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Tribuna
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He visto galaxias ardiendo más allá del estado de la nación

¿Tiene sentido vivir mirando al suelo? O lo que es lo mismo, ¿merece la pena seguir viendo el debate? Quien sabe, puede que empecemos levantado la cabeza y acabemos exigiendo altura de miras

Rutger Hauer como el replicante Roy Batty en la escena final de 'Blade runner'.
Rutger Hauer como el replicante Roy Batty en la escena final de 'Blade runner'.
Nuria Labari

La otra noche vi desde mi cama exoplanetas gigantes y grupos compactos de galaxias flotando en el Universo. No había visto nada parecido desde que me hice mi primera fecundación in vitro. Un embrión visto al microscopio se parece mucho al universo: flota como una estrella sobre un tiempo eterno e impredecible. Tan inexplicable y brillante como la vida: a punto de estallar o de apagarse. Lo extraño es que la noche en que contemplé galaxias en el universo profundo lo hice agachando la cabeza, porque la última vez que miré al cielo fue desde la luz azulada de mi smartphone. Un segundo antes había mirado a los ojos a un hombre: Pedro Sánchez. Él hablaba en el debate del estado de la nación para imponerse a un líder que ni siquiera tenía delante y, al mismo tiempo, yo miraba al cielo desde el móvil.

Vi rayos fantásticos brillando en la Nebulosa del Anillo Sur como si fueran lágrimas de purpurina de la serie Euphoria y pensé después en cuántas personas estarían mirando las estrellas en ese mismo instante desde las proas de sus barcos. Yo también he mirado el cielo desde allí, algún otro verano, no hace tanto. Es un manto sin contaminación lumínica, donde el Universo parece que se tiende sobre ti. Irremediablemente pensé en cuánto costará llenar el depósito del yate, de la zódiac, de la lancha motora para quien tenga depósito que llenar, y cuánto gastaremos en bonificar el combustible del ocio de los más ricos gracias a la universalidad populista de ciertas medidas. A continuación pensé en la idea fascista de gastar dinero público en becas de estudios destinadas a mantener y reproducir el escalafón y la miseria ideológica existente en ciertos grupos sociales. Y después, antes de intentar dormir en el mar de asfalto y fuego en que se ha convertido este verano, recordé aquel otro en que asesinaron a Miguel Ángel Blanco. Pude ver todas esas manos clamando juntas al cielo, manos todas muy cerca de las mías. Creo que por eso no logro entender cómo 25 años después hay quien intenta cerrar puños para restar o sumar votos. O cómo la política parece empeñada en separarnos a partir de aquello que solo puede unirnos. Desde la oscuridad de mi dormitorio comprendí que nuestros políticos no miran al cielo y lo que es peor, admití que yo misma he dejado de hacerlo. Puede que los votantes hayamos agachado la cabeza después de todo. Mirar hacia arriba o mirar hacia abajo, esa es la cuestión.

Mirar hacia arriba es mirar hacia aquello que nos liga al universo, a los demás, a las cosas distintas. Es mirar al sentido de nuestra mortalidad como humanos, contemplar nuestro destino en la tierra. Es preguntarnos por la forma de hacernos felices unos a otros en una existencia precaria, en resumen: mirar hacia arriba es mirar al espíritu de las cosas. Es el gesto de la amplitud, del optimismo, de la fusión inmensa con el universo. Porque el universo, además de las galaxias que se devoran a través del telescopio James Webb, también somos nosotros, igual que aquel embrión recién descongelado que contemplé meses antes de conocer a mi primera hija. Polvo de estrellas, ya saben. En cambio, mirar hacia abajo siempre has sido el gesto de la tristeza, de la sumisión y de la derrota. Mirar los escasos recursos, la dificultad de la supervivencia, las disputas vecinales, regionales, nacionales. Es mirarse el ombligo, mirarse el bolsillo una y otra vez, compararse con el de enfrente. Todo eso son miradas hacia abajo, miradas a lo más oscuro y más triste de la tierra. En resumen, mirar nuestra sepultura. Porque allí, debajo de nosotros, está el lugar donde nos enterrarán. Y ahora yo pregunto. ¿Tiene sentido vivir mirando al suelo? O lo que es lo mismo. ¿Merece la pena seguir viendo el debate sobre el estado de la nación?

Nuestras raíces filosóficas proceden de una forma de pensar el mundo en busca de un sentido común. El astrónomo Tolomeo tenía como consigna, allá por el siglo II, que pensar es “mirar hacia lo alto”. Marco Aurelio aconsejaba, en la misma época, no acostarnos un solo día sin una “mirada para el conjunto”. Solo así se explica que nuestros antepasados pudieran vivir con dignidad y hasta alegría una vida infinitamente más dura que la mayoría de las nuestras, donde el dolor, las guerras, las hambrunas, y la enfermedad eran constantes. El renacimiento, los viajes, el comercio… Todo empezó con un telescopio y con unas matemáticas que querían leer el Universo. También con un embrión flotando en mitad del cosmos: aceptar nuestra eternidad y nuestra fragilidad, eso es lo que nos permite levantar la cabeza. Sin embargo, parece que en algún momento nos perdimos. Hoy la humanidad dispone del mayor observatorio astronómico jamás lanzado al espacio y, al mismo tiempo, hemos bajado la mirada.

A lo mejor por eso, la noche en que agaché la cabeza para mirar las estrellas, lancé las palabras de Rutger Hauger en Blade Runner al techo de mi habitación. “He visto cosas que vosotros no creeríais”, declamé. “Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”. Sin embargo, a pesar de lo cerca que se escuchan ya las pisadas de los replicantes, me resisto a esa clase de desaparición. Va siendo hora de mirar hacia arriba, me digo. Si lo hacemos, puede que este verano veamos atardeceres naranjas sobre acantilados magníficos, amaneceres marcianos sobre playas negras como la noche que dejaron atrás y, con un poco de suerte, hasta escucharemos la música de las esferas vibrando en nuestro oído. Y quien sabe, puede que empecemos levantado la cabeza y acabemos exigiendo altura de miras. Eso el cielo lo dirá.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

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