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Afrancesados

España y Francia sufren de un análogo pluralismo polarizado, donde el centro del arco parlamentario en que se sitúa el Gobierno está sitiado por dos frentes opuestos

Pedro Sanchez y Emmanuel Macron
Pedro Sánchez y Emmanuel Macron, en el palacio del Elíseo, en París.AFP
Enrique Gil Calvo

Lola García sostiene que, “visto por sus aliados parlamentarios, Pedro Sánchez recuerda a Emmanuel Macron” como gobernante “altivo y condescendiente”. Quizá por eso la lideresa madrileña lo denigra ante el 2 de mayo como si fuera un afrancesado. Y, en efecto, puede plantearse cierta analogía entre sus suertes respectivas. No por sus cualidades personales, que no podrían ser más opuestas, pues el tacticista presidente español lo fía todo a la fortuna maquiavélica, mientras que el superdotado soberano francés hace gala de una soberbia virtù intelectual. Sino porque los dos se enfrentan a encrucijadas análogas que les hacen ser el centro de ataques cruzados a derecha e izquierda, dadas las presidenciales y legislativas francesas y la ruptura catalana del bloque de investidura por el caso Pegasus. De este modo, ambos se quedan solos ante el peligro, sufriendo pinzas cruzadas de aliados contrapuestos.

Nuestras dos democracias, por diferentes que sean sus sistemas electorales, sufren de un análogo pluralismo polarizado, según la tipología de Sartori, donde el centro del arco parlamentario en que se sitúa el Gobierno se halla sitiado por dos frentes opuestos, liderados a derecha e izquierda por sendos partidos desleales y antisistema. En Francia, Macron se ve desafiado por Le Pen y por Zemmour desde la derecha radical, y por Mélenchon desde la izquierda antiliberal y euroescéptica. Y en España, Sánchez está doblemente tironeado desde la derecha por el bloque coligado del PP y Vox, y desde la izquierda por el frente popular de UP y los nacionalistas periféricos y secesionistas, que no dudan en alinear su voto con la ultraderecha para sabotear al Gobierno.

Pero no es solo por la actual coyuntura crítica, pues esta situación de cerco en pinza o de asedio cruzado viene de lejos. En España se denomina “crispación” desde que fue patentada hace 30 años por la pinza Aznar-Anguita contra el felipismo, pero en realidad procede de más atrás, como revela el hecho de que la II República cayera por el doble ataque cruzado de la derecha reaccionaria y de la izquierda revolucionaria. Y por extensión, toda la España moderna ha padecido esta misma cacería de tutti quanti contra el Gobierno estatal, que se puede caricaturizar como lidia de Leviatán en el ruedo ibérico.

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Y en Francia ocurre algo análogo, pues mucho antes de Macron el poder republicano siempre ha estado sometido al doble cerco de la derecha reaccionaria heredera de La Vendée, del caso Dreyfus, de Acción Francesa y de Vichy, y el pueblo insumiso, desde los sans-culottes y los communards a las banlieues y los chalecos amarillos. Es lo que Bernard-Henry Lévy bautizó como “ideología francesa”, una cultura política antiestatal que se opone al universalismo jacobino que encarna Macron en defensa de un nacionalismo diferencial y particularista en el que se reconoce no solo la derecha reaccionaria sino también la izquierda antielitista, antiglobalista y antiliberal. De ahí la lucha del pueblo contra el Estado, y eso tanto en el nacionalismo periférico francés como en el español, el catalán o el vasco. Todos estamos afrancesados.

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