_
_
_
_
_
40 años de la guerra de Malvinas
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La guerra de Malvinas: mucho más que una “borrachera” del general Galtieri

La mayoría de la población argentina apoyó el desembarco de tropas como catarsis de un reclamo soberano incumplido desde hacía casi 150 años

Guerra de las Malvinas
Vista de un tanque destruido durante la guerra de las islas Malvinas.Graham Bound (EFE)

La ocupación argentina de las islas Malvinas se produjo en un contexto de franco retroceso de la dictadura militar. El Gobierno que había apropiado del poder en 1976 ya había exterminado a la guerrilla (con la promesa de restaurar el “orden”), y los fines propagandísticos del Mundial ‘78 —”los argentinos ganamos la paz”— también habían perdido efecto.

Seis años después, en 1982, la dictadura estaba cercada por tres problemas: la economía, la deuda externa y los desaparecidos. Y había tres actores que la asediaban: los partidos políticos, la central obrera y los organismos de derechos humanos. Era un Gobierno próximo a la deriva.

Tras un golpe interno contra el general Viola, el general Leopoldo Galtieri tomó el mando de la Casa Rosada y quiso torcer la debacle con la recuperación de las islas Malvinas. Tocó una cuerda sentida, clavada en el corazón de los argentinos, para cambiar la agenda política y perdurar en el poder.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Fue una extorsión moral. La mayoría de la población argentina, con una recordada manifestación a la Plaza de Mayo, apoyó el desembarco de las tropas, pero esta expresión no implicaba un apoyo a la dictadura sino, más bien, la catarsis a un reclamo soberano incumplido desde hacía casi 150 años.

Como lo verificó la Comisión Rattenbach que examinó la táctica y estrategia de la actuación militar, Argentina no había previsto la reacción británica. Su intención fue capturar las Malvinas sin derramar sangre y después negociar con la intervención de la ONU, pero ya con la bandera argentina flameando en las islas. Sin embargo, no organizó un plan para su defensa. Esta fue la matriz de su falla estratégica que se revelaría durante la guerra: suponer que las islas no tenían valor geopolítico para Gran Bretaña, que representaban una rémora colonial.

Galtieri, que se sentía el “niño mimado” de Estados Unidos, que enviaba agentes de inteligencia a Centroamérica para enfrentar al “enemigo marxista”, no imaginó que había comprometido los intereses de Occidente.

Las islas le permitían a Gran Bretaña una proyección hacia la Antártida, y también, por su cercanía con el estrecho de Magallanes, al océano Pacífico, y al sur de África, continente en el que por entonces se expandía la influencia de la Unión Soviética.

Ante el desafío de la ocupación argentina, Gran Bretaña —y esto equivalía a decir Estados Unidos y también la OTAN—, no podía mostrarse como una potencia débil en el marco de la Guerra Fría.

Durante las primeras semanas de abril de 1982, Galtieri continuó en la creencia de que no habría guerra. Pero la flota británica ya estaba lanzada hacia el Atlántico Sur y los soldados argentinos llegaban a las islas en un clima de improvisación, muchos de ellos sin haber concluido etapa de instrucción, con un equipamiento bélico que fallaba y, sobre todo, con tres fuerzas militares —de tierra, aire y mar—, que no actuarían en forma conjunta, bajo un mando único. Incluso algunos oficiales —imbuidos por el autoritarismo castrense— infligieron castigos y torturas sobre sus subordinados.

De este modo Argentina comenzó a vivir la experiencia de su primera guerra del siglo XX contra una potencia de Occidente.

Sin embargo, reducir la contienda a “chicos de la guerra” sin preparación que fueron empujados a la batalla frente a un enemigo gigante y tecnologizado, también implica obviar (o desmerecer) la actuación de conscriptos y mandos superiores que aún en el caos y la incertidumbre, lo hicieron con empeño y profesionalismo, dejando la vida en un territorio usurpado, que sentían propio. Es decir, la causa Malvinas significaba para ellos mucho que la consecuencia de una “borrachera” de Galtieri, como la visión histórica posterior logró instalar.

En el primer combate terrestre directo, ante el “peligro” que la ONU ordenase un cese de fuego y una opinión pública local cada vez más crítica a su gabinete de guerra, Gran Bretaña decidió atacar la guarnición de Pradera del Ganso y Puerto Darwin, pero el heroísmo de los soldados les generó una resistencia inesperada de 36 horas y la caída del oficial de mayor rango en tierra. A partir de ese momento los británicos decidieron no combatir más de día, y hacerlo de noche, momento en que podían hacer prevalecer mejor la superioridad de su armamento.

Fuerza aérea

En el combate aéreo, aún cuando la Fuerza Aérea no tenía experiencia en ataques sobre unidades de superficie y disponían de solo dos minutos de autonomía de combustible para identificar el blanco, lanzar sus bombas y regresar al continente, se convirtieron en una pesadilla para la flota británica.

La Aviación Naval, que contaba con apenas cinco misiles Exocet, que impactaron sobre el “Sheffield”, el “Atlantic Conveyor” y probablemente sobre el portaviones “Invincible”, obligó a Thatcher a romper la “zona de exclusión” que había determinado, y ordenar a la fuerza especial SAS (Special Air Service) la destrucción de la base aeronaval de Río Grande, que albergaba a los pilotos y a los aviones Super-Etendard, con la incursión de un comando que aterrizó en el continente pero no alcanzó a cumplir su misión.

Pese a sus límites tecnológicos, pero en virtud de su alto profesionalismo, los pilotos hundieron y averiaron, en distintas proporciones, a 24 de las 42 naves que Gran Bretaña desplegó en el Atlántico Sur.

Después, la derrota en Malvinas fue anexada en el inventario negro del Estado terrorista argentino, junto a los centros clandestinos y las desapariciones, pero fue una operación de post-guerra, que tenía el larvado fin de olvidar el enfrentamiento bélico, ocultar a sus héroes, e incluso a la legitimidad del reclamo histórico de Argentina sobre las islas.

El camino del diálogo para resolver el conflicto soberano, que había resuelto la ONU en 1965, y que hacia 1982 apenas se había iniciado, jamás se pudo recuperar. Con las islas Malvinas transformadas en una fortaleza militar de Gran Bretaña y la OTAN, aquella posibilidad parece más lejana todavía.


Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_