Utopías digitales
A pesar del comienzo distópico del siglo XXI, la tecnología puede ser nuestra aliada si la diseñamos con criterio y priorizando los valores con los que soñamos durante generaciones
Hay quien piensa que estos primeros años del siglo XXI están siendo bastante distópicos. Sin embargo, para poder afirmar que estamos en aquel futuro apocalíptico que nos dibujaron hace cien años muchos creadores y pensadores, como Fritz Lang en Metrópolis o el mismo Unamuno con Mecanópolis, tenemos que reflexionar sobre algunas cuestiones importantes.
Para empezar, quisiera plantear la distopía contemporánea de los cuerpos aislados que se comunican a través de pantallas. El relato El mundo tal cual será, el año 3000, escrito por Emilio Souvestre en 1857, nos habla ya de esta realidad. En esta historia el protagonista tiene puestas sus esperanzas en un futuro de progreso indefinido. Por eso permite que el duende Señor Progreso le duerma y le haga despertar en el año tres mil. Allí descubre que los humanos viven aislados en sus casas automatizadas en las que no tienen contacto directo con el mundo exterior. Según parece, esta es la fórmula perfecta del progreso, aquella que vincula la libertad con el aislamiento. En cambio, en nuestra realidad del 2020 descubrimos que el confinamiento que nos aislaba del mundo no era tan fascinante. La distopía de los cuerpos hiperconectados a través de pantallas se volvió agobiante en los días de la pandemia. La prueba la tenemos en el descenso del consumo de contenidos online cuando regresamos a la normalidad. La libertad se volvió a entender como el retorno a las calles para invadir las terrazas y compartir unas cañas.
Me pregunto si estamos viviendo en realidad en un mundo distópico o se trata solo de elementos aislados. Según Margaret Atwood para que sean insoportables distopías como la del confinamiento la orden del encierro debería proceder de un marco político que amenace nuestras libertades individuales. Esto no se daría en el caso de la covid-19 pues la medida fue fruto de una decisión científica, aunque habría mucho que debatir sobre el tema. Aun así, la clave estaría en el hecho de que estamos ante un auténtico cambio cultural acelerado por algunos elementos que podrían considerarse distópicos.
Según el último informe de Global Overview un usuario típico de internet pasa al menos siete horas al día utilizando aplicaciones e interactuando con dispositivos electrónicos. Si dormimos una media de ocho horas diarias, quiere decir que pasamos el 40% de nuestra vida online. Esto sería la confirmación de la “soledad electrónica” de Giovanni Sartori. Pero esta situación no se da de manera homogénea en todo el mundo. Dijo Slavoj Zizek, reflexionando sobre el Gran Otro, que no es probable que se dé una única Aldea Global como predijo McLuhan, sino que el mundo estará compuesto por pequeñas aldeas, cada una con su realidad particular. Por poner un ejemplo curioso, la República de Kiribati es un lugar en el que el 100% de la población tiene acceso a la energía eléctrica y el 78% al agua potable. Son datos bastante buenos a escala global. Sin embargo, en Kiribati solo el 14% de sus habitantes tiene acceso a internet. Este parece un lugar paradisiaco para cumplir la utopía de un mundo desconectado. Pero si alguien está pensando en mudarse allí, que tenga en cuenta que los científicos prevén que en unos diez años Kiribati desaparecerá bajo las aguas por la subida del nivel del mar que está generando el cambio climático.
Mucho se ha hablado de la similitud de los acontecimientos de inicios del siglo XXI con aquellos de los primeros años del siglo XX para reafirmar la idea de distopía. Seguramente la juventud que tuvo que vivir la Primera Guerra Mundial y sobrevivió para conocer la Segunda, creería también estar sumida en una elipsis apocalíptica. La imposibilidad de un final feliz ante tanto desastre debería abocar a un profundo pesimismo. En 1953 el sociólogo Fred Polak planteaba el fin de la utopía del diseño del futuro. Aunque los miedos de aquella época eran otros, podemos encontrar similitudes con los que nos planteamos ahora. La superpoblación y la escasez de alimentos, la destrucción del medio ambiente y los riesgos a los que nos enfrenta la tecnología son algunos de los que podemos compartir con nuestros abuelos y bisabuelos. A pesar de todo, la utopía conseguía subsistir y se materializaba en movimientos y revueltas juveniles que se resistían a asumir la falta de alternativas. De ahí surgieron los movimientos contraculturales que son bastante parecidos al 15-M o los Fridays for Future. Estas corrientes de movilización contra la distopía confirman la máxima de Fredric Jameson de que la utopía consiste precisamente en romper un futuro prefabricado con el que no estamos de acuerdo. De esta negación de la realidad incómoda han surgido algunos brotes verdes como la renta básica, o la necesidad de garantizar un salario mínimo interprofesional adecuado.
En conclusión, es posible imaginar un futuro utópico hacia el que avanzar. La tecnología puede ser nuestra aliada si la diseñamos con criterio y priorizando los valores con los que soñamos durante generaciones.
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