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Columna
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A fuego lento

La Constitución está siendo sutilmente reformada como se cocinan las ranas: de forma sigilosa, lentamente

Francesc de Carreras
Un ejemplar de la Constitución española de 1978.
Un ejemplar de la Constitución española de 1978.LUIS MAGÁN

Como es habitual en estas fechas del aniversario de la Constitución, me pregunta una periodista cuáles son, en mi opinión, las reformas que necesita su texto. Al contrario de otros años, en que siempre proponía reformas mínimas pero sustanciales, le contesté que en estos momentos ninguna, hay que dejar la Constitución tal como está, ha dado un gran rendimiento en sus 42 años de historia. Y añadí: “Estos no son momentos de modificar la Constitución sino de salvarla para que no acabe en ruinas. No hay que perder el tiempo hablando de reformas. De la actual crisis política no es responsable el texto constitucional sino la manera en que la usan el Gobierno, la mayoría del Congreso que le apoya y ciertas comunidades autónomas que no la cumplen ni en su letra ni en su espíritu”.

El pasado domingo, Día de la Constitución, una crónica del diario La Razón titulada “Un cambio de régimen por la puerta de atrás” y firmada por A. Rojo, acertaba al comparar el actual momento constitucional con el “síndrome la rana hervida”, aquel metafórico consejo según el cual si quieres cocinar una rana no hay que echarla al cazo con el agua hirviendo porque inmediatamente saltará para no morir escaldada, sino que debes introducirla en agua fría, subir lentamente la temperatura hasta que, sin darse cuenta, acabará perfectamente cocinada. Esto es lo que está sucediendo con nuestro orden constitucional.

Todo empezó en junio de 2018 con una moción de censura adecuada a la Constitución desde el punto de vista del procedimiento pero conceptualmente inadecuada: con los grupos parlamentarios que votaron a favor de Pedro Sánchez se podía destituir al Gobierno de Rajoy pero no construir un Gobierno coherente, tal como se ha demostrado. Las mociones de censura son constructivas, ésta fue sólo destructiva. Pero había sido el mismo Pedro Sánchez quien había ganado unas primarias dentro de su partido defendiendo que se podía pactar con los populistas, tanto los de Podemos como los independentistas catalanes y vascos. Así pues, no podía, ni seguro quería, echarse atrás. Ahora el PSOE está pagando, y lo pagará mucho más, las consecuencias de este grave error.

El Gobierno de coalición fue una primera etapa de este camino hacia ninguna parte razonable, sólo a la destrucción, paso a paso, del sistema constitucional. No hay espacio para enumerar estos pasos, ya muy sabidos y explicados. Sólo observar cómo el coste político para aprobar la Ley de Presupuestos es directamente proporcional a la incoherencia entre los partidos que la han votado en el Congreso, más o menos los de la moción de censura.

La Constitución, pues, está siendo sutilmente reformada como se cocinan las ranas: de forma sigilosa y a fuego lento.

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