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Columna
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Malditas guerras de 2020

No es el alto el fuego, sino la paz —los pactos, la reconciliación y la recuperación de la convivencia— la única que deja un legado de paz. Ojalá sea lo que nos traiga 2021

Lluís Bassets
Un azerí inspecciona los restos de los combates en la escuela armenia de Magadhis (Nagorno-Karabaj).
Un azerí inspecciona los restos de los combates en la escuela armenia de Magadhis (Nagorno-Karabaj).Andrés Mourenza

Ni un año sin guerra. No iba a ser una excepción 2020. Por desgracia, tampoco lo será 2021. Seguirán las guerras en curso, interminables algunas, como la de Afganistán, que ahora cumple 20 años, o la de Siria, que cumple 10. Y se añadirán otras, como son las dos que han enfrentado este año a Armenia con Azerbaiyán y al Gobierno federal de Etiopía con la guerrilla local del Frente de Liberación del Pueblo de Tigray.

Pasan los años, pero no pasan las guerras. Si acaso cambia la naturaleza de los conflictos. La última conocida solo ha sido declarada como tal en su discutible denominación, una ciberguerra, que ha servido para calificar el ataque masivo de piratas informáticos rusos a varios departamentos del Gobierno de Estados Unidos.

De momento es una descomunal operación de espionaje. Espiar es esperar, según escribió John Le Carré en La Casa Rusia. Habrá que esperar, por tanto, para saber si es una incipiente operación bélica o solo parte de la revancha por la derrota de la Guerra Fría, que Putin consideró la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. Cuatro años habrá durado la ofensiva rusa desde la victoria de Trump, que fue victoria de Putin, hasta la ciberbatalla con la que ha culminado su caótica presidencia.

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Si es guerra y no metáfora, solo está en sus primeros compases, y puede durar tantos años como la Guerra Fría. Enteramente metafórica, y excesiva, es la guerra declarada contra la pandemia. Si el combate hubiera llegado a exigir la militarización de la medicina y de la economía y las restricciones de las libertades públicas, la metáfora recuperaría un lugar siniestro entre las guerras de 2020. El peor efecto militar de la pandemia es que no haya servido para un alto el fuego universal en todas las otras guerras, tal como pidió el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres.

Hay guerras, en cambio, que se acercan a la literalidad. Son las que mantiene el crimen organizado en América Latina, el continente que concentra la mayor violencia del mundo sin necesidad de que nadie declare guerra alguna. Un 8% de la población mundial concentra el 37% de las muertes violentas. Este 2020, México contará hasta 20.000 víctimas mortales, resultado de atentados personales, matanzas masivas, enfrentamientos entre bandas o combates abiertos con la policía o el ejército.

Las dos nuevas guerras de este año, en el Cáucaso y en África oriental, han sido breves, 43 días la de Nagorno-Karabaj y 24 la de Tigray, con millares de bajas militares, pero también civiles y brutales desplazamientos de población. Hijas del vacío geopolítico, el interés que han suscitado en el mundo ha sido limitado. El legado de una guerra es el regreso a la guerra, tal como ha sucedido en ambos casos. No es el alto el fuego, sino la paz —los pactos, la reconciliación y la recuperación de la convivencia— la única que deja un legado de paz. Ojalá sea lo que nos traiga 2021.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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