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COLUMNA
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Bárbaro rey

Los trapos sucios se lavan en casa, pero algunas manchas son tan difíciles de sacar de ciertas telas que igual convendría aludir al marrón públicamente

Barbara Rey Juan Carlos I
Bárbara Rey, en Madrid en 2019.Europa Press
Luz Sánchez-Mellado

Aun hoy, en el apogeo de la Tindercracia, los salones de muchas casas siguen presididos por las fotos de las bodas de los hijos enmarcadas en alpaca y los novios mirando al infinito, como si su amor fuera a ser vitalicio. Con el paso de las décadas, y de los divorcios, algunas de ellas han sido discretamente retiradas o sustituidas por otras de los vástagos con sus nuevas parejas. Pero tengo vista alguna en las que la figura del cónyuge cesante ajeno a la saga ha sido mutilada a cúter limpio y sustituida por la virgen o el santo patrón del pueblo de los suegros, en un afán entre quirúrgico y pío de cortar por lo sano: extirpado el ex se acabó la rabia. El problema viene cuando no es que te divorcies, sino que te deshijas por pura supervivencia, tu ex es tu padre y tu antecesor en la jefatura del Estado, y tu álbum de fotos, historia de España. Por mucho que le metas el cúter en los retratos y los sustituyas por la Corona, el fantasma permanece hasta que lo llamas por su nombre. Algo así sentí viendo el discurso de Nochebuena de Felipe VI. A fuerza de no verlo ni mentarlo, pesaba en el éter más el rey ausente que el presente. Los trapos sucios se lavan en casa, pero algunas manchas son tan difíciles de sacar de ciertas telas que igual convendría aludir al marrón públicamente.

Mientras, Juan Carlos de Borbón, el ex de La Zarzuela, sigue exiliado en Abu Dabi, en campechano compadreo con un traficante de armas, prófugo de la justicia y amigo de toda la vida, no necesariamente por este orden. Intramuros, los mismos cortesanos que le reían las gracias y se luxaban el coxis haciéndole la reverencia en el besamanos de su onomástica, ora le repudian, ora exigen su vuelta a casa como si nada, y su todavía esposa firma a medias con él su felicitación navideña tragando con carros y carrozas hasta que toque tragar con el arcón fúnebre. Viendo lo visto, y lamentando infinito perderme tamaño espectáculo, lo de su examante Bárbara Rey, negándose a declarar en el Senado sobre si vendió o le compraron su silencio con fondos reservados, casi me parece una inocentada. Por cierto, Bárbara Rey, en realidad, se llama María García García. El rey sí que es bárbaro.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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