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ANATOMÍA DE TWITTER
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Anna Karenina se ha ido

Nada más otear los aires de campaña, la política se lanza a un frenesí de sobreactuación más allá de lo razonable

El presidente de castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, hace una peineta en las Cortes regionales, en una captura del vídeo del Pleno.
El presidente de castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, hace una peineta en las Cortes regionales, en una captura del vídeo del Pleno.CAPTURA (CAPTURA)

En las primeras páginas de El perfume de las flores de la noche (Ed. Cabaret Voltaire 2022), Leila Slimani escribe: “Parece ser que, mientras redactaba Anna Karénina, Tolstoi tuvo una profunda crisis de inspiración. Pasó varias semanas sin escribir una línea. El editor le había adelantado una suma, considerable para la época, y, preocupado, pues no contestaba a sus cartas, decidió tomar un tren e ir a averiguar qué pasaba. Cuando llegó a Yásnaia Poliana, el novelista lo recibió, y, al preguntarle el editor cómo iba con el trabajo, Tolstói respondió: ‘Anna Karenina se ha ido. Estoy esperando a que regrese”.

Slimani advierte de que la anécdota se la contó un amigo, que no sabe cuánto de cierto hay, pero que le gustó y que por eso la incluyó en un libro tan breve como íntimo y bien escrito. Me acordé de ella estos días, cuando miraba Twitter y veía uno tras otro los esfuerzos de algunos líderes políticos por llamar la atención, aunque para ello fuese necesario meter la sensatez, el buen gusto y hasta la cordura en el equipaje de Anna Karenina. Estarán pensando en Miguel Ángel Revilla —el vídeo en el que aparece pegando berridos a un enfermo es de juzgado de guardia—, pero no hace falta irse a los extremos. Hasta el PNV, que siempre ha mantenido las formas, parece haberse apuntado al espectáculo. Señores tan circunspectos como el alcalde de Bilbao, el diputado Aitor Esteban y el consejero vasco de Economía se han lanzado a la sobreactuación y han pagado las consecuencias. Al regidor Juan María Aburto aún tiene que dolerle la costalada que se pegó el otro día en una exhibición de bicicleta eléctrica; el diputado modelo se metió a influencer y se grabó con el móvil mientras subía a un tren hacia el valle de Karrantza como si fuera una aventura exótica, y en efecto lo es en parte porque el partido hegemónico en Euskadi ya hace tiempo que, a fuerza de abandono, dejó de serlo en las Encartaciones. Lo del consejero Azpiazu fue más grave —vino a decir que bueno, que al fin y al cabo “el terrorismo no tuvo efectos en la economía vasca”—, hasta el punto de que el lehendakari Urkullu tuvo que salir al día siguiente a pedir disculpas.

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Pero, con todo, el caso más curioso es el de Alberto Núñez Feijóo. Dicen las encuestas que, salvo un milagro, la derecha —sola o con los ultras— ganará las generales, pero el líder del PP transmite lo contrario. Mientras Pedro Sánchez, el virtual condenado a la derrota, se pasea tranquilo por el mundo, corbata en China, guayabera en América, chascarrillos con el jefe del Estado, Núñez Feijóo se comporta como si fuese un político inexperto que necesita hacer y decir cosas estrafalarias para hacerse notar. Ya lo escribió hace unos días Jorge Javier Vázquez —que de cosas estrafalarias tiene un doctorado— en Twitter: “No sé cuánto cobra Borja Sémper. Pero no está pagado”.

Sémper es un tipo de trato agradable, moderado, y se supone que Feijóo lo repescó para dar una imagen de centro, ese lugar mítico donde la leyenda dice que habitan cientos de miles, millones, de votantes moderados capaces de mirar ligeramente a la izquierda o a la derecha según convenga al país en cada momento. Pero no hay manera. Cuando Núñez Feijóo no aparece en una revista de moda disfrazado de primera comunión y diciendo cosas extrañas —”es más fácil cuadrar una foto en Instagram que las cuentas de la Seguridad Social, pero yo me dedico a lo que me dedico”—, se marcha a Europa a largar del Gobierno español —una estrategia ni eficaz ni elegante— o se hace ver en compañía de una hechicera que presume de curar el cáncer a base de collejas. Hay días que Núñez Feijóo descansa, eso sí. Son los días que aprovecha Fernández Mañueco, presidente de Castilla y León gracias a Vox, para hacer una peineta y luego, una vez que la grabación circula, dice que no, que fue un movimiento involuntario, con lo que logra que Twitter se convierta en una gigantesca moviola —dedo medio para arriba, dedo medio para abajo— y el sufrido Sémper no sepa dónde meterse cuando en la tele le pregunten por el asunto:

—Pues mira Silvia, honestamente, no lo he visto, o sea, no he hablado con él, quiero decir, he visto la foto esta mañana y, hombre, parece una peineta… pero no lo sé, no he hablado con él…

Cualquiera diría que la izquierda —a pesar de las encuestas, del desgaste del Gobierno de coalición, de sus amistades peligrosas y de sus propios errores— tiene todavía chance. Pero no hay cuidado. La izquierda, incluso la izquierda que está a la izquierda de la izquierda, se basta sola para perder las mejores oportunidades.

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