Opus Dei: sin el viejo carisma
La Obra pasa a estar tutelada por el papa Francisco, previsiblemente menos complaciente con los modos de una institución que debe reabrir el camino del reconocimiento, que sus miembros creían concluido
Las consecuencias que el motu proprio Ad charisma tuendum (“Para tutelar el carisma”) del papa Francisco, emitido el 14 de julio de 2022, puedan tener para el Opus Dei resultan difíciles de predecir. El mismo significado de estas poco más de 700 palabras ha de resultar impenetrable no solo para la mayoría de los ciudadanos españoles, sino para los mismos católicos que envían a sus hijos a colegios del Opus Dei y colaboran con sus instituciones. Pasará a depender del dicasterio del clero en vez de los obispos. Muy posiblemente, muchos de los simpatizantes que en privado están diciendo que esta nueva jerarquía no es totalmente coherente con el carácter laical del Opus Dei no estaban al corriente de que hasta el motu proprio, dependía del dicasterio de los obispos. Más importante parece el hecho de que el prelado dejará de ser obispo (a partir de ahora será protonotario apostólico supernumerario, otro nombre recóndito). Los futuros sacerdotes del Opus Dei no serán —no podrán serlo— ordenados por el actual prelado Fernando Ocáriz. Si como muchos han comenzado a interpretar este es un movimiento de la Iglesia progresista contra una institución habitualmente considerada conservadora, el Papa, para realizar esta corrección, no se ha apartado un milímetro del lenguaje más jurídico y tradicional, esotérico para cualquier teólogo que no viva a pocas calles de la plaza de San Pedro. En ningún caso, el motu proprio satisface las críticas que sobre cuestiones de fondo —segregación entre hombres y mujeres en muchas de sus instituciones, preferencia por la evangelización de los estamentos sociales más acomodados— el cristianismo progresista dirige al Opus Dei desde los años setenta.
Parece poco probable que el motu proprio represente el comienzo del fin de la historia de éxito que el Opus ha cosechado en la Iglesia católica y en la cultura española desde que en 1928 un sacerdote aragonés de 26 años recibiera en Madrid la revelación de Dios de fundarlo. A quienes se entretengan con estas predicciones se les puede recordar que la Obra no necesitó el encuadramiento jurídico canónico de que hasta julio de este año disfrutaba para lograr este triunfo. De los cuatro prelados que han gobernado al Opus Dei desde su fundación, Josemaría Escrivá de Balaguer no fue obispo ni tampoco Ocáriz lo será. Más aún, el propio Escrivá de Balaguer ni siquiera pudo gozar en vida del estatus definitivo que el Opus obtendría como prelatura personal en 1982, pues había muerto casi ocho años antes. Y, sin embargo, esta carencia de estatus definitivo no fue impedimento para que gozara de colegios, universidades, ministros (Adolfo Suárez por muchos años) y hasta obispos (algunos sacerdotes del Opus Dei son obispos encargados de sus diócesis, aunque respecto de la Obra sean solo un miembro más).
La respuesta del Opus Dei ha resultado pulcramente educada, lo que era previsible. En esta institución cuya obediencia han reconocido todos los papas, el prelado Fernando Ocáriz ha expresado su deseo de que “esta invocación del Santo Padre resonara con fuerza en cada una y en cada uno”. A quienes han seguido las respuestas que la oficina de información del Opus Dei da de publicaciones y las películas que le incomodan, este tono neutro, más preocupado por mantener las formas que por ir al fondo del problema, puede resultarle familiar. Y este es otro de los aspectos en los que el documento pontificio y la respuesta del prelado continúan la vieja tradición informativa vaticana, en la que la comunicación hay que descubrirla más en lo no dicho que en lo dicho, en la que ninguno de los emisores tiene mucho interés por aclarar las cosas.
Las consecuencias más relevantes de este motu proprio se han de dar solo en el plano de la autocomprensión que los miembros del Opus tienen de la Obra. No se trata del primer problema que el Opus Dei tiene con los jesuitas. A comienzo de la década de los cuarenta, los jesuitas Ángel Carrillo de Albornoz y Manuel Vergés se dedicaron a refutar varias ideas de Camino, dudaron de que la entrega a Dios de los miembros del Opus “con chaqueta y pantalón” pudiera ser verdaderamente cristiana y hasta llegaron a considerar que Escrivá era un hereje y que los jóvenes que se acercaban al Opus ponían en riesgo su salvación. En la historiografía que la Obra ha hecho de sí misma —como en la reciente Historia del Opus Dei, de José Luis González Gullón y John F. Coverdale—, todas estas críticas —y otras mucho menos estruendosas— han sido consideradas como “malas comprensiones” (incluso si las hacía un teólogo del prestigio de Hans Urs von Balthasar, de quien Joseph Ratzinger dijo que era el hombre más culto del mundo). En este caso, será mucho más difícil considerar que el motu proprio es solo un error, una equivocación que los pocos perspicaces cometen cuando lo examinan. Y aceptar esto, para la historia de la Obra, para la elevada consideración que de ella tienen sus miembros, es un punto mayor.
Pero si esta consideración no cambia, parece inevitable que muchos miembros de la Obra lamenten el hecho de que el motu proprio implica reabrir y reiniciar un viejo esfuerzo, un esfuerzo que durante 40 años pareció completamente concluido: el de la inclusión del Opus en el marco del derecho canónico. Se reabre la larga historia que empezó en 1941 cuando el Opus Dei es reconocido como Pía Unión, continúa en 1943 con la aprobación de la sociedad sacerdotal de la Santa Cruz y en 1947 como Instituto Secular. La historia que se creía cerrada con la bula Ut Sit vuelve a abrirse. El cambio puede ser menor, pero su situación en el marco del derecho canónico ya ha cambiado: ya no termina en 1982, sino en el mejor de los casos en 2022. Y esta transformación tiene algo de revolucionario, pues el Opus entendía la bula Ut sit teleológicamente, como el definitivo punto ad quem en el que se resolvían todos los problemas, en la que se podría reposar como definitivo acomodo jurídico.
Más allá del cansancio que puede provocar reabrir el camino del reconocimiento, hay un último aspecto que puede generar inquietud a sus miembros. Este proviene del título de la encíclica: tutelar el carisma. Ya no es san Josemaría, ni el beato Álvaro del Portillo, ni Javier Echeverrría —los tres trabajaron juntos y estrechamente—, ni siquiera Fernando Ocáriz, sino Jorge Bergoglio quien tutelará el carisma del Opus Dei. El carisma del Opus Dei es tan razonable como genérico, santificar el trabajo cotidiano. Desde el 14 de julio, estas palabras están abiertas y podrán transformarse con la facilidad con la que el motu proprio modifica la bula Ut sit en dos ocasiones. El carisma tiene un nuevo protector, previsiblemente menos complaciente con los modos de esta institución. El Opus Dei siempre fue antitradicionalista; buscó una forma canónica que respondiera a una especificidad que consideraba absolutamente única. Ante este tipo de tutela, ante las posibilidades de que este motu proprio abre, es posible que muchos de ellos lamenten no haber buscado fórmulas más cercanas a la tradición, la que a veces supone una restricción al arbitrio del poderoso.
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