_
_
_
_
columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Resistencia

Reverberan en la determinación de los ucranios de defender su libertad las historias de David contra Goliat, de Antígona desafiando a Creonte, de Espartaco y los suyos combatiendo a las legiones de Craso

Varios ciudadanos preparan 'cócteles molotov' en una calle de Kiev este domingo.
Varios ciudadanos preparan 'cócteles molotov' en una calle de Kiev este domingo.Efrem Lukatsky (AP)
Xavier Vidal-Folch

La resistencia frente al gigante, contra la arbitrariedad, ante el terror y a costa de la propia vida ha escrito las páginas más bellas, y más emocionantes, de la historia de la humanidad. La determinación del pueblo de Ucrania frente al invasor, incluso aunque acabe siendo una aventura imposible y dure lo que dure, se inscribe para siempre en esa estela. Varios días y sus noches, ya: una marca imborrable, aunque no pueda prolongarse infinitamente.

Hay algo —mucho— de mágico en ese imperativo categórico que conduce a enarbolar la libertad sin condiciones. A sabiendas de que su portaestandarte tendrá los días contados por la obvia abrasiva superioridad numérica y de fuerza tecnológica que ostenta el poder arbitrista y autocrático.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Por eso, reverbera en la gesta de los ucranios la historia del pastor David, que se enfrentó con una simple honda y una piedra engastada en ella al gigantesco Goliat, cuando este amenazaba al pueblo de Israel. O la de la princesa Antígona, que desafió la prohibición de su tío, el rey usurpador Creonte, y honró la memoria de su hermano asesinado. O la de Espartaco, que congregó un ejército creciente de más de 100.000 esclavos y en el cambio de era desafió a la élite romana y a su delegado Craso, antes de ser vencido, y exterminados los suyos.

Tampoco la historia de la última guerra mundial es hermosa por la sangre vertida ni por el final feliz ante la potencia metálica de quienes empezaron victoriosos y resultaron derrotados, sino por ese arrojo que condujo —y recreó la filmografía anglosajona— a grandes escapadas de lóbregas prisiones, asaltos a cuarteles inexpugnables en cumbres imposibles o batallas aéreas desiguales y dramáticas. Y que las cintas francesas e italianas en blanco y negro llevaron a las pantallas, íntimas y temblorosas: aventuras esenciales, asediadas por espías y verdugos, de redes honestas trenzadas entre tantas personas que decidieron jugárselo todo porque, de lo contrario, la vida no valía nada.

El monstruoso dictador, ahíto de bótox, dispensador habitual de veneno a tantos rivales, prometió una aparentemente esterilizada “operación técnico-militar”. Esa helada cirugía que al cabo consiste en bombardear edificios de viviendas habitados por familias. Al primer revés, propinado por los resistentes de Kiev pertrechados de tirachinas, y por los miles de honrados ciudadanos rusos que disienten en la calle del exterminio contra sus hermanos, se precipita a preparar la activación del arma nuclear contra David, Espartaco y Antígona. Poderoso y nimio, ignora que moralmente es ya Goliat, Craso, Creonte. Esa gente atroz.


Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_