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Columna
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Zidane en la derrota

En el campo del Alcoyano el Real Madrid sonó como sonaría la Filarmónica de Viena en las fiestas patronales de Cantalejo. El problema de echar al francés de cualquier lado es que sin él todo es peor

David Trueba
Zinedine Zidane mientras abandona el terreno de juego tras el partido de tercera ronda de la Copa del Rey entre el CD Alcoyano y el Real Madrid en El Collao, el pasado 20 de enero.
Zinedine Zidane mientras abandona el terreno de juego tras el partido de tercera ronda de la Copa del Rey entre el CD Alcoyano y el Real Madrid en El Collao, el pasado 20 de enero.Quality Sport Images (Getty Images)

Me impresionó la imagen de Zidane al terminar el partido contra el Alcoyano. Eliminados de la Copa, el entrenador del Real Madrid recorría el césped camino de los vestuarios con un gesto de contención. Luego, sus declaraciones, pese a la grandilocuencia mediática, han tenido el mismo aire de moderada rectitud. No ha eludido la responsabilidad, pero tampoco le ha negado al rival, por modesto que fuera, la grandeza de su victoria. Ha dicho: ganaron ellos, no solo perdimos nosotros. Reconozco que tengo debilidad por Zidane. Como futbolista fue irrepetible. Su elegancia le hacía parecer un Fred Astaire con botas de tacos. Tenía una manera muy curiosa de realizar el primer regate tan solo con acomodar la pelota y arrancar a jugarla. Una vez le pedí a un amigo que se había enfrentado a él que me describiera sus cualidades y me dijo algo que nunca olvidé: es de esos jugadores que cuando los tienes enfrente descubres que son aún mejores de lo que parecen. Había algo en esa cualidad suya silenciosa para saber enfrentar cada momento que ha reaparecido en su muy exitosa etapa de entrenador. No aparenta esconder nada complicado ni retorcido, sino que busca el camino más limpio para decir lo que piensa.

El Zidane entrenador se fue del Real Madrid en su día con pocas explicaciones. El triunfo le había sonreído, pero había algo fuera de su control. No quiso hacerse un monumento, sino que se fue a casa y habló poco. El regreso al banquillo blanco tuvo algo similar. Nadie lo esperaba, pues los problemas del equipo parecían enormes e inabarcables. Pero él tomó las riendas y aceptó con naturalidad que los tiempos de esplendor en la hierba quedaban algo lejos y tocaba trabajar en esas transiciones imposibles. No hay demasiado tiempo para entrenar en el fútbol moderno, más bien se gestiona una agonía cotidiana. En Zidane no parece habitar un entrenador enormemente intervencionista, sino un delicado maestro en el arte de ofrecer confianza a los jugadores para que saquen lo que llevan dentro si están en disposición de hacerlo. Para la moda actual es demasiado discreto y descreído, con declaraciones que poseen la brillantez de lo natural. Es muy difícil estar donde está y que apenas se le recuerden meteduras de pata, salidas de tono y caídas en esa fugaz tentación de la mentira y el ventajismo. A mí, Zidane me da tranquilidad entre una esfera pública bastante bochornosa.

Por el campo humilde del Alcoyano se retiraba un campeón como él, con todos los triunfos y la gloria acumulados, derrotado, pero no agónico. Es un oficio curioso el de estos entrenadores que vinieron de triunfar como jugadores. Aceptan el destino sin drama. La tristeza de la derrota les cae encima como un chaparrón del que saldrán silbando, porque las han visto de todos los colores. Zidane es un personaje magnético, que a veces de puro afinado en una nota exacta parece que no le cuesta trabajo lograr lo que logra. Cuando caen vencidos descubrimos la pasta de la que están hechos algunos deportistas. No hacen ruido, no meten bulla, no buscan otros culpables ni echan balones fuera. Zidane es de esos tipos que te hacen tener simpatía por un equipo tan solo por contar con él en nómina. En el campo del Alcoyano el Real Madrid sonó como sonaría la Filarmónica de Viena en las fiestas patronales de Cantalejo. El problema de echar a Zidane de cualquier lado es que sin él todo es peor.

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