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Anatomía de Twitter
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Sánchez, Feijóo y los territorios adversos

Es tanto lo que se juegan el presidente y el líder del PP que merecería la pena que defendieran sus discursos en todos los foros

Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez en el Senado.
Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez en el Senado.Samuel Sanchez

En 1984, Felipe González solo llevaba dos años en La Moncloa, Pablo Iglesias tenía seis años e Irene Montero aún no había nacido, pero Miguel Ángel Revilla ya declaraba solemnemente que estaba harto de la política. Hay un vídeo que circula por Twitter en el que se ve al político cántabro asegurar de forma categórica que está a disgusto en la política, que le cuesta de su bolsillo la mitad de lo que gana y que está deseando que los socialistas hagan todo lo que prometen para colgar su chaqueta de político —”porque la odio”— y marcharse a su pueblo a pescar.

—Y cuando usted insinúa que soy un político populista...

—No lo he insinuado, lo he afirmado —le aclaraba con una sonrisa el escritor Manuel Arce en uno de aquellos debates interminables de La Clave conducidos por José Luis Balbín [los que se emitieron en la televisión pública entre 1976 y 1986 están colgados en RTVE Play y son muy recomendables para jóvenes políticos convencidos de que la pluralidad nació con ellos].

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Alberto Núñez Feijóo acudió ayer a Onda Cero para dejarse preguntar por Carlos Alsina. Los fragmentos del vídeo de la entrevista están colgados en la Red, y al observar algunos de ellos viene a la memoria el debate que, el 26 de septiembre de 1960, protagonizaron Richard Nixon y John F. Kennedy. Dicen los viejos corresponsales que el principal error de Nixon fue afeitarse por la mañana. A la hora del debate, el maquillaje no fue capaz de taparle la barba y los norteamericanos que siguieron el duelo por televisión estimaron que Nixon no tenía el aspecto de alguien a quien comprar un coche de segunda mano. Aquel debate —el primero de la historia retransmitido por televisión— fue ganado por John F. Kennedy, un tipo muy bien afeitado.

Núñez Feijóo se presentó en el programa —se puede ver en los vídeos— como se presentan ahora casi todos los políticos, con unos folios a modo de muleta, para leerlos a la mínima oportunidad, y esto en un debate con varios candidatos en el plató puede funcionar, pero en un duelo televisado con Alsina puede convertirse en un tremendo error. Quienes —como aquellos oyentes del duelo Nixon-Kennedy— solo escucharan la entrevista por la radio pudieron pensar que Núñez Feijóo estuvo aseado, pero quienes vieran después el vídeo —o algunos de sus fragmentos— se habrán dado cuenta de que el líder del PP estuvo acartonado, sin entrar en el toma y daca que le ofrecía el entrevistador, más pendiente de lo que llevaba escrito que de la mirada de su interlocutor, que evitó casi siempre. El periodista le preguntó por algunas declaraciones suyas y de Isabel Díaz Ayuso —el apartheid lingüístico en Cataluña, el pucherazo de Sánchez—, y también por algunas promesas incumplidas de Mariano Rajoy —”dijo que iba a bajar los impuestos y luego no cumplió, ¿hará usted lo mismo?— y el candidato del PP tal vez aguantó el tipo para el oyente de la radio, pero quienes vieron después las imágenes pudieron constatar su incomodidad manifiesta, su manera de hurgar en los papeles como si fueran un flotador.

Lo que sí pareció tener claro Núñez Feijóo es que no aceptará los seis duelos que le ofreció Pedro Sánchez —aunque sí se mostró de acuerdo con algún debate cara a cara—, pero tal vez ni hiciera falta. Bastaría con que uno y otro acudiera allá donde les quisieran entrevistar, sin folios precocinados ni miradas huidizas, a cuerpo gentil. Es tanto lo que se juegan —y lo que nos jugamos los demás— que merecería la pena que defendieran su discurso en, valga la expresión, sus territorios adversos.

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