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Columna
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El peor año de nuestra vida

En lugar de servir para unirnos, en España la pandemia lo que ha hecho es agrandar las grietas entre nosotros, como si todos y cada uno fuéramos los responsables de su llegada y de sus efectos

Julio Llamazares
Personas con mascarilla caminan por una calle de Córdoba.
Personas con mascarilla caminan por una calle de Córdoba.Salas (EFE)

Salvo para quienes conocieron la guerra y los años del hambre, que son ya pocos, y salvo para aquellos con los que se cebó el infortunio en un momento concreto, este que se termina ha sido el peor año para los españoles como para los europeos y como para la población del mundo en general. La pandemia que asola este desde hace meses se ha llevado por delante tantas cosas que es imposible no haber sufrido sus consecuencias independientemente de las circunstancias de cada persona. Si pudiéramos, todos apostaríamos por borrar el 2020 de la historia y con él la tragedia que lo ha teñido de principio a fin.

Acostumbrados a la estabilidad y al progreso del último medio siglo —algo de lo que no disfrutó ninguna de las generaciones anteriores a la nuestra (en la historia de España no habido nunca un periodo de más de veinticinco años sin una guerra)—, y convencidos de que a nosotros nada nos podía pasar, la irrupción en nuestras vidas de una pandemia que de momento se ha cobrado ya millones de vidas en todo el mundo, además de arruinar económicamente a muchas personas, nos ha trastornado tanto que los efectos morales y psicológicos se empiezan a notar individual y colectivamente, haciendo de la convivencia un ejercicio de riesgo y de la política una batalla más. En lugar de servir para unirnos, en España la pandemia lo que ha hecho es agrandar las grietas entre nosotros, como si todos y cada uno fuéramos los responsables de su llegada y de sus efectos.

Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana, decía una canción de un grupo musical de los noventa, pero en España con la desgracia ha saltado por los aires incluso el respeto mínimo, demostrando la inmadurez de una sociedad acostumbrada a culpar a otro de sus problemas, sea el vecino o el Gobierno, como continuamente vemos ante el menor contratiempo. Como esos niños que siempre piensan que el padre tiene que solucionarles todo o como esos adolescentes para los que la familia está para soportar su ira cuando las cosas no les salen bien, muchísimos españoles han reaccionado y siguen haciéndolo ante la pandemia como si esta fuera un castigo inmerecido y premeditado en contra de ellos y no un drama colectivo al que hay que combatir unidos. Por suerte, ha habido muchos otros (los sanitarios en primer lugar, pero también millones de ciudadanos anónimos que se han limitado a hacer lo que convenía en cada momento sin estridencias ni culpabilizaciones públicas) que han demostrado que queda gente con sensatez en este país tan crispado y tan áspero de un tiempo acá.

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”Lo que exalta y santifica Homero no es el triunfo de la fuerza victoriosa, sino la energía humana en la desgracia”, me recuerda que escribió Rachel Bespaloff en De la Ilíada el fotógrafo José Manuel Navia en su felicitación navideña, que es lo mismo que me dice otro amigo en la suya, este desde su fe religiosa, citando al papa Francisco: “La luz verdadera viene a iluminar la existencia”. Confiemos en que sea así y que la vacuna que se empieza a administrar este domingo nos salve a todos de la pandemia, sea por la medicina o por la voluntad de Dios. El problema es que de momento no hay vacuna contra el odio, que ése no desaparecerá con ella. Aun así, feliz 2021.

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