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tribuna
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Afganistán, Aukus y la autonomía europea

Durante demasiado tiempo, la ausencia de amenazas directas ha llevado a la UE a arrastrar los pies en el desarrollo de sus capacidades. Francia deberá ayudar a construir una Europa que hable el lenguaje del poder

Morillas 18/10
NICOLÁS AZNÁREZ
Pol Morillas

La seguridad y la defensa cotizan al alza. En pocas semanas, la retirada de las fuerzas occidentales de Afganistán y el acuerdo entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos (Aukus) para reforzar las capacidades militares y de seguridad en el Indo-Pacífico han revigorizado el debate sobre la autonomía estratégica europea y sobre las alianzas más eficaces para la seguridad global. Mientras que el repliegue americano y el realineamiento de fuerzas ante el ascenso de China son cada día más tangibles, la UE sigue sin pasar del propósito a la acción en materia de seguridad y defensa.

La autonomía estratégica, en lenguaje no comunitario, es la capacidad de la UE de contar con los medios necesarios para lograr sus objetivos de política exterior, en cooperación con sus socios cuando sea posible o actuando sola si es necesario. Es un debate de largo recorrido en las capitales europeas, tradicionalmente circunscrito al ámbito de la defensa, pero que hoy se amplía al comercio exterior, ciberseguridad, inteligencia artificial o a la salud global.

La necesidad de una mayor capacidad de acción autónoma reside en la constatación de que el aliado tradicional y garante de la seguridad europea, Estados Unidos, consolida su viraje hacia el Pacífico, se desprende de su papel como policía global y articula su política exterior, sobre todo, en base a los intereses nacionales. La rivalidad de Estados Unidos con China se configura como el elemento geopolítico central del siglo XXI. A pesar de la incidencia de fenómenos transnacionales como la covid-19 o las crisis climáticas, el mundo recupera las lógicas de suma cero, donde potencias como China, Rusia o la India refuerzan su estatus y cuestionan los fundamentos de un orden internacional sustentado en la hegemonía occidental.

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La UE, consciente de su poder comercial y normativo, adolece de capacidades propias en materia de seguridad y defensa, y de la voluntad política para mejorarlas. Mientras cobran relevancia hacia el exterior, estas capacidades siguen fragmentadas entre Estados miembros y supeditadas a la OTAN. La pervivencia de intereses, percepciones de amenazas y trayectorias históricas distintas dificulta la consolidación de una cultura estratégica europea que actúe como nexo para una Europa más geopolítica.

Afganistán fue, con razón, motivo de frustración en la UE. El Acuerdo de Doha entre la Administración de Trump y los talibanes en 2020 y la retirada unilateral y sin consultas previas de Estados Unidos fueron recibidos como un puñal por la espalda tras 20 años de intervención aliada. La mala ejecución de la retirada y la falta de tacto diplomático no esconden, sin embargo, que Europa siempre estuvo en el asiento de atrás de una intervención liderada por Washington. La presencia occidental en Afganistán tenía regusto europeo, dado que incluía la construcción de un Estado de derecho y la protección de los derechos humanos como objetivos centrales —y en línea con el discurso tradicional de la política exterior europea. El caótico final de la misión afgana refuerza la necesidad de dotarse de autonomía estratégica en la UE, especialmente cuando Estados Unidos decide abandonar unilateralmente el terreno de juego o cuando, actuando bajo el paraguas americano, los europeos no son capaces de corregir los errores estratégicos cometidos.

Aukus, en cambio, sí interpela directamente a la UE y, tras ella a Francia, a la hora de desarrollar una mayor autonomía estratégica. La alianza demuestra que las relaciones internacionales se articulan crecientemente en torno a la seguridad y la defensa. No tanto en su concepción clásica, esto es, la defensa territorial o la protección ante invasiones, pero sí global y multisectorial, en la que la ciberseguridad, la inteligencia artificial o la seguridad de las rutas comerciales juegan un papel central.

Todos estos elementos, incluida por supuesto la defensa ante ataques a infraestructuras y cables de conexiones digitales submarinos, forman parte de Aukus (más allá de la provisión a Australia de submarinos de propulsión nuclear, a expensas de su anterior contrato con Francia). El mismo día que se anunciaba la nueva alianza, Bruselas publicaba su estrategia para el Indo-Pacífico, repleta de referencias a la promoción de la estabilidad, la seguridad, la prosperidad y el desarrollo sostenible en esta región, pero carente de objetivos operativos en seguridad y defensa.

La autonomía estratégica europea es todavía un propósito narrativo con poca traslación práctica. Los presidentes del Consejo Europeo y de la Comisión condenaron enérgicamente lo que vieron como el segundo agravio consecutivo por parte de Washington, mientras estudiaban la infructuosa petición de París de retrasar el Consejo de Comercio y Tecnología entre la UE y Estados Unidos como señal de protesta. Algunos Estados miembros, recelosos de la interpretación francesa del concepto como autonomía respecto a Estados Unidos, se alejaban del sentir de agravio de París y mostraban de nuevo que, si tal autonomía no existe, es debido a las divisiones internas en la UE.

Aukus ejemplifica también un error estratégico mayor cometido durante las negociaciones del Brexit. Mientras que los negociadores se centraban en la consecución de un acuerdo comercial que respetara las normas del mercado interior y protegiera la paz en Irlanda del Norte, la UE relegaba a un segundo plano la relación estratégica con el Reino Unido, su principal socio en capacidades de defensa y de presencia global. Para Downing Street, el acuerdo con Estados Unidos y Australia ofrece la ocasión para validar su lema “Global Britain”, a la vez que asesta su propia venganza contra la férrea actitud de la UE y de París durante el Brexit. Entender que la relación con el Reino Unido pasa solamente por la estabilidad económica y comercial es un error de fondo con relación a la autonomía estratégica de la UE.

Finalmente, Aukus muestra cómo, ante la transformación del orden internacional, las alianzas son hoy más flexibles, y complementarias a los marcos institucionales tradicionales. La lógica “China first” de la política exterior estadounidense pasa por delante de la lealtad hacia los socios tradicionales. El “Quad” (diálogo estratégico entre Estados Unidos, la India, Japón y Australia) y los “Cinco Ojos” (alianza de inteligencia entre Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y Estados Unidos) son entendimientos flexibles y con la mirada puesta en la creciente asertividad y agresividad de China hacia su vecindario. Los europeos hemos sido demasiado autocomplacientes al creer que las coaliciones entre países democráticos, como la denominada “cumbre de las democracias”, reforzaría a la Unión. A ojos del presidente Joe Biden, las democracias que importan ante el auge de China se encuentran más allá de Europa. Las alianzas no superfluas son las que rinden en pro de un interés geopolítico compartido, y el auge de China preocupa tanto a Estados Unidos como a los países del Indo-Pacífico.

La estabilidad internacional es algo más que flujos comerciales, pandemia o crisis climáticas. Los episodios de Afganistán y Aukus nos recuerdan la importancia de la seguridad y la defensa en un mundo crecientemente hobbesiano. Durante demasiado tiempo, la ausencia de amenazas directas ha llevado a la UE a arrastrar los pies en el desarrollo de capacidades propias, incluso si estas son complementarias a las de Estados Unidos. Hoy, la autonomía estratégica europea requiere hechos y voluntad política, tanto desde el punto de vista de capacidades como de alianzas con socios estratégicos. Francia, en tanto que actor indispensable para la defensa europea tras el Brexit, deberá dejar de lado el agravio sufrido con el Aukus y ayudar a construir una Europa que, finalmente, hable el lenguaje del poder.

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