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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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La bomba bajo el brazo de Michel Barnier (y el futuro de la CDU y el PP)

Las propuestas en materia migratoria del político francés encarnan una vía para desactivar a la ultraderecha muy peligrosa

Andrea Rizzi
Michel Barnier, en un acto en Nimes.
Michel Barnier, en un acto en Nimes.PASCAL GUYOT (AFP)

Como es notorio, a veces surte más efecto un caballo de Troya que un gran asedio. Dejando al margen el Brexit, episodio sui generis, la Unión Europea ha resistido razonablemente bien la embestida de formaciones nacionalistas del continente que, con distinta intensidad, han buscado un repliegue del proyecto en los últimos años. Hubo partidos que coqueteaban con la salida de sus países de la Zona Euro o con la reducción de competencias comunes (sopesando en la intimidad opciones más radicales aún). Pero haber domesticado de momento esta clase de amenaza extramuros no significa que no puedan aparecer problemas vinculados a ella desde dentro del propio perímetro europeísta. Michel Barnier, convencido sostenedor del proyecto comunitario y solvente negociador del Brexit en nombre de los Veintisiete, anda con uno de ellos de tamaño XL bajo el brazo. Una auténtica bomba.

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Barnier es uno de los varios aspirantes a hacerse con el papel de candidato de Los Republicanos –conservadores tradicionales- en las elecciones presidenciales francesas de la próxima primavera. Entre sus propuestas, destaca la promesa de “retomar el control de la política migratoria”. Con ese fin, plantea una moratoria para frenar lo que define como “autorizaciones automáticas” –por ejemplo, endureciendo criterios de reagrupamiento familiar-, aprobar una ley constitucional que proteja esas medidas impidiendo a la justicia francesa tumbarlas en nombre de los compromisos internacionales de Francia y organizar un referéndum para respaldar todo ello. La maniobra supondría proclamar la superioridad del derecho nacional sobre el comunitario en materia migratoria. Un ataque frontal a un pilar esencial del edificio comunitario.

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La lógica de Barnier es clara. Con razón o no, hay una amplia inquietud social en esta materia; hay que evitar que la capitalice la extrema derecha. Para ello, el político supuestamente conservador moderado asume retórica (”reprendre en main”, eco del célebre “take back control”) y contenidos (coger de la UE lo que interesa, descartar lo que no) de sabor muy brexitero. Pero el precio de desactivar a la extrema derecha de esa manera se parece bastante al triunfo de sus ideas y a una herida brutal al proyecto europeo.

Bajo el liderazgo de Angela Merkel, los democristianos alemanes han optado por una estrategia bien diferente en su manejo del desafío ultraderechista: cordón sanitario en términos de gestión; distancia sideral en términos de valores. No todo es oro molido (véase la llamativa tolerancia hacia Víktor Orbán que la CDU ha apadrinado durante años) pero en su conjunto ha sido una posición de notable altura política. En términos absolutos; y aún más en términos relativos, si se compara con maniobras a lo Barnier, con el desacomplejado abrazo de Forza Italia a la Liga y a Hermanos de Italia o a la actitud del PP en España.

La CDU afronta este domingo unas elecciones en las que los sondeos prevén un mal resultado. Caso de confirmarse, será fundamental para toda Europa que ello no genere un viraje de la formación que la aleje de la moderación. El PP, por su parte, celebra en los próximos días su convención nacional en medio de inquietantes síntomas de aceptación de posiciones extremas. La infiltración de ciertas ideas en el núcleo central de la política europea es un riesgo enorme. La propuesta de Barnier acarrearía gravísimas consecuencias en términos de conflicto político y legal. Otros podrían tener la tentación de afirmar la superioridad del derecho nacional sobre el comunitario en la misma, u en otras áreas. Timeo danaos et dona ferentes (“temo a los griegos incluso cuando traen regalos”), alertó sabiamente Laocoonte a los troyanos en la Eneida de Virgilio.

Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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