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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sáhara olvidado

La ONU debería reactivar su esfuerzo diplomático en el territorio africano

El Polisario censura que Trump reconozca la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental: "No le corresponde".
El Polisario censura que Trump reconozca la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental: "No le corresponde".Servicio Ilustrado (Automático) (Europa Press)

El reconocimiento por parte de Donald Trump de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental es un atropello de la legalidad internacional reconocida por la ONU y un gesto equivocado que complica aún más la posibilidad de soluciones negociadas en un conflicto olvidado. Trump acomete, a pocas semanas de salir de la Casa Blanca, una decisión errónea y de gran calado para esa crisis que ninguno de sus predecesores —fueran ellos republicanos o demócratas— se había atrevido a tomar. El mandatario refuerza así la alianza estratégica con Rabat y utiliza el conflicto del Sáhara Occidental como moneda de cambio para impulsar, sumando a Marruecos, la normalización de las relaciones entre los países árabes e Israel. Esa normalización es un objetivo loable; la moneda de cambio para obtenerla, no.

El gesto de Trump se enmarca en un cuadro de abandono por parte de la comunidad internacional de su deber de mediación. Han pasado más de cuatro décadas desde que España entregó el Sáhara Occidental. Marruecos supo aprovechar bien los estertores del régimen franquista. España se comprometió a respetar el derecho de autodeterminación de los saharauis. Pero no lo hizo, y ahí comenzaron los problemas. La organización saharaui libró una guerra de 16 años contra Marruecos y en 1991 pactaron un alto el fuego en el que ambas partes se comprometían a celebrar un referéndum de autodeterminación. El conflicto, poco a poco, ha caído en el olvido internacional.

La decisión de Trump sobreviene, además, en medio de la peor crisis que ha vivido este conflicto en tres décadas de alto el fuego. El Frente Polisario decretó el estado de guerra el 14 de noviembre, después de que el Ejército marroquí expulsara de la zona desmilitarizada del Guerguerat, en la frontera con Mauritania, a una cincuentena de civiles saharauis que llevaban tres semanas bloqueando la carretera.

La crisis del Sáhara constituye un fracaso sin paliativos para la ONU, que mantiene una misión cuyos objetivos en teoría son vigilar el alto el fuego y organizar un referéndum de autodeterminación. El secretario general, Antonio Guterres, lleva sin nombrar a un representante personal para el Sáhara desde mayo de 2019. La dejadez de la comunidad internacional ha jugado a favor de la parte más fuerte, Marruecos. Rabat explota las riquezas pesqueras del Sáhara, las minas de fosfatos y desde hace 10 años fomenta una creciente industria del turismo. Una veintena de países, por lo general africanos, ha abierto consulados en el territorio. Por otra parte, países importantes en este asunto como Francia y España optan abiertamente por cultivar la relación bilateral con Marruecos, estratégica por razones migratorias, de terrorismo, seguridad y comerciales. Su relevancia es innegable.

Mientras tanto, los saharauis siguen reclamando un referéndum. Marruecos ni lo contempla y ofrece un plan de autonomía que, a la vista de sus características y del contexto, es una oferta sin garantías equiparables a una autonomía regional dentro de un Estado occidental. La situación actual es insostenible. La ONU debe reactivarse para mediar, en busca de soluciones consensuadas, en un conflicto abandonado. España, por razones históricas, debería tener un papel protagonista en ello. La dificultad es extraordinaria. Pero ello no es motivo para renunciar.

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