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Columna
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La vacuna y sus fronteras

La tragedia está servida, salvo que entendamos que es imposible diseñar e implementar una estrategia efectiva de salud pública que no esté plenamente coordinada entre territorios

Jorge Galindo
Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Salvador Illa, el lunes en la reunión del Comité de Seguimiento del Coronavirus y estudio de los proyectos de vacunas.
Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Salvador Illa, el lunes en la reunión del Comité de Seguimiento del Coronavirus y estudio de los proyectos de vacunas.Moncloa (Europa Press)

Los resultados preliminares de los ensayos con vacunas para el virus nos dan lo que le estaba faltando a la política pública contra la epidemia: un camino que desemboca en un horizonte alcanzable, visible. Pero lejano: aunque (en el mejor de los escenarios) empecemos a aplicárnosla este invierno, no habrá dosis suficientes durante todo 2021 para producir una inmunidad significativa. El inicio de la vacuna no será el fin de la pandemia.

Estamos de acuerdo, parece, en el “quién”: primero, las personas en riesgo o más expuestas. Pero apenas hemos hablado del “dónde”. La última vez que pasamos de lado por esta conversación, en España acabamos con una desescalada acelerada que produjo la segunda ola más temprana de Europa. Entonces se plantearon unos ambiciosos objetivos técnicos que se vieron superados por la realidad política. El control epidemiológico era un bien sometido a lo que Elinor Ostrom llamó la tragedia de los comunes: si todos nos hubiéramos coordinado para distribuir las restricciones en función de dónde eran necesarias y nada más que eso, la curva podría haber sido menos pronunciada (o cuando menos tardía). Pero los incentivos cortoplacistas de cada territorio estaban por adelantarse sin tener en cuenta las consecuencias para los demás. Así sucedió finalmente.

Con la distribución territorial de unas dosis escasas sucede algo similar: si somos capaces de llegar a acuerdos entre territorios que destinen las primeras campañas de vacunación donde tengan un mayor efecto (porque hay más peligro de brotes, o porque la proporción de población vulnerable es más alta), saldremos todos ganando al final. Pero a día de hoy una mayoría de comunidades autónomas afirma que el Gobierno central no les ha hecho partícipes de un plan que necesariamente les incluye. Algunas, como Galicia, ya están anunciando su propia estrategia de vacunación. A otras se les intuye su aspiración irredenta de verso libre. Todo, atravesado por partidismo y nacionalismos.

La tragedia está servida, salvo sorpresa. Es decir: salvo que, por fin, entendamos que es imposible diseñar e implementar una estrategia efectiva de salud pública que no esté plenamente coordinada entre territorios. Algo que, sorprendentemente, parece que hemos entendido a nivel europeo sin asumirlo en el seno de nuestro propio país: que el virus sólo sabe de fronteras lo que nosotros le enseñamos. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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