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Columna
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La mochila de Salvador Illa

¿Puede algún ciudadano catalán contrario a la independencia dar el voto a un partido socialista cuyo objetivo, aunque no lo confiese, sea pactar con ERC?

Francesc de Carreras
El ministro de Sanidad y candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat, Salvador Illa, durante la rueda de prensa posterior a la reunión semanal del Consejo de ministros, este martes en Moncloa.
El ministro de Sanidad y candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat, Salvador Illa, durante la rueda de prensa posterior a la reunión semanal del Consejo de ministros, este martes en Moncloa.Ballesteros (EFE)

Se dice en los medios de comunicación y, aún más, entre los políticos socialistas, que la sustitución de Miquel Iceta por Salvador Illa como cabeza de lista del PSC en las elecciones catalanas será un “revulsivo electoral” para mejorar de forma decisiva los resultados de su partido. Incluso los más optimistas creen que puede ser la lista más votada. Este es, sin duda, el objetivo del cambio de candidato. Sin embargo, pensando fríamente, en la situación actual estos píos deseos más parecen el resultado de un optimismo voluntarista y propagandístico que de un razonamiento basado en la realidad.

No tengo dudas sobre la capacidad de Illa, de su integridad personal y, por supuesto, de la notoriedad adquirida en los últimos 10 meses, no tanto por su gestión en el Ministerio de Sanidad, que es discutida y discutible, sino por su talante como político: sin estridencias ni ataques burdos e infundados al adversario, argumentando sus decisiones, admitiendo que puede equivocarse y, si se da el caso, reconocerlo y modificar de criterio. ¡Ya me gustaría que todos nuestros políticos adoptaran estas formas de actuación! Además, dentro de un PSC todavía muy impregnado de nacionalismo, el nuevo candidato es una excepción: proviene de una escuela, la de Romà Planas, tarradellista y no identitaria.

Pero al mismo tiempo, Illa arrastra una pesada mochila que sin duda lastra sus posibilidades de acción: estará inevitablemente condicionado por las necesidades políticas de Pedro Sánchez, especialmente cuando le presione para que el futuro Gobierno de la Generalitat sea un calco del Gobierno central, es decir, producto de un pacto entre ERC, Podemos (Comunes) y el PSC. Tampoco es algo muy diferente a lo que el PSC ya practica en Cataluña, desde los tripartitos de la época de Zapatero hasta hoy, en Ayuntamientos y Diputaciones, lo que ha supuesto siempre un claro refuerzo para el independentismo o, en la actualidad, para Podemos, como se demuestra en la nula influencia de los socialistas en el actual Ayuntamiento de Barcelona que preside Ada Colau.

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Se suele decir que Aragonès, el discreto candidato de ERC, es una persona moderada. Pues bien, lean sus propuestas en EL PAÍS de hace un par de domingos: “Vía hacia la independencia, superar el 50 por ciento, poner fin a la represión y forzar al Estado a aceptar el derecho de autodeterminación y la amnistía como única vía posible para los presos y exiliados”. Analicen bien este párrafo: es el lenguaje que utilizan los previsibles compañeros del PSC y que siempre cumplen lo que dicen.

¿Puede algún ciudadano catalán contrario a la independencia dar el voto a un partido socialista cuyo objetivo, aunque no lo confiese, sea pactar con tales socios?

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