Azucenas para Lorca
Ojalá quienes reivindican al poeta como propio se contagien de su defensa de los débiles
El crimen fue en Granada, cantó con dolor Antonio Machado. Federico García Lorca no murió solo. Junto a él fueron asesinados al menos tres hombres. El maestro republicano Dióscoro Galindo González, y dos banderilleros anarquistas, Juan Arcollas Cabezas y Francisco Galadí Melgar. El camino final de estos cuatro hombres se cruzó en La Colonia de Víznar, un cortijo de extenso terreno y un molino, situado junto a la acequia de Aynadamar y convertido por las autoridades republicanas en casa de veraneo infantil. Colonias bulliciosas de las que la finca tomó su nombre. El último grupo de niños fue desalojado por los rebeldes en agosto de 1936, cuando el golpe ya se había convertido en guerra. El edificio dejó atrás sus fines ociosos y educativos y se transformó en una de esas cárceles de transición donde los detenidos pasaban las últimas horas antes de ser paseados.
El poeta llegó a La Colonia de madrugada y en pijama. Lo habían detenido por orden del gobernador militar de Granada en casa de los Rosales, familia amiga de significación falangista con la que se había refugiado después del registro de su casa y tras la detención de su cuñado Manuel Fernández Montesinos, alcalde socialista de Granada, que murió fusilado. La protección de sus amigos no fue suficiente y Lorca fue asesinado junto a Galindo, Arcollas y Galadí.
Esta semana se han cumplido 85 años de aquella madrugada y el recuerdo de Lorca ha llenado las redes. Los tuits más polémicos los firmaba la diputada de Vox, Macarena Olona, quien reivindicó al poeta como “universal, pero nuestro” y se defendió de las críticas de quienes la relacionaban con la ideología de sus asesinos afirmando que Lorca era apolítico y que hoy en día votaría a su partido. La defensa del apoliticismo del artista no es nueva. Como escribió Santos Juliá, “de la muerte de Lorca nadie alardea”. Al contrario, desde fechas tempranas personajes como Franco o José María Pemán aludieron a los horrores de la guerra, sus accidentes o sus daños lamentables pero inevitables como culpables. Y una y otra vez insistieron en la falta de perfil político de Lorca. Como si no ser un hombre de partido y carecer de posición fuesen la misma cosa.
Olona, como quienes la han precedido en esa defensa a ultranza del Lorca apolítico, parece ignorar las expresiones y acciones donde dejó patente su compromiso. Como su apoyo al Frente Popular en febrero de 1936 o su firma en manifiestos contra la dictadura de Primo de Rivera, la de Salazar o los encarcelamientos de intelectuales por parte del nazismo. Su estrecha relación con uno de sus profesores, el ministro socialista Fernando de los Ríos, quien firmó su carta de recomendación para la Residencia de Estudiantes. Su azañismo. Su contribución a la política cultural de la República, sobre todo a través de La Barraca, compañía que llevó el teatro a las zonas rurales. O sus afirmaciones en documentos privados, como la carta donde expresa su convencimiento de que “las derechas” seguirían “su campaña (…) contra Margarita” Xirgú y contra él, algo que le parecía casi positivo, pues “hoy en España no se puede ser neutral”.
Con todo, nada refleja mejor el compromiso social de Lorca que su obra, en la que se erige portavoz de los desfavorecidos, reivindicándolos a través de sus poemas. En su última entrevista, concedida en junio de 1936 a Luis Bagaría, afirmaba que “el artista debe llorar y reír con su pueblo (…) dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan las azucenas”. Como dijo Pablo Neruda, “hay Federicos para todo el mundo”. Ojalá quienes lo reivindican como propio se contagien de su defensa de los débiles y la próxima vez, qué sé yo, que hablen de menores no acompañados, se alejen del fango y encuentren las azucenas.
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