Madres coraje
El cordón umbilical es a veces de seda y a veces de espino y no siempre se elige. Nadie es perfecta. Hacemos lo que podemos
El otro día, aburrida y con ganas de guerra, puse un tuit tonto a sabiendas de que me metía hasta el cuello en un charco sin fondo. Decía, más o menos, que flipaba con el creciente número de madres que, a estas alturas del partido, deciden compartir lecho —colechar, dicen ellas— y amamantar a demanda —o sea, cuando el mamón o mamona pide teta— a sus crías hasta pasados cuatro, cinco, seis años desde que las parieron. Enseguida saltaron muchas aludidas ensalzando las bondades de la crianza con apego, sic, y la lactancia materna sine die. Previsible. Lo que me dejó loca fue la condescendencia, cuando no la superioridad moral, de no pocas con quienes no los practican, como si las que no quieren o no pueden lactar o colechar hasta el cole estuvieran privando a sus herederos de su herencia. No faltaron, incluso, quienes me afearon que una progenitora de mis décadas, con edad de sobra para ser abuela aunque no lo sea, opinara sobre las auténticas madres, o sea, ellas, como si la maternidad caducara con la menopausia. “Antigua”, me insultó una, ultramoderna, como si amamantar a la prole, pernoctar con ella y llevarla todo el santo día a cuestas, perdón, portearla, fuera algo distinto de lo que hacían las neandertales en la cueva.
Vale, estoy caricaturizando. Puede que haya cierto rencor generacional en mi genuino asombro hacia estas madres entregadísimas a sus cachorros, dado que las de mi quinta tuvimos que destetarlos a las 16 semanas para volver al tajo, quisiéramos o no quisiéramos. Puede que el rifirrafe no sea más que la eterna pugna entre quienes están de ida creyendo descubrir el mundo y quienes estamos de vuelta creyendo haberlo descubierto llevándonos los correspondientes chascos. Puede que, bajo mi alucine, subyaga cierta envidia de su juventud, su pasión y su adanismo, digo evismo, de novatas. Puede. Pero pensé, sobre todo, en lo que nos queda por pasar a todas antes de jubilarnos del cargo al enterarme de que Noelia de Mingo, la médica enferma mental de 48 años que volvió a apuñalar a dos personas hace unas semanas después de haber matado a tres hace 20 años, estaba en libertad condicional bajo el exclusivo cuidado y responsabilidad de su octogenaria madre. Ay, comadres: el cordón umbilical es a veces de seda y a veces de espino y no siempre se elige. Ser madre no es gratis, ni fácil, ni nadie es perfecta. Hacemos lo que podemos. No pasa nada por admitirlo.
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