Pulso en Escocia
Las elecciones retratan una sociedad partida en dos que requiere diálogo político
Los partidos escoceses favorables a la independencia y a un nuevo referéndum para conseguirla han obtenido la mayoría de escaños en el Parlamento regional en las elecciones de esta semana. El Partido Nacionalista Escocés obtuvo un notable resultado y, junto a los Verdes, tendrá un sólido control de la Asamblea autónoma. Sin embargo, un análisis del número de votos logrado por los distintos partidos parece dibujar el escenario de una sociedad partida por la mitad en lo que respecta a la cuestión independentista. No puede descuidarse; tampoco sobreestimarse.
Situaciones de este tipo no constituyen base legitimadora para una ruptura constitucional, que exigiría mayorías muy reforzadas, como estableció el famoso dictamen del Tribunal Supremo canadiense al dilucidar en 1998 el conflicto de Quebec. Cuando un territorio se exhibe reiterada y casi exactamente partido por la mitad, toda opción de cambio profundo en su esquema de convivencia colectiva —y de su adscripción estatal— conduciría a una polarización que inevitablemente eternizaría la línea divisoria. Entre otras razones, porque algunos de los vientos de cola de este resultado parecen ser de naturaleza contingente. Así, el declive general del Partido Laborista favorecía al Partido Nacional Escocés, de ideología próxima, suavemente socialdemócrata. Y el Gobierno conservador de Boris Johnson se ha apresurado a dilapidar su impulso pos-Brexit con turbios episodios de corruptelas... o corrupciones.
Pero lo que más ha aupado al escocesismo ha sido la ruptura del contrato que la élite política británica estableció para el referéndum de independencia de 2014 (ganado por esta con el 55% de los votos). Prometió entonces al viejo reino unificado en 1707 que la preservación del vínculo estatal iba de la mano del mantenimiento de su inserción en la Unión Europea. Era un elemento central del contrato de unión al que se mantuvieron fieles los escoceses en 2014. Su apego a la UE quedó claro en el referéndum del Brexit, cuando una mayoría del 62% se decantó por seguir en Europa. Es evidente que la salida del club europeo representa un importante diferencial político con respecto a la situación de 2014.
Así que, aunque difícilmente haya espacio para la secesión, sí lo hay ampliamente para la política. Londres debería esforzarse en hacer posible ese diálogo, en reconstruir la confianza perdida, revitalizar las prometidas mejoras del autogobierno de 2014 y reinterpretar su huida de la UE de manera menos dolorosa para los ciudadanos escoceses. No se puede tener a tantos, tanto tiempo, en la eterna desafección.
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