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COLUMNA
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Mejor no ver una democracia sin prensa

Asfixiar a la prensa libre es una tentación recurrente incluso en países democráticos. Polonia, por ejemplo.

Jorge Marirrodriga
Libertad de prensa
"Los medios, sin elección" dicen las portadas en negro de medios polacos durante su protesta contra el proyecto del Gobierno.WOJTEK RADWANSKI (AFP)

No es una casualidad que la prensa libre se haya desarrollado en las democracias. Así, ha sucedido históricamente que, conforme el parlamentarismo se ha ido desarrollando y las libertades reconocidas al ciudadano creciendo, la prensa —ahora llamada medios de comunicación— ha ido surgiendo, creciendo y perfeccionando su quehacer profesional. E incluso ha acontecido que un oficio en principio mal visto socialmente terminara envuelto en un halo atractivo, que permitía ganarse decentemente la vida a sus profesionales e incluso sea materia de enseñanza en las universidades. Pero, en un ejercicio del tipo “¿qué fue primero, la gallina o el huevo?”, también es legítimo plantearse si, en parte, no habrá sido al revés y la existencia de esa prensa libre no habrá contribuido de forma decisiva al crecimiento y mejora de las democracias. Es decir, si esas democracias no lo serán precisamente porque hay prensa libre. ¿Puede existir prensa libre sin democracia? La respuesta parece obvia: no. ¿Y pueden existir democracias sin prensa libre? Aquí, aunque la respuesta debiera ser igualmente obvia, hay quienes desde múltiples lugares —políticos, económicos o tecnológicos— niegan la mayor.

Al igual que en las viejas minas de carbón, en las democracias también hay canarios en jaulas. Y cuando dejan de trinar es que las cosas están francamente mal. La prensa libre es uno de ellos.

La semana pasada, la prensa libre polaca dejó de cantar. El Gobierno pretende imponer un impuesto sobre la publicidad que reciben los medios privados con el argumento de que ese dinero debe ayudar al esfuerzo en la lucha contra la pandemia del sistema nacional de salud y el mundo de la cultura. Con unos medios —en todo el mundo— asfixiados por la crisis económica y el cambio de paradigma tecnológico y social, esa nueva tasa es una sentencia de muerte para muchos. En el partido del Gobierno lo denominan, en un ejercicio de maravilloso cinismo, “impuesto solidario”, cuando en realidad dejar a una sociedad sin libertad para elegir dónde informarse es de lo más insolidario que hay. Una triste paradoja, además, en el país que precisamente enseñó al mundo a pronunciar cómo se dice “solidaridad” en polaco y su significado de lucha por la libertad.

Para no llamar a las cosas por su nombre, se han introducido algunos términos nuevos en la ciencia política moderna. Iliberal es uno de ellos. El Gobierno polaco trata de ahogar a la prensa libre, pero no es el primero que lo hace en una democracia formal. Es verdad que la prensa —como la propia democracia— es imperfecta. O incluso muy deficiente. Y es además muy dependiente de sus libros de contabilidad. Pero sigue siendo fundamental para el funcionamiento de una democracia. También en Polonia.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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