era el de tirar a la basura las leyes que el Gobierno de coalición puso en marcha y presentarse ante el mundo con el halo adánico de quien va a levantar España de nuevo tras destruir de un tajo una herencia envenenada.
Casa mal un mensaje tan solemne con la otra propuesta que lanzó Feijóo de querer liderar un cambio tranquilo y superar la división y el enfrentamiento. ¿No pretendía hace unos días acabar con todo lo que han hecho los otros durante estos años? La salud de las democracias mejora cuando se reconoce al adversario y no se pretende en cada cita electoral dinamitarlo y reinventarlo todo. Feijóo evitó cumplir sus obligaciones constitucionales con la bandera de salvar España o a sus instituciones. En la campaña tenía que mostrar que, frente a ese desatino, sus propósitos son distintos. No ha sabido hacerlo. Nadie sabe qué pretende, no ha explicado su proyecto, ha dado señales contradictorias.
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