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Tribuna
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La economía no votaría por una gran coalición

Ante el incierto panorama que se vislumbra, lo conviente es que en la oposición siempre haya una opción confiable para acceder al Gobierno

Congreso huidos justicia
El Congreso de los Diputados.FERNANDO VILLAR (EFE)

Si en las próximas elecciones generales se repitieran en cada provincia exactamente los resultados de las elecciones municipales, podríamos vernos abocados a una nueva repetición electoral. La tercera en siete años y la segunda del presidente Sánchez. Ya que, si la CUP y los herederos de Convergència votaran en contra de una hipotética candidatura de Sánchez, como ya hicieron en enero del 2020, y como harán ante una candidatura de Feijóo, ningún candidato puede que consiga la mayoría simple en segunda vuelta.

Sin embargo, el escenario más probable sigue pasando por un Gobierno de coalición de un bloque, a partir del tradicional clivaje derecha-izquierda. Por lo que, partidos insurgentes volverán a tener responsabilidades de gobierno.

Por insurgente entenderíamos aquellos partidos jóvenes, hijos de la Gran Recesión, que aspiran a re-democratizar nuestras sociedades, generalmente desde la actualización generacional de postulados más extremos, que hasta entonces habían sido marginales y extraparlamentarios.

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Lamentablemente, la decisión de a qué partido podemos considerar insurgente es subjetiva y está condicionada por lo que podríamos denominar el “sesgo del bribón”, en honor a una frase recurrente en la historia democrática moderna y, según la cual, habría que ser comprensivo con un político (o grupo político) que es un bribón (o, a son of a bitch, en su versión más cruda), porque es nuestro bribón. Son múltiples las referencias al empleo de esta expresión desde mediados del siglo XIX, entre las que destacan las que supuestamente habrían utilizado diferentes presidentes norteamericanos respecto de casi cualquier dictador de este lado del telón de acero, incluyendo Francisco Franco. Aquí se le atribuyó a Arzallus al referirse a ETA.

Según este sesgo, sería probable que un votante del PP pueda ver a Unidas Podemos como un partido comunista casposo, bolivariano y filoetarra, mientras que Vox sólo sería una formación intelectualmente descarriada, pero, quizás, en el fondo, bienintencionada, y, a la inversa, un votante del PSOE podría ser más proclive a pensar esto último de Unidas Podemos, mientras que Vox sería un partido neofascita, heredero directo del franquismo.

Por todo ello, ante la posibilidad de una nueva repetición electoral o, en su defecto, de un Gobierno de bloque, vuelve a cobrar vigencia el debate sobre la necesidad de promover una gran coalición entre los dos partidos hegemónicos, siguiendo el modelo alemán, como las que conformó Angela Merkel. Una gran coalición que se mantendría hasta que unos resultados futuros permitieran un Gobierno del PP o PSOE en solitario, o de coalición con partidos bisagra. Como el actual Gobierno alemán del partico socialdemócrata, junto a liberales y verdes. Opción inviable en España ya que carecemos de partidos bisagra de tamaño medio.

La principal fortaleza de esta opción es que incluiría a la representación política de la mayoría social. Más aún cuando el bipartidismo previsiblemente superará la barrera del 60% de los votos emitidos en las próximas elecciones.

Pero, para España, existen razones que desaconsejarían esta opción. Por ejemplo, un Gobierno de bloque permite recoger mejor tanto la creciente diversidad territorial, con la entrada de partidos nacionalistas como, sobre todo, la demográfica, ya que el perfil de edad del votante del bipartidismo es sensiblemente superior al del insurgente, suavizando el riesgo de choque intergeneracional, cuyos desaconsejables efectos expone la profesora de Harvard Pippa Norris. En este mismo sentido, ofrecería a la ciudadanía un bufet más variado de actuaciones y políticas a la hora de decidir su voto, contrarrestando la crítica de un supuesto y monolítico régimen del 78, que coloquialmente cristalizó en el grito insurgente de “PSOE y PP la misma mierda es”.

Pero son dos paradojas las que podrían convencer al votante más centrado, que observa con desasosiego ambas insurgencias y que, por tanto, sería más proclive a la gran coalición. En primer lugar, la experiencia reciente muestra que los gobiernos de bloque están correlacionados con el declive electoral del partido insurgente que lo conforma. Como ha pasado con Unidas Podemos en el Gobierno nacional, con resultados significativamente peores que los de su socio mayoritario o, con Vox en Castilla y León, donde la personalidad del vicepresidente habría contribuido a que, en poco más de un año, haya perdido un 58% de su electorado relativo, pasando del 17,6% a sólo el 7,5% de los votos contabilizados.

La segunda paradoja es que, a diferencia de Alemania, en España una gran coalición probablemente nos acabaría llevando a un Gobierno monocolor insurgente futuro.

En un trabajo que publicamos en la revista científica de referencia internacional Electoral Studies, definíamos el patrón político común de los países de la Unión Europea que más sufrieron la crisis financiera y acabaron siendo intervenidos por la troika. De esta forma, los altos costes sociales, asociados a la crisis, expulsaron de forma expeditiva al partido gobernante, independientemente de su signo político, que fue remplazado de forma automática por su némesis bipartidista. Cuando la crisis se alargó durante este segundo Gobierno, se acabaron fortaleciendo los insurgentes.

En un mundo en permacrisis, la probabilidad de futuras grandes recesiones se incrementa. Ante ese indeseable escenario, la experiencia de los últimos 30 años nos dice que, a diferencia de la economía alemana, la nuestra se resentirá con inusitada crudeza e intensidad, como ya nos pasó con la covid, la anterior crisis financiera o la del sistema monetario europeo de finales del siglo pasado, desgastando más rápidamente a los gobiernos que deban gestionarlas y favoreciendo su relevo. El tradicional carácter más procíclico de nuestra economía nos obligaría a tener siempre un recambio confiable en la oposición. Ya que, si PP y PSOE estuvieran gobernando coaligados durante la futura recesión, el Gobierno probablemente pasaría al Podemos o Vox que entonces estuviera de moda. En resumen, la utopía del votante moderado puede tornarse en distopía.

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