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tribuna
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Cuando Miguel de Cervantes se encontró a Harry Houdini

Al dejar entrar el pensamiento mágico en nuestras cabezas, en cualquiera de sus formas, los mecanismos sobre cómo funciona el mundo se vuelven opacos y nuestras decisiones se tornan arbitrarias y en ocasiones fatales

Antonio Vázquez Alba, conocido como el Brujo Mayor, presenta a la prensa sus predicciones para 2023, el pasado día 3 en Ciudad de México.
Antonio Vázquez Alba, conocido como el Brujo Mayor, presenta a la prensa sus predicciones para 2023, el pasado día 3 en Ciudad de México.Sáshenka Gutiérrez (EFE)
Azucena López Márquez Antonio G. Valdecasas

Puede que Miguel de Cervantes tuviera mucho tiempo libre mientras esperaba a embarcarse en la galera Marquesa que le iba a llevar a la batalla de Lepanto, o que esa ociosidad se diese durante los cinco años posteriores de su cautiverio en Argel. Largos periodos de inacción que habría ocupado en charlas, juegos y otros pasatiempos para hacer tolerable su tedio. Allí habría conocido a embaucadores como los que después retrataría en el capítulo vigésimo séptimo de la segunda parte de El Quijote. En él habla de un tal Ginés de Pasamonte que tiene un mono con capacidades adivinatorias del pasado y del presente. Las habilidades del animal quedan aclaradas por Cervantes, al descubrir el método de Ginés, que no es otro que informarse de la vida y milagros de sus habitantes a la llegada del pueblo. Una vez en escena, pone en juego ese conocimiento con guiños y señales imperceptibles a su mono, en respuesta a las preguntas de los parroquianos de la taberna. Indicios semejantes a los que utilizaría Wilhelm von Osten con su caballo Clever Hans, para demostrar su capacidad de realizar operaciones matemáticas.

En el caso de Harry Houdini, su encuentro con el arte de encantamiento tuvo su origen en la infancia, buscando un modo de sobrevivir. Aprendió rápido y no tardó en convertirse en un gran artista. Tras una visita a Inglaterra, cuando ya su fama internacional estaba asentada, coincidió en 1914 con Theodore Roosevelt Jr. en su viaje a Nueva York a bordo del SS Imperator, semanas antes de la Primera Guerra Mundial. Cualquier excusa era buena para distraer a los pasajeros en estas largas travesías. Y tener un adivino era una opción idónea para olvidarse del hastío o del mareo. En una sesión ofrecida por Houdini, Roosevelt preguntó por el itinerario de su reciente expedición científica a Brasil. Algo que pocas personas conocían. El mago fue capaz de conseguir de los “espíritus” convocados un mapa detallado, para asombro del presidente, poco dado a creer en comunicaciones extrasensoriales. La explicación, que parece que Roosevelt no llegó a conocer, fue una suerte fortuita cuando Houdini compró su billete y el taquillero le contó que había otras personalidades a bordo, concretamente, el expresidente de Estados Unidos. Sabiendo que The Telegraph iba a publicar una primicia sobre su viaje a Brasil, consiguió información anticipada gracias a sus contactos, asumiendo que le podría ser útil, y que utilizó como si fuera el Ginés de Pasamonte del siglo XX. Entre ambos, entre Cervantes y Houdini, más de lo mismo, lo cual hace legión. Como los padres del escritor Jack London, ella —Florence Wellman—, aficionada al espiritismo, y él —William Chaney—, ganándose la vida de astrólogo farsante.

Houdini vivió de la magia sin mistificar toda su vida y Cervantes se inventó una especial para los demás. ¿Y nosotros? ¿Cuánta ilusión de lo ficticio asumimos como elemento de verdad? ¿Haremos como Nancy Reagan, esposa del cuadragésimo presidente americano o la princesa de Gales, madre de los herederos de la corona inglesa, que teniendo acceso directo a los conocimientos más avanzados de su tiempo consultando a la National Academy of Science o la Royal Society, se asesoraban con unos astrólogos de andar por casa? Nada excepcional si tenemos en cuenta que anualmente se publican unas supuestas profecías de Nostradamus, cuya principal consecuencia es ratificar que la charlatanería no ha desaparecido.

Se podría decir que poco de eso tiene importancia, pues quién va a usar una predicción astrológica como indicio de culpabilidad a un acusado de homicidio, y ya puestos al caso, una interpretación de los sueños de un potencial testigo. Pero nuestra sociedad sigue inmersa en todo tipo de magias, gurulandias y visionarios, de los que una muestra exigua son las Ferias Esotéricas que se celebran en Madrid. Algo no tan remoto a los witch-doctors (brujos) de países económicamente menos desarrollados de África a los que consultaron líderes políticos como Jean Bedel Bokassa o Mobutu Sese Seko.

Desconfiemos de la magia usada por taumaturgos que conectan con otros mundos. Cuando se deja entrar el pensamiento mágico en nuestras cabezas, en cualquiera de sus formas, ya sean fantásticas, religiosas o expertas, los mecanismos sobre cómo funciona el mundo se vuelven opacos y nuestras decisiones se tornan arbitrarias y en ocasiones fatales. Se sabe que muchos de los sucesos que nos parecen improbables tienen una explicación racional y ocurren con cierta regularidad. En palabras del estadístico Persi Diaconis: “el día realmente especial sería aquel en el que no ocurriera algo inusual.”

Cervantes y Houdini nos ayudan a pensar en causas naturales antes de aceptar que lo extraordinario en este mundo procede de algún otro. Y no olvidemos, como nos recuerda Jorge Luis Borges, que la verdadera magia no está en los sueños ni en otros mundos, sino en la vigilia que todos compartimos, a poder ser, lo más despiertos posible.

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