Colas y Cataluña
Una de las cosas más sagradas que hay en España son las filas que hay que respetar de forma rigurosa para que a uno, o una, le guarden respeto
Una de las cosas más sagradas que hay en España son las colas, o sea, el turno de las colas, que hay que respetar de forma rigurosa para que a uno, o una, le guarden respeto.
Porque las colas son interclasistas, como los bares. La única ley aceptada por todo el mundo es la de quien ha llegado primero. En las colas no valen las jerarquías previas. Todo el mundo sabe quién estaba antes.
Seguramente, la única ley de la cola es universal. Es muy probable que valga para cualquier idioma lo de estar antes que otro. Y es muy probable que en cualquier cultura esté mal visto que alguien haga una cola por otro.
Por ejemplo, no está bien visto en España que el jemad ponga a un recluta en su lugar, y mucho menos que el tal jemad vaya, por la cara, exhibiendo las estrellas de su hombrera como argumento bastante para saltarse todos los puestos de una cola de vacunas. Otra cosa es la señora mayor que hace algunos años se colaba en el cine, con su inagotable recua de nietos, diciendo eso de “pues no he hecho yo colas en mi vida”.
Faltaba la democracia, pero no solo para denunciar, sino para, una vez que se ha demostrado en la práctica que Pablo Iglesias puede ser vicepresidente del Gobierno, que cualquiera que se lo proponga puede ser jemad. “Oiga, señor jemad, respete el orden, que yo podría ser usted”.
En Cataluña lo saben. A Salvador Illa no lo conocía nadie, salvo Miquel Iceta. Y, de golpe, ha sido ministro de Sanidad en la coyuntura más fácil de las imaginables, y de ahí se ha saltado todos los lugares de la cola para intentar ser president. La otra cola, la de la vacuna, ya sabía él que no podía saltársela.
A Illa le han salido apoyos por donde se esperaba. No es pequeño el de la intelectualidad filoespañola del grupo de Jordi Gracia. Esta gente no puede tener ni un Javier Pradera ni un Santos Juliá porque necesitan que quien haga el papel sea catalán, o lo parezca. Lo explica de forma extraordinaria Jordi Amat en El hijo del chófer (Tusquets, 2020), quien narra que hasta alguien tan respetable como Vicens Vives formaba parte de eso, que era el cemento de Josep Pla para ser catalán.
Hay que leerlo para entender Cataluña.
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