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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El virus autoritario

Es necesario vigilar la situación de los derechos humanos en el mundo tras la gestión de la pandemia

Móviles en el 71 aniversario de la fundación de la República Popular China en la Plaza de Tiananmen.
Móviles en el 71 aniversario de la fundación de la República Popular China en la Plaza de Tiananmen.Getty Images

La pandemia también ataca a la democracia y a las libertades públicas. No directamente, sino gracias a la deficiente actuación de los Gobiernos en las democracias asentadas y su aprovechamiento oportunista por parte de los gobernantes autoritarios para afirmar su poder. No es una novedad. La lucha global contra el terrorismo ha sido aprovechada con descaro por todos los regímenes autoritarios, desde Rusia hasta China, para estrechar el dogal incluso sobre la oposición más pacífica con la excusa de la prevención de atentados.

A un año del brote de Wuhan, la democracia ha seguido retrocediendo en el mundo. El dictamen de Naciones Unidas y de los organismos de vigilancia sobre la evolución de los derechos humanos es abiertamente preocupante. Casi la mitad de las democracias han puesto en marcha medidas para combatir la pandemia calificadas de “ilegales, desproporcionadas, indefinidas o innecesarias” por el Instituto para la Democracia y la Asistencia Electoral, un organismo intergubernamental financiado por la UE. En el caso de los países autoritarios llegan al 90% este tipo de medidas excesivas, entre las que se encuentran la suspensión de convocatorias electorales o la concentración de poder en el Ejecutivo.

No es ajeno a este balance tan negativo el contraste, casi siempre exagerado o manipulado, entre el caos de la gestión de la pandemia por parte de sociedades democráticas y el aparente resultado positivo de una dictadura de partido como es la República Popular de China. El reto para las democracias liberales es precisamente la superación de la pandemia sin merma del Estado de derecho, con respeto de las libertades públicas y especialmente de la libertad de expresión. La peor enfermedad que podría desarrollar el virus sería el sometimiento de las sociedades abiertas a un régimen de control social que terminara con la división de poderes y las libertades, hasta reducir la democracia a un mero trámite burocrático. Este virus autoritario está ya instalado en buena parte del planeta y de ahí que sea imprescindible impedir que con el virus avance también su contagio.

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